El coleccionista de casualidades.
Un relato dominguero.
Hacía mucho que no iba a dar una vuelta por el Parque Rivadavia en domingo. Hubo un tiempo en el que iba con frecuencia, como una forma nostálgica de la infancia, ya que, cuando niño, mi padre solía llevarme a comprar algunas “series” de estampillas. Después, de adulto, de cuando en cuando pasaba por el parque, no ya a comprar sellos postales o monedas (aunque no dejaba de dar una vuelta al árbol), sino para buscar algunos libros que no se hallaban en librerías. O que sí se hallaban, pero ahí podían comprarse a menor precio.
Este domingo fui, después de muchos años. Había cambiado un poco, claro. Pude comprobar que esa sospecha de que se colecciona de todo era una realidad. Merodean por el parque coleccionistas de todo.
Pero... siempre depara una sorpresa un paseo. Esta vez descubrí un coleccionista de casualidades. El tipo estaba ahí, con un improvisado puesto en el cual sólo había en exposición hojas de papel, escritas a mano.
-¿Qué son? -le pregunté, imaginando alguna revelación que me provocara un temblor en el bigote.
-Casualidades. -respondió el tipo, un hombre ya entrado en años, con barba a lo Escudé, o a lo Pérsico.
-¿Casualidades? -atiné a exclamar estúpidamente, ya que el tipo había sido claro.
-Sí, casualidades. Hay filósofos que afirman que las casualidades no existen. Que la casualidad no es tal, y que cuando aparece una es la expresión de una necesidad. Pero yo he demostrado que esa tesis es falsa. Las casualidades existen y yo las colecciono. Ya junté trece mil doce hasta hoy.
-¿Y las vende?
-Sí, por qué no. Dos pesos cada una. Hoy ya vendí doce. Y eso que estamos en plena época de vacaciones.
-¿Puedo ver?
-Sí, revuelva nomás. Éstas de este sector son de esta mañana.
Tomé una hoja. En realidad era media hoja de cuaderno, de aquellos cuadernos de viejo formato, no de los nuevos que son grandes. Y en esa media hoja, prolijamente recortada con tijera, y escritas con tinta azul claro, con una letra pequeña como de colegial medio tímido medio prolijo, estaban estas palabras:
Le regresé la hoja a la pequeña mesa plegable sobre la cual estaban las demás, primorosamente distribuidas y con una tuerca de hierro sobre cada una para anular la levedad vulnerable del papel a la brisa, y tomé otra:
Coloqué la hoja bajo la tuerca y tomé otra:
Volví a acomodar la hoja debajo de la tuerca y le regalé una sonrisa al hombre con la barba a lo Pérsico o a lo Escudé, como una forma de agradecimiento por dejarme revisar parte de la mercadería. Él también sonreía. Me permití una muestra de estúpida conmiseración:
-Tal vez debería vender sus casualidades en sobres cerrados. O no permitir tocar la mercadería, como hacen los verduleros... Es que hay tipos como yo, que tienen memoria fotográfica. Yo se los podría leer todos, a los cinco minutos ir al bar de enfrente, sentarme en una mesa y volverlos a escribir todos, casi textualmente.
El viejo me respondió con toda la amabilidad del mundo:
-Si todos tuvieran memoria, no digo fotográfica, sino memoria corriente, yo no tendría que andar coleccionando casualidades. Sencillamente no existirían.
Este domingo fui, después de muchos años. Había cambiado un poco, claro. Pude comprobar que esa sospecha de que se colecciona de todo era una realidad. Merodean por el parque coleccionistas de todo.
Pero... siempre depara una sorpresa un paseo. Esta vez descubrí un coleccionista de casualidades. El tipo estaba ahí, con un improvisado puesto en el cual sólo había en exposición hojas de papel, escritas a mano.
-¿Qué son? -le pregunté, imaginando alguna revelación que me provocara un temblor en el bigote.
-Casualidades. -respondió el tipo, un hombre ya entrado en años, con barba a lo Escudé, o a lo Pérsico.
-¿Casualidades? -atiné a exclamar estúpidamente, ya que el tipo había sido claro.
-Sí, casualidades. Hay filósofos que afirman que las casualidades no existen. Que la casualidad no es tal, y que cuando aparece una es la expresión de una necesidad. Pero yo he demostrado que esa tesis es falsa. Las casualidades existen y yo las colecciono. Ya junté trece mil doce hasta hoy.
-¿Y las vende?
-Sí, por qué no. Dos pesos cada una. Hoy ya vendí doce. Y eso que estamos en plena época de vacaciones.
-¿Puedo ver?
-Sí, revuelva nomás. Éstas de este sector son de esta mañana.
Tomé una hoja. En realidad era media hoja de cuaderno, de aquellos cuadernos de viejo formato, no de los nuevos que son grandes. Y en esa media hoja, prolijamente recortada con tijera, y escritas con tinta azul claro, con una letra pequeña como de colegial medio tímido medio prolijo, estaban estas palabras:
“El 29 de setiembre de 2004, el juez subrogante del Juzgado Federal de Mar del Plata, Facundo Caparelli, cerró con su firma, a última hora del último día de su permanencia en ese juzgado, la causa... que acumuló diez cuerpos durante más de cinco años y que podía llevar a la cárcel a casi cuatro decenas de funcionarios de la Secretaría de Agricultura y Pesca durante la gestión de Carlos Menem, con Solá a la cabeza.. fuente: Miradas al Sur, 14/02/10”
“...en la mañana del 30 de setiembre de 2004 se conoció la postulación del doctor Facundo Caparelli en una terna promovida por el Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires para el cargo de juez penal provincial. ¿Y quién era el promotor del ascenso de Caparelli? El principal favorecido por el fallo del día anterior, Felipe Solá, por entonces gobernador bonaerense. Fuente: la misma”
Le regresé la hoja a la pequeña mesa plegable sobre la cual estaban las demás, primorosamente distribuidas y con una tuerca de hierro sobre cada una para anular la levedad vulnerable del papel a la brisa, y tomé otra:
“Silvia Daniela Zanta, la esposa del espía Ciro James... Bárbara Diez, la esposa de Horacio Rodríguez Larreta... y Silvia Fraje, esposa del editor de Clarín Ricardo Kirchsbaum y ex colaboradora en el gobierno de Telerman... han cruzado llamadas telefónicas. Fuente: Miradas al Sur, 14/02/10”
“Muchas agencias de seguridad recomiendan a sus clientes que para mantener conversaciones sensibles con personas influyentes que no quieren quedar conectadas entre sí usen los teléfonos de sus mujeres. Fuente: la misma”.
Coloqué la hoja bajo la tuerca y tomé otra:
“En diciembre de 2009, la jueza federal de Mendoza, Olga Pura de Arrabal, falló a favor de la suspensión de la aplicación de la ley de medios, pedida por el diputado Enrique Thomas, amigo y socio de Vila.”
“La jueza de Mendoza, Olga Pura de Arrabal, falló a favor de impedir la instalación de una repitora de canal 7 en la provincia. En enero de 2008, y la entonces Directora Ejecutiva de Canal 7 Argentina, Rosario Lufrano, aseguraba: "llama la atención sobre el hecho de que en Mendoza es la única provincia donde un sólo grupo empresario, siempre el mismo, hace planteos para evitar las transmisiones, vulnerando un derecho humano como es el derecho a la comunicación”, y recordó que en 2007, el Canal instaló repetidoras en Mar del Plata, Bariloche, Neuquén, Santa Rosa, Comodoro Rivadavia, San Rafael y Mendoza. "Sólo en las dos últimas ciudades, empresas del grupo Vila-Manzano, hicieron presentaciones judiciales para pedir que el Canal interrumpiera sus transmisiones" fuente: informe reservado."
Volví a acomodar la hoja debajo de la tuerca y le regalé una sonrisa al hombre con la barba a lo Pérsico o a lo Escudé, como una forma de agradecimiento por dejarme revisar parte de la mercadería. Él también sonreía. Me permití una muestra de estúpida conmiseración:
-Tal vez debería vender sus casualidades en sobres cerrados. O no permitir tocar la mercadería, como hacen los verduleros... Es que hay tipos como yo, que tienen memoria fotográfica. Yo se los podría leer todos, a los cinco minutos ir al bar de enfrente, sentarme en una mesa y volverlos a escribir todos, casi textualmente.
El viejo me respondió con toda la amabilidad del mundo:
-Si todos tuvieran memoria, no digo fotográfica, sino memoria corriente, yo no tendría que andar coleccionando casualidades. Sencillamente no existirían.
Alfredo Arri
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