martes, 9 de marzo de 2010

Solanas, D'Elía, Arlt y el arte de ser o no ser.

Reflexiones alpedísticas. Justificar a ambos lados

El arte de caracterizar y el prejuicio.


Caracterizar al prójimo en el menor tiempo posible entre el momento en que lo conocemos y el momento en que estamos seguros, de una vez y para siempre, de nuestra caracterización es, como fue dicho muchas veces en este y otros blogs por este blogger, un arte. Un arte que no está al alcance de todos, al menos en niveles aceptables de ejecución.

Lo que no he dicho sobre este tema, y es hora de hacerlo, es de los riesgos que se corren en el ejercicio de ese arte. Son básicamente dos: la tentación lombrosiana y el prejuicio. El primer riesgo suele presentarse en las etapas de aprendizaje de ese arte y luego tiende a desaparecer a medida que el caracterizador avanza en su habilidad. Además, la tentación lombrosiana es vulnerable a la inteligencia, a la reflexión, o sea, a la voluntad. En cambio el prejuicio... es más difícil de contrarrestar. En el prejuicio prima la irracionalidad y ésta es fatal a la hora de interactuar con los semejantes.

Define el diccionario de nuestra lengua que el prejuicio es: Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Sin embargo, la definición pasa por alto la expresión del prejuicio, ya que difícilmente alguien asaltado por el prejuicio diga: no conozco lo suficientemente el tema o al sujeto, pero sostengo con tenacidad mi opinión desfavorable. No: quien padece el prejuicio elabora juicios accesorios que no suelen apuntar sobre la parte del desconocimiento de la cosa (un fallo propio), sino más bien que tienden a fundamentar el juicio a partir de axiomas elaborados previamente y en apariencia ajenos a la cosa. Un ejemplo típico sería el de una madre que acaba de conocer a la novia de su hijo y luego de que ella y su hijo se marcharon de la casa llamó a una cuñada para comentarle: No me gusta, es hija de un comisario, y ya sabés como son los policías, viste...

El ejemplo es burdo, por supuesto, pero sirve como ilustración. Nadie avezado en el arte de caracterizar al prójimo en poco tiempo y con total seguridad cometería ese pecado. Pero... los prejuicios son traicioneros y a veces nos asaltan, de puro jodidos que son.

Pongo un ejemplo tomado de la vida política, y que en definitiva es el que originó esta entrada. Un periodista le preguntó a Luis D'Elía qué pensaba de Fernando Pino Solanas. La anédocta no es de ahora, cuando ya más o menos todos tenemos un poco más en claro qué es Solanas, políticamente hablando, o cómo es Solanas, humanamente hablando. No: la anécdota es de buen tiempo atrás, cuando el desconocimiento acerca de los actos y dichos de Fernando Solanas que tenía el mundillo político y el público observador era mucho menor que el actual. Pues bien: la respuesta de Luis D'Elía fue esta, dicha con los modos irónicos que suele usar el dirigente social: Bueno, Pino Solanas es en realidad Fernando Ezequiel Solanas Pacheco, un cineasta de San Isidro.

La declaración irónica encierra un juicio político, pero la sospecha de que se apoya en un prejuicio surge solita. O, al revés, la declaración aparece prejuiciosa, aunque encierra un juicio ideológico,. Un juicio ideológico que podría traducirse así: es un buen tipo, pero a la hora de los bifes (resolución 125 en este caso) responde a su clase.

De todos modos, en este caso el prejuicio es manifiesto: la pertenencia de clase (en términos ideológicos, de conciencia) no se define por poseer apellidos colgantes o por vivir en barrios de gente rica, aunque la mayor parte de las personas ricas que usan apellidos colgantes piensen en correspondencia con la clase a que pertenecen. Y si a esta declaración de Luis D'Elía se suma a otras de igual tono realizadas por el mismo dirigente político durante su carrera pública, el prejuicio queda patentizado. Y si a eso se le suma, todavía, que Luis D'Elía elogió sin cortapisa alguna a Pino Solanas cuando éste firmó junto a él y a otros dirigentes, en 2007, un apoyo a Irán y una condena a Estados Unidos, el carácter de prejuicio de la observación que se analiza aquí queda patentizada. En aquel momento. Solanas era también Fernando Ezequiel Solanas Pacheco de San Isidro.

Es tan prejuicioso caracterizar a Fernando Solanas de terrorista internacional por su apoyo a la alianza Venezuela Irán y su condena a Bush, como caracterizarlo de cheto burgués por su posición no positiva en el conflicto de los patrones rurales contra el pueblo.

En el arte de caracterizar al prójimo, en este caso políticamente a Pino Solanas, los dos episodios cuentan. Como cuentan otros, anteriores y posteriores a esos dos. El secreto de sus ojos en Pino Solanas es pues, la serie fenoménica que, tal como lo denunciaron Husserl y Heidegger, y a su manera Sartre, el ser Solanas no está siquiera en la suma de la serie fenoménica, sino en la serie misma, por definición inasible e imposible de sumar. En otras palabras: el ser de Pino Solanas es algo más escurridizo a la subjetividad de quien lo juzga que el ser de algunos otros personajes de la vida pública, más prístinos. Recuerdo a mi lector que prístino significa primitivo, elemental.

De todas maneras, a Pino Solanas, como a cualquier otro miembro de esta compleja variedad biológica llamada humanidad, le cabe las generales de la ley: Hay (hubo o habrá) en su vida un único instante a partir del cuál él sabe (supo o sabrá) para siempre quién es. Extrapolando el juicio borgiano desde la subjetividad del sujeto a la subjetividad del sujeto que tiene a ese mimso sujeto como objeto de caracterización: ya habrá un único instante en la acción política de Pino Solanas a partir del cual sabremos para siempre quién es.

Como se ve, para no acometer prejuicio es necesario apelar a la reflexión. Se puede vencer al prejuicio, pero... aceptaré la idea de que el prejuicio está siempre latente.

Por ejemplo: no tengo ningún problema en manifestar este prejuicio que anido: Objetivamente, Fernando Solanas es, aquí y ahora, la chance más fuerte para desplazar, de la ciudad de Buenos Aires y por extensión de la patria, a las larvas fascistoides, peligrosísimas, que se han alojado en los intersticios del gobierno de la ciudad, a la espera de salir de sus encierros larváticos para invadir la patria toda. Ante esa perspectiva, surgida de la valuación objetiva de la realidad porteña actual, confieso este prejuicio: votaré a ojos cerrados a Fernando Ezequiel "Pino" Solanas Pacheco, cheto de San Isidro. El cineasta cheto, hermano, comparado con Mauricio Macri, vendría a ser algo así, prejuiciosamente hablando, como la reencarnación de Espartaco y el Túpac Amarú con cara de papá Noel sudaca, es decir, de gringo aindiado.

A menos, claro, que llegue ese instante a partir del cual estaría obligado a decir de Solanas alguna famosa admonición arltiana, como la que escuché esta mañana por la radio. Creo que ese momento no se ha dado. Yet. Aún. Es más, reflexivamente creo que creer que ese momento ya ha llegado es una redonda manifestación prejuiciosa.


Alfredo Arri.

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