viernes, 5 de febrero de 2010

Sobre Cristina y sus más recientes críticos.

Bitácora del ciudadano de a pie.

Mañana podré referenciarme otra vez.
Una crítica a un editorial de Carlos Gabetta.

Este ciudadano de a pie es lector consecuente de varias publicaciones periódicas, entre ellas Le Monde Diplomatique. Y lector consecuente, además, del responsable para la edición local, Carlos Gabetta. Pero en esta ocasión debo ser crítico de su editorial para el número de febrero, el último hasta hoy.

La crítica que Carlos Gabetta hace en ese texto al gobierno de Cristina Fernández no está desacertada en líneas generales, pero la considero, al menos, injusta. Y explico el porqué.

La primera mitad de su texto la utiliza Carlos Gabetta para autoreferenciarse, algo que es habitual en él. Pero, en general, los lectores somos piadosos con este tipo de manifestaciones de vanidad de nuestros autores favoritos y pasamos por alto tales muestras de vanidad.

En esa primera mitad del texto, pues, Carlos Gabetta da un inventario de citas propias sobre Cristina Fernández desde antes de que asumiera la presidencia. Citas que le permiten afirmar, ahora, a Carlos Gabetta, que las proposiciones de Cristina Fernández eran lúcidas. Pero en la segunda parte de su texto, que subtitula Terapia fallida, Gabetta dice que:

Superada ya la mitad de su mandato, es evidente que CF se ha apartado casi por completo de sus lúcidas proposiciones electorales. Aunque se trata de un ejercicio habitual entre políticos profesionales, lo que sorprende en CF es que su discurso, sus proposiciones y su estilo de campaña no fueron precisamente los habituales.

(…)

Tenía un buen diagnóstico, pero viene equivocándose con la terapia.

Da luego algunos ejemplos para ilustrar su afirmación:

Algunos ejemplos: en la cumbre de su popularidad y con mayoría en ambas cámaras, en lugar de presentar un proyecto de reforma fiscal integral (que incluyese, por ejemplo, a las finanzas), CF dictó la resolución 125, que le valió una derrota legislativa y el principio de su aislamiento.

(…)

Respecto a la deuda externa... en lugar de seguir el ejemplo de Correa, que ordenó una auditoría internacional sobre la deuda ecuatoriana para desarmar a los argumentos de su oposición; o de exponer claramente ante la sociedad la situación, sus propósitos y los planes para llevarlos a cabo, CF manejó el tema a los ponchazos.

(…)

Más de lo mismo con el caso de Aerolíneas Argentinas. Un problema en el que a este gobierno no le cabe ninguna responsabilidad; una renacionalización necesaria y apoyada por la sociedad se le está convirtiendo en otra losa política. El gobierno instaló allí una corte de favoritos, de dudosa competencia, que comienza a ser objeto de graves acusaciones y hace cosas como fletar aviones para asistir a partidos de fútbol en el extranjero.

(…)

Son ejemplos que podrían multiplicarse....


Como se ve, la enumeración de ejemplos para demostrar los errores de Cristina no es frondosa. Pero, vale para el análisis. Lo que más sorprende de la nota editorial de Carlos Gabetta es, sin embargo, este extraño cierre:

...¡qué no darían Lula, Bachelet y el frente amplio uruguayo por tener enfrente una oposición de derecha como la argentina! Pero, en lugar de armar una alternativa plural de izquierda, una fuerza propia, CF ha optado por la táctica de reflotar a las derechas; dotarse de un enemigo, de un cuco en el que ya nadie creía.

Así y como están las cosas, la alternativa progresista tendrá que esperar.

fuente: Carlos Gabetta, La deriva de Cristina Fernández, Le Monde Diplomatique, febrero 2010, pg. 3

Voy a comenzar por el final: La exclamación de Carlos Gabetta provoca una sospecha: ¿Conoce Gabetta a nuestra derecha? Uno debe presumir que sí. Pero la exclamación también permite la duda al respecto. Nuestra derecha es -estoy convencido de ello- una de las más lúcidas del continente. Tanto, que no pudiendo ganar nunca una elección; es decir, que por no lograr nunca el fervor popular, se ha pasado toda la historia política de los últimos ciento treinta años dándole al fraude electoral primero, al golpe militar después, y a la apropiación de una buena parte de un partido nacionalista popular como es el peronismo al final. Es más, algunos ortodoxos de una izquierda dura, y dada la condición de militar nacionalista del mismísimo Perón, y dada la altura del siglo XX en que parió el movimiento, el propio peronismo es una invención diabólica de la derecha. Pero dejando de lado esta última tesis, en eterno debate, el hecho cierto y concreto es que nuestra derecha política se ha servido del peronismo para gobernar en tiempos de democracia.

Tuvimos un Carlos Saúl Menem, recuerde usted, peronista folclórico y entrador entregado de pies y manos al neoliberalismo y al consenso de Washington. Fenómeno éste que el peronismo tomó con toda naturalidad en su momento, dado que el parto del bebé Menem nació en medio de las reverberaciones de la Caída del Muro . Y tenemos hoy, recuerde usted, varias ramas derechosas del justicialismo disputando el partido, el poder: las huestes del siempre listo boy scout Eduardo Duhalde por un lado, y un empresario colombiano-argentino admirador de don Sebastián Piñera, Francisco De Narvéz, que se planta en un programa de televisión -esta misma semana- ante un entrevistador complaciente, para convencer a las masas peronistas de que él es uno de los suyos. Y hasta un Mauricio Macri se quiere mostrar como tal cada vez que se pone la camiseta de Boca después de comprar picanas portátiles y jugar al fascismo con disfraz de Fredie Mercury. Y aun durante la dictadura más sangrienta no faltaron miembros de la junta que pretendieron armar, por ejemplo, la rama masserista del peronismo.

Es que a la derecha argentina le sucede exactamente lo mismo que a la izquierda argentina: el pueblo es caprichoso y tiene ese berretín del peronismo, ¿vistes?

Así, no es nada raro que, guiados por idéntica estrategia que la de la derecha, la izquierda también pretenda copar el partido de los trabajadores, orgánicamente articulado por el sindicalismo peronista, columna vertebral del movimiento justicialista. Esto es Argentina. El hecho maldito del mundo burgués (la frase más contundente y ambigua que se ha inventado para caracterizar al peronismo), existe.

La consigna de aquellos setentistas: el peronismo será revolucionario o no será nada -sentencia que comparto- es reflejo de esa estrategia por el lado de la izquierda. Por el lado de la derecha, los ejemplos son tantos y tan variopintos que sería aburrido exponer un inventario. Basten los ya mencionados Eduardo Duhalde y Francisco De Narváez, para la coyuntura de hoy.

Pero, hasta hoy, la realidad argentina es que el peronismo no es, ni revolucionario, ni ultraconservador. Es nuestra versión criolla de una democracia cristiana más o menos corporativista, marcadamente humanista, moderadamente audaz y decididamente contenedora de los humildes. Y la realidad argentina sigue siendo -hasta hoy- que el peronismo es el único partido con fortísimo arraigo popular. La ecuación arraigo popular=justicialismo da como resultado un factor poderoso en la política argentina que se llama -poco académica pero muy gráficamente- Aparato. La política argentina pasa por el Aparato y esta realidad es tan singular que impide cualquier análisis de laboratorio, teniendo por tal a los análisis que se realizan a partir de universalidades que, de tan abarcadoras, nihilizan toda singularidad. Y el peronismo es nuestra singularidad nacional.

Así las cosas, un proyecto progresista, o reformista, tibiamente audaz, se topará, no sólo con la derecha que la va de independiente y por afuera del Aparato, sino además con la derecha entretejida en el Aparato. La expresión de Carlos Gabetta -que comparto, por otra parte- de construir una fuerza propia, una alternativa plural de izquierda, no puede ser separada -hoy- de esa realidad mencionada más arriba. Esa alternativa se construye con el Aparato y dentro del Aparato, para afuera. El que cede el Aparato, pierde. Por supuesto, la estrategia es la misma de siempre: desplazar del Aparato a las fuerzas que se oponen. Que es lo que trata de hacer ahora la derecha y sus patas peronistas, dicho sea nuevamente.

La construcción de un frente amplio de izquierdas al modo uruguayo es un objetivo digno de ser puesto como tal por las fuerzas progresistas de la Argentina, pero, tal como lo reconoce Gabetta al cerrar su artículo, esa alternativa progresista tendrá que esperar. ¿Veinte años, como el FA? Pues en este caso no corre la gardeliana sentencia de que veinte años no es nada.

Por lo pronto, lo que tenemos ahora es un gobierno peronista. Ni Cristina Fernández, ni Néstor Kirchner abandonarán jamás el partido en el cual desarrollaron toda su actividad militante, ni nunca han manifestado querer hacerlo. Tenemos un gobierno peronista que, en la coyuntura internacional y regional, adoptó y adopta muchas de las políticas que desde el progresismo aspiramos. Que aspiramos siempre de una perspectiva de socialdemocracia audaz que, dadas las circunstancias históricas propias de nuestro país, es a lo único a lo que podemos aspirar en términos de objetivos realizables una vez desechada la violencia. Y tenemos un gobierno peronista que, en la coyuntura internacional y regional es una suerte de coraza contra la gran movida restauradora que, al modo de la Santa Alianza europea de principios del siglo XIX, atenta contra lo poco, poquísimo conquistado en estos malhadados países del Sur.

Fueron Cristina, Lula y Bachelet, entre otros, quienes fueron a ponerle el cuerpo a Bolivia cuando el imperio se lanzó contra Evo. Eso no es un dato menor. Eso es progresismo de hecho. Progresismo combatiente, militante. Fueron Cristina, Lula y el diplomático chileno Insulza quienes fueron a ponerle el cuerpo al golpismo hondureño, desmontando la farsa mediática sostenida desde la CNN. Eso es militancia progresista. Fue Cristina quien fue a Nueva York a enrostrarles a los popes del consenso de Washington: piensen en un plan B porque esto se les fue al carajo. Fueron Cristina y Lula quienes metieron a la OIT en el G20. Fueron Lula y Cristina quienes les hicieron borrar eso de la flexibilización laboral a los líderes del primer mundo en una declaración final. Todo eso es militancia progresista.

¿Quién puede imaginar a un Sebastián Piñera o a un Francisco De Narváez corriendo a ponerle el cuerpo a la Bolivia de Evo contra un intento golpista lanzado desde el Imperio? ¡Vamos, gente, seamos realistas!

¿Fue un error de Cristina no presentar un proyecto de reforma fiscal progresivo en la cima de la popularidad, con ambas cámaras en mayoría? ¿Quién lo dice? Si una resolución aduanera que tocaba el bolsillo de pools sojeros que venían obteniendo rentas extraordinarias, pero guarangamente extraordinarias, produjo lo que produjo en el 2008, ¿qué no habría producido entonces una reforma fiscal profunda si se hubiese presentado a consideración del Congreso?

Carlos Gabetta no conoce, evidentemente, el anecdotario nacional. Sin ir demasiado lejos: tenemos la denuncia del arrepentido Hernán Arbizu por lavado de dinero, fuga de divisas y evasión fiscal. No hay medio de comunicación que no tenga la documentación aportada por el denunciante, en la causa, fotocopiada y distribuida subrepticiamente. Ayer dijo un periodista radial, especializado en economía, al entrevistar al propio Arbizu: Tengo la copia de la lista aquí. Es para caerse de espaldas. Su lectura al aire llevaría meses. Y a esta anécdota -que no es menor- hay que sumar el reproche de Cristina Fernández a un periodista que en rueda de prensa le preguntó por una compra de dos millones de dólares que hizo Néstor Kirchner: Es un problema de vivir en blanco en la Argentina.

Una reforma fiscal profunda y de verdad es algo así como declarar la guerra contra todos: empresas, medios, políticos, periodistas, artistas y hasta simples heladeros de barrio. ¿Por qué no se propone a nivel internacional, por ejemplo, el cierre definitivo de los paraísos fiscales? Por la misma razón: es declarar la guerra contra todo el poder económico. La política es el arte de lo posible, bueno es recordarlo. Hay medidas que para imponerlas requieren una revolución, o un terremoto económico seguido de un tsunami social. No se dan estos factores en Argentina hoy.

Lo de Aerolíneas Argentinas no merece ni siquiera consideración de ser rebatido. Ese tipo de mención de desprolijidades, de las que Gabetta se hace eco, forman parte del folclore gorila nacional. ¿Quién determina que en Aerolíneas hay una corte de favoritos de dudosa competencia? ¿A quién le iban a dar la aerolínea? ¿A Sebastián Piñera? ¿A la Coalición Cívica? ¿A Mauricio Macri?

Y por último está el tema de la deuda externa y el ejemplo de Rafael Correa. Aquí podría haber hasta mala fe por parte del editorialista. La quita obtenida por Correa ni se compara -en términos absolutos- a la quita obtenida en su momento por Néstor Kirchner. Ahora Cristina quiere liquidar el resto de la deuda para quitar la calificación de default e ingresar al mercado de capitales. ¿A quién le iba a plantear esa necesidad en medio de un Congreso en el que está en minoría y muchos de cuyos componentes tienen una sola manía táctica: boicotear todo lo que haga el Gobierno de Cristina porque sí, porque es Cristina, mientras que el resto de esa oposición sólo quiere que Argentina regrese al fondo vía capítulo IV, o sea que viaje el ministro de economía con el frasco de vaselina en la mano?

Gobernar Argentina no es una tarea fácil para quien se ha decidido pararse de manos frente al poder real Es muy difícil, precisamente porque nuestra derecha es feroz, cerril, vengativa, malévola, destructiva, antinacional y malévolamente inteligente. Nuestros liberales históricos fueron alumnos dilectos de la escuela diplomática inglesa. Muy malignos y muy inteligentes. La perversidad absoluta. Sus herederos que del liberalismo decimonónico se pasaron -apenas vieron un obrero con el puño levantado- a la derecha más sanguinaria, heredaron todas esas mañas. Y Cristina demostró, una y otra vez, aguantando todas las andanadas de los lapidarios de turno, que estos tipos son tantos y tan variados que ni se pueden contar, que tiene el coraje que nadie tuvo en esta patria nuestra, desde hace muchas décadas.

En resumen: la posición de Gabetta en este ocasión despierta una sospecha: la del oportunista. Que podría traducirse en este pensamiento vulgar: Al kirchnerismo se le viene la noche y yo me abro. Así, dentro de unos meses podré autorreferenciarme otra vez. En fin. Sospecha. O, en el más piadoso de los casos, la presunción de que el arbolito ideológico le impide ver el bosque.


Alfredo Arri.

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