domingo, 14 de marzo de 2010

¿Qué nos pasó a muchos, Tenembaum?



Bitácora del ciudadano de a pie.

¿Qué nos pasó a muchos, Tenembaum?


Usted, Ernesto Tenembaum, lanzó al ruedo una pregunta, ¿Qué les paso?. La pregunta se refiere a Cristina Fernández y Néstor Kirchner y en ella va implícita una afirmación que sostiene la pregunta: Los Kirchner cambiaron tanto que provocaron el desencanto de muchos de quienes los habían acompañado en los comienzos de sus experiencias gubernamentales.

Yo no podré, ni responder su pregunta, ni refutar o reafirmar que tal cambio en el kirchnerismo se haya producido o no. Ni podré saber si usted mismo da respuesta alguna a su propia pregunta, ya que no leeré su libro.

Declarado esto, va de suyo que esta entrada no habrá de ser una crítica de un libro.Tarea imposible ésta para quien no sólo no ha leído el libro sino que además declara que no lo leerá. El propósito de esta entrada es otro.

Tomo nada más que su pregunta, y a partir de ella me lanzo a desarrollar una reflexión que invierte la hipótesis desde la que usted parte: En lugar de considerar la afirmación de que hubo en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández cambios tan grandes que provocaron el desencanto de tantos; habré de considerar la hipótesis contraria, es decir, que los gobiernos del kirchnerismo han sido tan coherentes en sus acciones de gobierno que provocaron una acción reactiva de sus adversarios, de tal furor, que provocaron a su vez el acercamiento al kirchnerismo de sectores que durante un tiempo considerable estuvieron indiferentes a la situación política nacional, o la consideraban desde otras perspectivas.

En otras palabras, dejo de lado su pregunta ¿qué les pasó? para tratar de responder esta otra: ¿qué nos pasó? Qué nos pasó a miles y miles de ciudadanos que, indiferentes desde hace décadas a los sucesos políticos del día a día, nos vimos, de súbito, de un día para otro, no sólo interesados por lo que estaba sucediendo en el país, sino que nos encontramos de pronto adhiriendo fervorosamente a un gobierno que, en términos generales, durante cuatro años no había interferido en nuestras vidas, no había despertado nuestra atención.

Ésto último, por sí solo, ya había sido un logro inmenso de Néstor Kirchner y su gobierno. Tanto, que sin duda actuó como factor determinante para que muchos, después, terminásemos adhiriendo fervorosamente al gobierno de su sucesora, la Presidenta Cristina. Pero esto hay que explicarlo bien porque si no, si no lo hiciera debidamente, no se entendería, ni lo dicho hasta aquí no lo que falta por decir.

Yo, como tantos otros miles y miles de argentinos, perdí todo interés por el día a día de la política nacional allá por fines de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. La observación atenta de lo que acaecía en el mundo entonces, y lo que finalmente impuso Carlos Menem en nuestro país, me llevó a concluir, junto a muchos, que los sectores populares entraban en una noche negra, larga, cuyo final inevitable había de ser la miseria generalizada, la desintegración nacional, la conflictividad social y, de persistir en la política neoliberal, en la tragedia. Pero como el discurso único había ganado las mentes de millones, nadie estaba en condiciones, por aquellos días, ni siquiera de considerar ese pronóstico.

De todos modos, ni por un instante pensé, por aquellos años, que la noche negra había de durar menos de una década. La resaca neoliberal, en términos históricos, duró lo que una promesa de amor eterno en los términos de una vida. Explotó su desenlace en forma prematura, y las definiciones se presentaron cuando no había en la base social ninguna fuerza política capaz de conducirla. Escenario peligroso, por cierto. Tenía para mí que la salida de esa pesadilla universal podía llevar más de una generación. Así que, cuando acaeció diciembre de 2001, y advertí que en nuestra patria se había producido un hecho que pocas veces sucede en las historias de las naciones, esto es, que se había producido una situación revolucionaria de manual, pero en la cual, si bien estaban las condiciones objetivas para un cambio revolucionario, no estaban dadas las condiciones subjetivas para tal cambio, el escenario surgido era peligroso. El peligro, real y flagrante, era el del enfrentamiento civil en el cual, dadas las condiciones, dada las correlación de fuerzas entre los diversos actores, la derrota para el campo popular estaba asegurada. Y entonces sí: si tal cosa hubiese acaecido, la cicatrización de esa herida llevaría décadas y décadas.

En este escenario explosivo, el gobierno de Eduardo Duhalde fue decisivo para evitar esa confrontación. Esta última afirmación será rechazada ferozmente por muchos, dado el carácter del personaje en cuestión. Pero, objetivamente fue así; y la honestidad intelectual me obliga a escribirlo con todas las letras: Entre la política económica del duhaldismo (alianza con los grupos concentrados del poder para salir de la crisis tirando algunas migajas a través de las retenciones a la soja -una vaca que da leche y de sobra-; más la colaboración del pueblo todo, que hizo funcionar las cuasimonedas de una forma pocas veces vista en la historia ecomómica -la famosa confianza, los famosos shocks-; más un mercado internacional favorable para la comercialización de comodoties), entre todos estos factores, repito, la situación macroeconómica pudo encauzarse más o menos rápidamente, a la vez que se apuró la salida electoral que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación. Tal vez hoy estén arrepentidos Eduardo Duhalde y sus socios del poder económico de no haber permitido que la crisis se resolviera por otros caminos. No lo sé y nunca lo sabré. Pero lo cierto es que, objetivamente, el gobierno de Eduardo Duhalde pudo reencauzar la vida política democrática seriamente dañada (y justamente dañada) en diciembre de 2001. Y lo hizo en paz. El derramamiento de sangre se agotó en las dos últimas víctimas de las miles y miles que tuvo la lucha popular durante más de medio siglo: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

Domada esta instancia dramática del 2001 /2002 (aún no resuelta, dicho sea al pasar), el gobierno de Néstor Kirchner se dio a la tarea de consolidar ese regreso a la vida institucional democrática formal. Para mi nanera de ver, y dado el origen político de Néstor Kirchner, y dados, también, sus antecedentes patagónicos, su gobierno no era más que una hábil e inteligente política de contención social, tan clásica del peronismo y del reformismo en general. El contrato social ha sido siempre el mismo para estos reformismos: El sistema capitalista (en nuestro caso imperfecto pero capitalista al fin) queda a salvo de los embates verdaderos que verdaderamente lo amenazan; la paz social queda garantizada. Para un ciudadano de a pie para quien sus ideales políticos se hallan a años luz de lo que el peronismo puede dar: y a años luz de lo que cualquier partido pueda dar en Argentina, lo que el peronismo de Néstor Kirchner ofrecía en la realidad cotidiana era algo valioso como bien para un ciudadano de a pie, pequeñoburgués y no militante de las políticas que en nuestro país, lamentablemente, son quiméricas: ese preciado bien era y es la paz social.

Si el propósito del peronismo siempre fue contener a las capas populares para salvaguardar al capitalismo, Néstor Kirchner lo estaba haciendo bien. Los ciudadanos de a pie podíamos seguir con nuestras vidas de trabajo cotidiano, despreocupándonos de los riesgos de la alta conflictividad social y sus trágicas consecuencias. Riesgos que surgían de la falta de liderazgo y de conducción política de las bases sociales más castigadas por tres décadas de expoliación nacional, de capitalismo salvaje, doblemente salvaje en neustra patria por convivir ese capitalismo imperfecto con rémoras de feudalismo. Riesgo de enfrentamiento e inevitable derrota, para ser más claro.

Así, en un sentido estrictamente egoísta, el gobierno de Néstor Kirchner me regaló el primer goce que cualquier gobierno me había dado jamás: el lujo de trabajar en paz, durante cuatro años, sin pasármela puteando al gobierno a cada hora del día, tal como lo había hecho desde que tengo memoria, todos los días de mi vida. Todo un placer cívico. El gobierno, para la subjetividad cotidiana, no existía. Aquel viejo clamor íntimo de Borges -algún día mereceremos no tener gobiernos- de un modo virtual se había hecho realidad para una subjetividad indiferente. (Una indiferencia, dicho sea al pasar, que tiene una causa más honda que un estado de ánimo mezquino como la comodidad, o el egoísmo pequeñoburgués, pero que no tengo porqué aclarar aquí y ahora.)

Teniendo en cuenta por aquel tiempo que Néstor Kirchner tenía una esposa y compañera militante que pensaba y obraba como él, me consolaba para mí: dieciséis años así nos lo merecemos. Sobre todo quienes, viejos como yo, hubimos de soportar tantos malos gobiernos. Nuestra patria no daba ni da para más que eso. La Revolución, en Argentina, por mil razones históricas, sólo será posible luego de una larga y cruenta guerra civil que nadie que tenga un mínimo de sentido común y decencia puede desear. Si de todos modos la Revolución se dará, aquí como en todas partes, pues que se dé en su momento, al menor costo social posible. No llegará ese día sin violencia. Pero que ésta se dé en otros sitios primero. No es esta actitud sólo egoísmo o comodidad. Es mesura, fundamentada en la conciencia cabal de que, a pesar de tener los ejércitos populares para dar esa batalla también en nuestra patria, no hay dirigentes aptos para conducir tales ejércitos a la victoria, sino a la derrota. Nuestra izquierda, por mil razones históricas perfectamente identificables y harto conocidas, tiene vocación de derrota y de fracaso. Cuando Eduardo Duhalde repite su famoso eslógan: Argentina está condenada al éxito, nada más que con tener en cuenta quién es el personaje que la pronuncia, debemos admitir que: a), qué es lo que en verdad quiere decir; y b), que está en lo cierto.

Así las cosas, el kirchnerismo, versión posmoderna del peronismo, destinado a contener la base social más castigada por el capitalismo para sostener a éste libre de riesgos verdaderos, era para muchos lo mejor que nos podía suceder dentro de lo posible. Es lo que hay, diría cualquiera que prefiriese el lenguaje coloquial. Que no es poco, por cierto. Algo así como, salvando las distancias, lo que sucedió en Rusia: Esto que es Rusia hoy es, para el ruso común y corriente, mucho más saludable que lo que podría haber sido para ese mismo ruso del común su miserable vida de haber entrado la URSS en el juego de la ofensiva bélica anunciada por Reagan y Thachter: una derrota segura y una destrucción total. Y esta última declaración no es especulación contrafactual, por más que lo aparente. Es realidad pura. Está en Prestroika: La revolución puede esperar. El sistema capitalista es tan perverso intrínsicamente que su sustitución ecuménica por sistemas más equitativos será algo así como una consecuencia fatal para la Humanidad, una imposición ética. La violencia no estará ausente en el proceso, por cierto. Pero, hay violencias y violencias. Están las que se dan, y están las que se provocan. Están las que se pueden contener, y están las que conducen a la destrucción total.

En síntesis: yo, y muchos como yo, tal vez cientos de miles, vivíamos en la indiferencia ante el gobierno nacional, ocupados de nuestros negocios domésticos en un clima de paz y bonanza. Esto en sí mismo, en contraste con los últimos cuarenta años de la historia argentina, era todo un logro.

Pero accedió Cristina Fernández a la primera magistratura y todo cambió. De repente, en nuestras casas, por esa ventana de arena y luz que se nos mete a toda hora en nuestras vidas, empezó a entrar una catarata de mierda como nunca antes había ocurrido. Desde el primer día, si no antes del 10 de diciembre del 2007, por los medios de comunicación no recibíamos otra cosa que pálidas. Y a partir de marzo del 2008, por supuesto, sonó la alarma roja en nuestras casas: Dos escenas fueron determinantes para arrancarnos abruptamente de la indiferencia, de la comodidad: el copamiento de las calles por parte de una derecha cerril y golpista, y una inundación de mails provocadores que inundaron todas las computadoras de las clases medias urbanas incitando a la violencia callejera, abiertamente golpista. ¡Epa! ¿Qué pasa aquí?

La presencia de Hugo Biolcatti en la puerta de la residencia de Olivos al lado de los caceroleros convocados con mails que provenían de la pampa húmeda; la presencia de la mismísima SRA y de los nostálgicos de la dictadura en Plaza de Mayo eran dos hechos cuyo significado era y es inequívoco: una movida destituyente, golpista, se había puesto en marcha. El señor Biolcatti no era por entonces el titular de la SRA pero sí era, aun por entonces, el candidato puesto para suceder a Miguenz. La famosa trompada de Luis D'Elía (ésa misma que tanto reprochan los periodistas políticamente correctos, como usted); más la presencia de militantes justicialistas en Olivos, en ambos casos para abortar ese copamiento de la calle por parte de la derecha cerril, fue un signo más que evidente que la movida destituyente. golpista, iba en serio y que era necesario abortarla, y con algo más que con trompadas en la calle. Ahí nace Carta Abierta, que es la expresión intelectual de la trompada de Luis D'Elía. Y ahí nace, para la perplejidad suya, señor Tenembaum, y de muchos otros, una espontánea y creciente adhesión al gobierno de Cristina Fernández por parte de muchos que no queríamos perder, ¡ni ahí!, lo conquistado por el kirchnerismo. Si no se podía ir más allá, bueno... está bien, es lo que hay. Pero la mera idea de ir para atrás... puso los pelos de punta a miles y miles de hombres y mujeres que veían, con asombro y estupor, cómo lo peor de la patria se había puesto en marcha para iniciar una movida destituyente que ya lleva dos años y no tiene visos de acabar.

Para empeorar la crítica situación, una fracción considerable del pueblo, de las clases medias urbanas, compraron pasivamente el cuento de la chamarrita campestre y se lanzaron a las calles. Este último fenómeno de adhesión popular masiva al golpismo ha desaparecido, afortunadamente. El fenómeno en sí mismo fue analizado en otras entradas en este blog y no insistiré en ello ahora. Pero, lo cierto es que en la madrugada de julio del 2008, por obra y gracia de un vicepresidente anómalo, la derecha cerril y golpista estuvo a punto de conseguir sus objetivos.

Ante esa situación, y ante la situación mundial y regional que atravesamos desde hace una década ya, el peronismo kirchnerista se convirtió de la noche a la mañana, por obra de "los enemigos", para usar la expresión del diputado Rivas, de reformista en contra destituyente. De ese modo, la defensa del modelo industrialista, en oposición al modelo agroexportador; del desarrollismo en oposición al neoliberalismo, pasó a ser para muchos, de una disputa entre variantes capitalistas, a una causa revolucionaria. Si eludir una guerra civil revolucionaria cuya derrota es segura significa evitar el sufrimiento en vano de dos o más generaciones; así también el evitar el retorno incondicional a un neoliberalismo procaz, revanchista, racista y abusador significa impedir el sufrimiento de al menos otra generación de argentinos que serían mantenidos, con toda la crueldad de la que es capaz el explotador, en la exclusión desesperanzada.

El kirchnerismo podría haber transitado en paz su tarea contenedora para sostener el camino hacia el capitalismo, un capitalismo moderno y menos salvaje. Pero, la eterna derecha argentina no quiso aceptar ese destino surgido del voto popular y, al carecer de las fuerzas armadas que altri tempi los salvaban de cualquier ataque a las faltriqueras, esa derecha procaz se lanzó a una ofensiva destituyente cuya manifestación externa más obscena es, sin duda alguna, el nivel de degradación al que descendieron los medios de comunicación del establishment y sus empleados que escriben o hablan. Objetivametne, señor Tenembaum, usted forma parte de esa nómina.

Lo que nos pasó, estimado Tenembaum, es que cientos de miles fuimos sacados de nuestra plácida indiferencia por los enemigos del kirchnerismo, y por un procedimiento muy simple: ellos declararon enemigo a un gobierno que por su propia naturaleza debió considerar como aliado. Y produjeron, luego de dos años de instalación de la crispación permanente, que la sociedad en su conjunto debatiera los temas que el propio establishment jamás permitió que se debatieran. ¿Por qué? Es dura la respuesta que voy a dar, pero la voy a dar de todos modos: Porque Cristina Fernández ha declarado, una y otra vez, no sólo que no aceptará un helicóptero como fin de su mandato, sino que además, se colige por lo que se puede juzgar de sus actos y palabras, que no aceptará tampoco una cañonera paraguaya. Y esto sí, estimado señor, es inédito en Argentina.

¿Es peligroso? No lo creo. El peronismo no es revolucionario, y no existe la guerra fría que convertía mágicamente en revolucionarios hasta los magos de varieté. Esto por un lado. Y por el otro, tampoco están dadas las condiciones para que, como en el 55, se lancen bombas sobre Plaza de Mayo en nombre de la libertad, ni sátrapas que lo pudieren ejecutar. No. No hay tales peligros a la vista, gracias a Dios.

Lo que hay, sí, es la posibilidad cierta, por primera vez en nuestra historia, de que el capitalismo moderno, real, independiente de los imperios, triunfe finalmente en nuestro país, aniquilando para siempre esa Argentina del Centenario, esa Argentina agroexportadora, dependiente de los imperios, de una Argentina para unos pocos que tiran manteca al techo nada más que por poseer feraces tierras por la gracia de Dios y por la eficacia de los fusiles que desalojaron a los indios, mientras el resto de la población que se las arregle como pueda. Lo intentó Perón y debió ceder. Lo intentaron otros y fueron derrotados. Ahora, por primera vez, existe la probabilidad de que se convierta en realidad: una Argentina capitalista moderna, industrial, exportadora de bienes primarios pero también de bienes industriales y, además, bajo el paraguas de la protección social. Un capitalismo de bienestar, para usar la vieja expresión. Y además, como consecuencia inevitable de ello, el aniquilamiento de las rémoras feudales que tienen a varias provincias argentinas sumidas en una edad media humillante para los pueblos, a pesar de la apariencia de modernidad. No es casual, tampoco, que ciertos gobernadores y senadores están al borde de un ataque de nervios luego de la aprobación de la Ley de Medios.

En definitiva: ¿Qué nos paso, señor Tenembaum? A centenares de miles nos pasó que sus empleadores y los grupos económicos concentrados que representan sus empleadores no quieren ceder un ápice de sus privilegios; no quieren interesarse por los compatriotas excluidos; están decididos a entregar a Monsanto la soberanía alimentaria como ya entregaron la soberanía política una y mil veces a los imperios dominantes; quieren retroceder. Y nos pasó, también, que nos hallamos con un gobierno que por primera vez se les paró de manos, a sus empleadores, señor, y a quienes están detrás de sus empleadores. Tímidamente, pero también con decisión. Parcialmente, pero también con decisión. Torpemente, pero también con decisión.

Eso nos pasó a muchos y eso les pasa a otros más cada día que pasa, señor Tenembaum. ¿Le parece poco?

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Alfredo Arri.

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