lunes, 8 de marzo de 2010

Las mujeres y la política para el machismo argentino.

Hemeroteca. Páginas del Bicentenario.

La mujer, en la mirada del machismo argentino,
en el tiempo cuando se abonaba el terreno para el golpe de estado.

El primer golpe de estado, el fundacional de una era de oprobio.


El texto que se reproduce a continuación, en esta sección titulada hemeroteca, destinada a rescatar textos publicados en los medios del ayer que nos ayudan a comprener los porqués del hoy, elegí uno apropiado para la fecha. Hoy se conmemora en el mundo el Día Internacional de las Mujeres. Hace menos de cien años, nuestra clase dirigente opinaba de las mujeres lo que el lector podrá leer en esta entrada. Nuestra élite recalcitrantemente machista no ha cambiado sino muy poco. Casi nada. Por último, cualquier semejanza que el lector adviera en el texto reproducido con hechos, situaciones, discursos, relatos vacuos y personalidades del presente no es ninguna coindicencia.



El sufragio femenino.

Por Leopoldo Lugones. La Nación, 1929.


La descomposición constitucional a que asistimos caracterízase, ante todo, ni por la falta de partidos, como suele decirse, pues tenemos, desde luego, el radical, poderosísimo y disciplinado hasta la rigidez, el socialista con su programa explícito, el autonomista y el liberal de Corrientes -sino que no existe partido conservador. Tanto así, que las mismas agrupaciones de ese rótulo, son siempre las iniciadoras o colaboradoras de la legislación más liberal, por no decir revolucionara, inversión que, recíprocamente, convierte a nuestro radicalismo en conservador. Este último tiene declarado, en efecto, que su programa es la Constitución; con él fue siempre a las urnas y el pueblo ratificóle el mandato por creciente aplastante mayoría. Transformada así, la Consoticuón en programa de partido, el radicalismo lo aplica a discreción, como es lógico, y aquí comienza el desbarajuste, que aun cuando esté ratificado por el pueblo, deroga el sistema constitucional. Bajo este conepto el radicalismo tiene razón cuando habla de plebiscito. La situación es, pues, de hecho, y nada cuesta anunciar queproguesará en el mismo sentido. Hace ya más de doce años que los comicios la definen y la ratifican.

No cabe duda de que esto es un resultado del sufragio universal. Adviértase que no lo aplaudo ni vitupero. Mi comentario es completamente objetivo. Dicho resultado proviene en gran parte, a mi ver, del voto de los menores de edad a quienes la ley lo acuerda a los diociocho años; pues la falta de criterio político en esos electores, paréceme evidente por cinco causas, entre otras: 1a. la indisciplina familiar y la precocidad turbulenta de los instintos, que hacen de esa mozada una masa revoltosa, o sea en constante predisposición anárquica. 2a. la desorganización catastrófica de la enseñanza secundaria cuyo objeto político es, precisamente, la formación del ciudadano. Sin contar por cierto los primarios inconclusos y los analfabetos, sobre los cuales no ha podido efectuarse aún la enseñanza empírica pero eficaz de la vida. 3o. el desempeño de una función inconexa son los derechos y responsablidades que apareja la mayoría alcanzada sólo cuatro años después, con lo cual aquella resulta un aventura determinada por semejante desorden psicologico, no, como debiera ser, por el raciocinio y los intereses adultos. Tenemos, pues, cinco camadas de electores así, que suman unos trescientos mil individuos. 4a la imposibilidad material de conocer y apreciar por sus méritos contaidos en el servicio público a los candidatos propuestos. 5o. la propaganda demagógica, especialmente eficaz sobre menores para quienes la petulancia juvenil, la enseñanza deficiente y la irresponsabilidad ante la vida, hasta en los menesteres de comer y vestir, convierten, repito, la eleccción en una aventura. Y si se recuerda, todavía, que por su propia juventud son ellos los mejores elementos de acción y propaganda, la facultad que les acuerda la ley, resultaría más peligrosa.

La práctica ya duodecenal del sufragio así extendido, no favorece el proceso constitucional, pues, a medida que se vota más, aumenta el desquicio del sistema. Parece pues que lo sensato consiste en no multiplicar el uso de un instrumento tan dudoso, por lo menos para la organización gubernativa del país. Pero el fanatismo ideológico, tanto como otro cualquiera, caracterízase por el desdén de la evidencia. Adoptado el régimen de sufragio universal, que como toda experiencia humana sale bien en unas partes y mal en otras, lo único que se le ocurre en este caso, es amplificarlo con devoción más cerrada. ¿Fracasa, por ejemplo, en la elección de diputados, produciendo una cámara cada vez peor? Hay que aplicarla también a la designación del Senado. ¿Votan mal los hombres? Pues que voten también las mujeres.

Imposible averiguar, entretanto, a virtud de qué experiencia, exigencia o interferencia, creen los conservadores que necesitamos el sufragio femenino. Allá donde como en la Gran Bretaña o en los Estados Unidos existe desde pocos años, el sufragio masculino era ya un éxito. Cabía, pues, inferir que el de las mujeres compatriotas, asociadas y parientes de los electores correspondiera a ese resultado. ¿Por qué aquí, donde el primero es un fracaso, el segundo no va a resultar lo mismo? En aquellos dos países, grandes masas de mujeres reclamaron durante años de propaganda el derecho de elegir, alegando que si pagaban contribuciones, su ingerencia en la administración así costeada, devenía de indiscutible equidad. Las mujeres argentinas nunca han pedido semejante cosa y la política con faldas les parece -como en efecto lo es- desvergonzada y ridícula. Creo muy probable que llamadas a opinar, rechazarán la compañia de ese meretriz de comité. En homenajne a la misma capacidad que se les atribuye, habrían debido consultarlas siquiera. Pero el absolutismo ideológico no concibe la disidencia. El sufragio universal es para él un dogma cuyos efectios define con términos eclesiásticos... y monárquicos: "ungir" "consagrar". Por último, la mujer de los paises anglosajones, germanos y escandinavos, donde ahora vota, practicaba ya una libertad personal y social predisponente al ejercicio del sufragio; experiencia de la nuestra carece, y que tampoco le interesa realizar,.

En tales condiciones, su voto sería más antojadizo y desquiciador que el de los adolescentes; fuera de que como violencia arbitraria sobre las costumbres, resultaría un elemento de corrupción. No hay más que pensar un instante en lo que llegaría a ser el tráfico del voto femenino.

Pues claro está que igualados los sexos ante la ley, a igualdad de virtudes correspondería igualdad de vicios. Y de derechos. El de ser electa, ante todo. Diputadas y senadoreas designadas por chicas de dieciocho años. Es decir, "gobernantas". Saquen ellas mismas la conclusión ante ese eufemismo del servicio doméstico. Curioso efecto de soberanía que viene a engendrar las mucamas de la democracia.

Y está clao. Entre la gente latina, la índole artística predominantemente determina la condición de la mujer bajo un concepto estético que apareja una condición aristocrática. Es la reina. Posee la soberanía de la belleza y de la ternura, que requieren trono y altar, o sea clausura de lámpara selecta. Y aquí está el secreto de ese dominio que llamamos encanto. Por eso el feminismo no prospera en la libérrima y republicana Francia. La mujer latina comprende por instinto, es decir, como artista, que su realeza es superior a la libertad. Prefiere, todavía, ser reina destronada o princesa de su propio ensueño frustáneo, a ciudadana del padrón electoral. Es un sentimiento. Un sentimiento de elegancia y dignidad cuyo reverso es el ridículo. La mujer nace para reina, es decir, para el dominio, y por esto no entenderá nunca la libertad y la igualdad. No es el derecho lo que le interesa, sino el homenaje. Y esto es en ella tan natural que nunca cree deber gratitud por el que recibe. Heroína del amor y de la compasión, las ideas déjanla indiferente: rasgo común a todos los dominadores. Igualarla es, pues, destronarla. Situación que acaso ella misma desee por curiosidad, pero a condición de no perder ningún privilegio.

Ahora bien, este contrasentido formula su incompatibilidad con la democracia. Toda mujer desea, y en ello consiste su superioridad, realizar consigo mismo y en sí misma una obra de arte. Sin duda que esto ha de ser espiritual y corporalmente, o sea como síntesis de la gracia, que es también inteligencia y virtud, para que la obra salga perfecta. ¿Y qué tendrá que ver con la gracia el sufragio de los comicios?

He aqui el modo como nuestros conservadores participan en el desorden general. Es la ceguera clásica de la peridción. Pero más certeras que ellos en su instintos y en su buen gusto, las mujeres argentinas no votarán. No habrá perlas en la gamella de la plebe.


Leopoldo Lugones. El sufragio femenino. La Nación Magazine, domingo 27 de octubre de 1929.


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Sobre este mismo tema en este blog: Alberdi y la visión de la mujer a mediados del siglo XIX

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