Avances en la epistemología.
La escuela argentina cunde.
La escuela argentina cunde.
Con la prolongada estancia de Mario Bunge en el extranjero; con la reciente muerte de Gregorio Klomovsky, la escuela epistemológica nacional se había estancado en una meseta y ya amenzaba con comenzar a declinar. Afortunadamente, la intelectualidad argentina, haciendo punta para cubrir la ausencia de esos tutores del correcto pensar, enriquecen la filosofía nacional con rígidas pero fecundas normas del pensamiento científico y aun filosófico.
Así, intelectuales de la talla de Mirtha Legrand, quien ha revitalizado el pensamiento lombrosiano. (Yo vi un señor, una facha... que dije: éste es un chorro. O bien: la gente tiene miedo de hablar en los restauranes porque los mozos pueden ser delatores), se suman otros adalides del pensamiento nacional a la movida de actualización del método en el pensamiento científico.
Tenemos otros ejemplos: Marcos Aguinis, recordado por su famoso argumento acerca del alcance socio-político del clientelismo en los dos cordones populosos del suburbano bonaerense: Yo viajé en un taxi cuyo conductor vive en el segundo cordón bonaerense y fue testigo del reparto de colchones por los punteros...
Guillermo Andino, célebre por su dura polémica con el doctor Carlos Juri acerca de los efectos de la anestesia en cuya mezcla se la altera rebajando los gases con agua, quien aportó un argumento irrebatible: Yo tengo un cuñado médico y sé muy bien de lo que hablo.
¿Quién no recuerda a Gabriela Michetti, describiendo la visión que en otros países del mundo se tiene del nuestro con un argumento imposible de refutar: Un señor importante que acaba de volver de Miami me dijo que no existimos.
Ahora se acaba de sumar a la movida renovadora de la epistemología nacional otro célebre intelectual, Joaquín Morales Solá, quien acaba de desayunarnos acerca de cuál es la repercusión social de la reciente actitud de Julio Cobos en la comisión bicameral. No sólo fue categórico para dar su diagnóstico, sino que lo apoyó en los oyentes de las radios que llamaban indignados.
Aunque esta innovación revolucionaria en sociometría recibió algunas críticas de encumbrados sociólogos que sostienen costosas consultoras, éstas no trascendieron al público, dado el respeto que los sociólogos de fuste tienen por don Morales Solá.
Pero el avance más extraordinario que ha tenido la epistemología ha sido la introducción del llamado factor K que, como tantos de las grandes saltos dialécticos en la historia del pensamiento, es anónimo. El factor K es aquél cuya utilización aniquila toda refutación argumental a cualquier concepto, por muy elaborado que sea.
Hasta antes de la aparición del factor K, la tarea del intelectual que se arrojaba a las turbulentas pero a la vez placenteras aguas de la polémica, debía remar duramente para arribar a puerto. Ahora todo es más sencillo.
Por ejemplo: Si un intelectual, luego de leer, por ejemplo, La Filosofía y el barro de la historia, concluía que José Pablo Feinmann es nada más que un divulgador de la filosofía y, además, de los malos, debía enfrascarse en largos y laboriosos meses para fundamentar su tesis y publicarla en un libro. No ya de ochocientas páginas, pero un libro al fin. Ahora no: Ahora ni siquiera es necesario leer el libro que se va a criticar. Basta con afirmar que José Pablo Feinmann es un filósofo K porque está conchabado por Encuentro, que es un canal K, para que se pueda afirmar cualquier cosa, pues con ese argumento basta y sobra para que el dictamen quede demostrado. En este caso sería: Feinmann es un filósofo K, por lo tanto es un filósofo trucho que, para disimular, publica un libro de filosofía que, siendo piadosos con él, podríamos decir que es un libro de divulgación, o mejor aún: un libro de divulgación y no de los buenos.
Nadie intereprete ligeramente que la introducción del factor K en la epistemología argentina es un equivalente del desalificador el chori y la coca con otro precio. No, nada de eso. El factor el chori y la coca es una descalificación clásica que descalifica al descalificador. En cambio el factor K no. El factor K es un argumento de peso que no descalifica al adversario con el que se pretende debatir, sino que, todo lo contrario, lo califica y, al calificarlo, se autocalifica el calificador. La prueba de esta última afirmación está en que a los intelectuales K en general no se los descalifica, sino que se les lanza una andanada de conmiseración: Pobres, están tan confundidos a partir del discurso tramposo de los K que los pobres infelices no saben lo que dicen.
Sin duda alguna, el factor K es la novedad más trascendente introducida por los intelectuales argentinos en los métodos para el correcto pensar. Y muy poderoso. Tanto, que si por ejemplo Susana Giménez fuese una consumada y militante actriz K, su famoso dictamen El que mata tiene que morir, sería rápidamente refutado hasta por lo más granado de la derecha nacional.
O más rotundo aún: si algún general K -Dios no lo quiera- decidiera desembarcar en Malvinas, el llamado a la defensa de la patria que harían nuestros intelectuales, lograrían una masiva incorporación de nuestros jóvenes a las fuerzas de Su Majestad la Reina y las gloriosas fuerzas imperiales del United Kingdom.
El factor K: Otro gran invento argentino, pues.
Alfredo Arri.
Así, intelectuales de la talla de Mirtha Legrand, quien ha revitalizado el pensamiento lombrosiano. (Yo vi un señor, una facha... que dije: éste es un chorro. O bien: la gente tiene miedo de hablar en los restauranes porque los mozos pueden ser delatores), se suman otros adalides del pensamiento nacional a la movida de actualización del método en el pensamiento científico.
Tenemos otros ejemplos: Marcos Aguinis, recordado por su famoso argumento acerca del alcance socio-político del clientelismo en los dos cordones populosos del suburbano bonaerense: Yo viajé en un taxi cuyo conductor vive en el segundo cordón bonaerense y fue testigo del reparto de colchones por los punteros...
Guillermo Andino, célebre por su dura polémica con el doctor Carlos Juri acerca de los efectos de la anestesia en cuya mezcla se la altera rebajando los gases con agua, quien aportó un argumento irrebatible: Yo tengo un cuñado médico y sé muy bien de lo que hablo.
¿Quién no recuerda a Gabriela Michetti, describiendo la visión que en otros países del mundo se tiene del nuestro con un argumento imposible de refutar: Un señor importante que acaba de volver de Miami me dijo que no existimos.
Ahora se acaba de sumar a la movida renovadora de la epistemología nacional otro célebre intelectual, Joaquín Morales Solá, quien acaba de desayunarnos acerca de cuál es la repercusión social de la reciente actitud de Julio Cobos en la comisión bicameral. No sólo fue categórico para dar su diagnóstico, sino que lo apoyó en los oyentes de las radios que llamaban indignados.
Aunque esta innovación revolucionaria en sociometría recibió algunas críticas de encumbrados sociólogos que sostienen costosas consultoras, éstas no trascendieron al público, dado el respeto que los sociólogos de fuste tienen por don Morales Solá.
Pero el avance más extraordinario que ha tenido la epistemología ha sido la introducción del llamado factor K que, como tantos de las grandes saltos dialécticos en la historia del pensamiento, es anónimo. El factor K es aquél cuya utilización aniquila toda refutación argumental a cualquier concepto, por muy elaborado que sea.
Hasta antes de la aparición del factor K, la tarea del intelectual que se arrojaba a las turbulentas pero a la vez placenteras aguas de la polémica, debía remar duramente para arribar a puerto. Ahora todo es más sencillo.
Por ejemplo: Si un intelectual, luego de leer, por ejemplo, La Filosofía y el barro de la historia, concluía que José Pablo Feinmann es nada más que un divulgador de la filosofía y, además, de los malos, debía enfrascarse en largos y laboriosos meses para fundamentar su tesis y publicarla en un libro. No ya de ochocientas páginas, pero un libro al fin. Ahora no: Ahora ni siquiera es necesario leer el libro que se va a criticar. Basta con afirmar que José Pablo Feinmann es un filósofo K porque está conchabado por Encuentro, que es un canal K, para que se pueda afirmar cualquier cosa, pues con ese argumento basta y sobra para que el dictamen quede demostrado. En este caso sería: Feinmann es un filósofo K, por lo tanto es un filósofo trucho que, para disimular, publica un libro de filosofía que, siendo piadosos con él, podríamos decir que es un libro de divulgación, o mejor aún: un libro de divulgación y no de los buenos.
Nadie intereprete ligeramente que la introducción del factor K en la epistemología argentina es un equivalente del desalificador el chori y la coca con otro precio. No, nada de eso. El factor el chori y la coca es una descalificación clásica que descalifica al descalificador. En cambio el factor K no. El factor K es un argumento de peso que no descalifica al adversario con el que se pretende debatir, sino que, todo lo contrario, lo califica y, al calificarlo, se autocalifica el calificador. La prueba de esta última afirmación está en que a los intelectuales K en general no se los descalifica, sino que se les lanza una andanada de conmiseración: Pobres, están tan confundidos a partir del discurso tramposo de los K que los pobres infelices no saben lo que dicen.
Sin duda alguna, el factor K es la novedad más trascendente introducida por los intelectuales argentinos en los métodos para el correcto pensar. Y muy poderoso. Tanto, que si por ejemplo Susana Giménez fuese una consumada y militante actriz K, su famoso dictamen El que mata tiene que morir, sería rápidamente refutado hasta por lo más granado de la derecha nacional.
O más rotundo aún: si algún general K -Dios no lo quiera- decidiera desembarcar en Malvinas, el llamado a la defensa de la patria que harían nuestros intelectuales, lograrían una masiva incorporación de nuestros jóvenes a las fuerzas de Su Majestad la Reina y las gloriosas fuerzas imperiales del United Kingdom.
El factor K: Otro gran invento argentino, pues.
Alfredo Arri.
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