lunes, 15 de marzo de 2010

El precio de la carne, la soberanía alimentaria y el superávit comercial.


Agronegocios.

La entrega de la soberanía alimentaria.
¿Por qué subió tanto el precio de la carne?

Reproduzco a continuación el primer apartado de un texto que el ingeniero Alberto Lapolla publicó con el título de Los 52 millones de toneladas de soja transgénica, la ética de los científicos y de los ingenieros agrónomos. El texto, que el autor dedicó, in memoriam, a Mariano Levin, consta de varios apartados. Este que reproduzco aquí es de una redonda claridad para comprender el impacto de la sojización, no sólo en el ecosistema en general, en la salud de los argentinos en particular, sino además en las consecuencias económicas que trae aparejada tal sojización. Principalmente, la pérdida o entrega de la soberanía alimentaria. Al pie de la cita, mi lector hallará el enlace para la lectura completa del texto.


Lo peor, peor está.
por Alberto Lapolla

Según todo indica, la cosecha de sojaRR (transgénica-forrajera) de esta campaña 2009-2010, orillará las 52 millones de Tm., abarcando la friolera de 19 millones de has. sembradas. Lo cual implica alrededor del 57 % de la producción total de granos y el 55% del área sembrada. Esto es, una profundización aún mayor del monocultivo sojero y del proceso de sojización. Proceso que pagamos destruyendo casi todas las demás actividades agrícolas y transformando a uno de los mejores ecosistemas del mundo para producir alimentos, en una factoría neocolonial de producción de ‘pasto-soja’, subsidiando la producción industrial de China, la India y la Unión Europea. Países que no desean producir materias primas a ser usadas en cadenas alimenticias secundarias, las que compran a países del Tercer Mundo (nosotros) mientras destinan todos sus recursos agrícolas a producir alimentos, sosteniendo su soberanía alimentaria, contrapartida de un proceso de industrialización exitoso, tal cual hicimos los argentinos entre 1945 y 1976.

La Argentina, por el contrario, destina la mayor superficie posible de de su feraz pradera pampeana (más de 35 millones de hectáreas) a producir parte de la cadena alimenticia de otros países, ignorando o debilitando la nuestra. Nuestro vecino Brasil, y el propio Chile -a pesar de su modelo neocolonial- no actúan así. De tal forma la otrora famosa soberanía alimentaria argentina es hoy cosa del pasado. Hecho que puede comprobarse en el reciente desmedido aumento del precio de la carne, debido a la reducción constante del stock y de la superficie ganadera, que la sojización produce, expulsando la ganadería a regiones marginales de menor productividad. De tal forma, la ganadería perdió desde el inicio de la sojización la increíble cifra de 13.5 millones de has. en Pampa húmeda y una cifra cercana a los 3 millones de cabezas por año, en las últimas cinco campañas, produciendo una drástica reducción del stock.

Este proceso viene unido a la concentración de la producción de carne para el mercado interno en los feed-lots, que hoy concentran casi el 80% de la producción de carne para consumo interno. Carne ‘chatarra’ contaminada con antibióticos, anabólicos, hormonas, vacunas, funguicidas, y sobre todo con animales alimentados sin pasturas naturales, con alto nivel de granos, lo cual altera totalmente su composición nutricional, afectando la salud de la población que los consume. Es decir, la de la mayoría de los argentinos, pues los feed-lots producen 11 de los 14 millones de cabezas de ganado que se faenan por año. El resto son animales criados a campo con pasturas, que van a exportación o a cortes de alto precio.

Lo mismo ocurre con las demás producciones desplazadas por la sojización, como la horticultura, la lechería, la fruticultura, la apicultura, y la producción familiar en general, lo cual ha afectado notoriamente los precios y la oferta -en cantidad y calidad- de frutas, verduras y lácteos. La producción familiar que debería ser la base de la recomposición de un modelo productivo, sano, solidario, democratizador, descentralizador y repoblador del campo argentino, y principalmente productor de alimentos, por el contrario es arrasada por las fumigaciones aéreas de glifosato -ya limitadas en los EE. UU., y Europa- y por los precios absurdos de la tierra sojizada.

A esto hay que sumarle la depredación al ecosistema, la contaminación de napas, fuentes de agua, arroyos y ríos, la exportación masiva de nutrientes que supera holgadamente los 1500 millones de doláres por año. La absoluta destrucción del bosque nativo. La destrucción de fuentes de trabajo: la sojaRR crea 2 puestos de trabajo cada 1000 has y destruye 9 de cada 10, debido a su técnica de cultivo por Siembra Directa. Sumemos también la expulsión masiva de pequeños chacareros y arrendatarios y la expulsión de comunidades indígenas que los sojeros producen y la degradación del suelo que la repetición del ciclo continuado soja-trigo-soja produce. Sumemos la destrucción de la flora, la fauna, la microflora, la microfauna, y la disminución masiva de la Biodiversidad, que la sojización produce en forma permanente y continuada desde 1995. Dejamos para el final, porque lo trataremos aparte, los graves efectos sobre la salud humana que producen los más de 300 millones de litros de agrotóxicos fumigados por campaña sobre la pampa sojizada y la población que la habita. De tal forma, si uniéramos todos estos costos colaterales y estructurales (los sistemas agrícolas no son circuitos económicos cerrados sino abiertos) que la sojaRR produce a nuestra economía y que hemos abordado en otros artículos, sería poco lo que nos restarían de los aproximadamente 19 mil millones de dólares en bruto, que reportará la enorme cosecha sojera. Y esos costos en algún momento habrá que asumirlos pues, año a año, iremos deteriorando nuestro ecosistema productivo, hasta acabar con el, sin posibilidad de retorno.

fuente: Alberto Lapolla, Los 52 millones...Texto completo, aquí.


Facebook de Alberto Lapolla.

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