Espectáculos.
Elogio de El Secreto de sus ojos.
El Secreto de sus ojos es una de las películas argentinas que más éxito ha tenido en décadas. No sólo porque movilizó a más de dos millones de espectadores a las salas de cine; o porque produjo sensación en España, no sólo porque recogieron -tanto la película como sus realizadores y/o protagonistas- varios premios importantes; sino, además, porque está en el exclusivo colectivo de películas seleccionadas para el Oscar a la mejor película extranjera.
Todo esto hace un redondo éxito. Pues bien: ¿qué provoca el éxito redondo de un grupo de argentinos entre sus compatriotas?
Antes de ensayar una respuesta para esa pregunta, declaro solemnemente que ya es hora de que empecemos a ajustar conceptos que manejamos mecánicamente, sin detenernos a analizar esos conceptos. Por ejemplo: argentinos. No hay argentinos, has varios tipos de argentinos. Declarado esto, regreso al tema del éxito de la película El Secreto...
Para una importante mayoría de los argentinos que, en conjunto, componen las clases más humildes: los excluídos, los trabajadores en negro, los que sobreviven de changas, los que se hacinan en barrios marginales, el éxito de la película no les va ni les viene. Son indiferentes a esa circunstancia, más allá de que muchos de ellos pudieron haber visto y gozado la película. Es decir, para este grupo de argentinos, la cuestión sobre lo que aquí se reflexiona -el éxito de El Secreto de sus ojos- no tiene, ni por asomo, el interés que les despertaría, por ejemplo, la participación de Boca o Ríver en la Libertadores, o la participación de la selección nacional de fútbol en Sudáfrica 2010.
Para otra importante mayoría de los argentinos, este vez los que conforman lo que solemos llamar capas medias urbanas, para quienes el consumo de los bienes culturales forma parte esencial de sus vidas, el éxito de El Secreto de sus ojos es motivo de una genuina alegría que, aun siendo ajena, les es propia. Son las multitudes que la vieron, la disfrutaron y la recomendaron. Andá a verla, flaco, es un peliculón. Para estos argentinos, el éxito de la película, de la cual participaron de alguna manera, es motivo de satisfacción, de alegría, de orgullo.
Ahora bien: pasemos a otras categorías de argentinos, notoriamente minoritarios en número. Por un lado, tenemos a los intelectuales. Entre éstos, muchos han criticado la película desde el punto de vista de la obra, con una mirada cinéfila, digamos. Éstos, que están en su derecho, han colocado a la película en la categoría de industrial, por oposición a la otras categorías, la de obra de arte, la de cine testimonial. Esta cuestión la dejo de lado, porque no es el tema de esta entrada. Sólo recuerdo que, para este grupo de argentinos, la película es criticable en términos de arte, o de cine. Pero, aun en este grupo, y respecto del éxito de la película, no hay nadie que no se alegre de ese éxito. Salvo excepciones muy contadas, todos esos críticos han manifestado que el éxito de la película es un factor que ayuda, favorece, a todo el cine argentino. Sentido común, que le dicen. Y salud mental, dicho sea al pasar.
Y, ¡al fin!, llegamos a la última categoría de argentinos a considerar aquí: me refiero a todos aquellos que tienen acceso a los medios masivos de comunicación para dar rienda suelta a un deporte nacional: la opinología alpedista.
Ya en su condición de conductores de programas de radio o televisión, ya en su condición de columnistas todo terreno de los diarios, esta runfla de opinadores alpedistas profesionales*, ante el éxito, cualquier éxito de muchos de nuestros compatriotas, reaccionan siempre igual: ¿Tiene mucho éxito Fulano? Entonces debe haber alguna trampa. En realidad, no se merece el éxito. Algún curro habrá escondido. Hablemos y escribamos para descubrir cuál es la trampa. Y allá van, a encender el tiramerdi. E inventan cualquier verdura que, tomadas en su conjunto, hacen un perfecto inventario de lugares comunes.
Declarado así, parecería que hay una suerte de forma de ser entre los opinólogos alpedólogos que consiste en tirarnos mierda a nosotros mismos, a toda hora. Y en realidad sí, es así, aunque con excepciones. En efecto, he aquí que se da la circunstancia de que casi todos los que te dicen que El Secreto de sus ojos es una peliculita del montón que no merece tanto bombo, son los mismos que festejan el éxito de, por ejemplo, un Marcelo Tinelli. Entonces, ¿qué es lo que pasa?
Ensayo una primera respuesta: Estos tipos celebran el éxito de Marcelo Tinelli porque el tiburón, cada vez que se da un festín de carne y sangre, permite que otros peces de poca monta coman de él. Reciben, de alguna manera, las migajas de ese éxito. En cambio el éxito de El Secreto... no les reporta nada. Si no me reporta nada, ¿por qué habría de celebrar el éxito de la película? ¿Porque ha sido nominada para el Oscar? ¿Y qué? ¿A quién le importa el Oscar? Y entonces se largan a pontificar contra los ciudadanos comunes y corrientes que, de puro bobos, celebraríamos el Oscar -si de diera- con idéntico alborozo íntimo al que sentiríamos si Argentina ganase la Copa Sudáfrica 2010. Pero estas excepciones en cuanto al éxito ajeno, como se verá, no son tales, sino que forman parte del mismo fenómeno.
¿Pueden manifestarse algunas críticas a la película? Sí, claro. ¿Por qué no? A la película y/o a los protagonistas. Pero más allá de las críticas que todos podríamos hacer a alguna parte de la película en particular, no podríamos afirmar, ni por asomo, que es una película más. O, como escribió una periodista colombiana que colabora con Crítica de la Argentina: hay en Holywood góndolas llenas de thrillers como El Secreto... Falso. Si un mérito sobresaliente tiene El Secreto de sus ojos es la relativa pero eficaz originalidad de su libro, de la trama.
Los temas de la amistad, el amor, la venganza, o la falta de justicia y la justicia con mano propia ante la falta de justicia, son temas universales que han sido tratado miles de veces y otros miles de veces más serán tratados por el cine y la literatura. Pero en El Secreto... han sido tratado con una originalidad eficaz. Relativa, pero real y eficaz.
En el libro de Eduardo Sacheri y en la realización de Juan José Campanella reside -en mi modesto entender- el éxito de El Secreto..., más allá de las muchas butacas que ocuparon admiradoras de Ricardo Darín a ambos lados del Océano.
¿Es una película industrial? Supongamos válida la categorización. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Todo lo contrario: si la intención de sus realizadores fue hacer una película para las masas, una película bien mainstream, una película para el gran mercado, entonces el mérito de su éxito es doble. Objetivo alcanzado. Si El Secreto... mereciese llevar el rótulo de cine industrial, entonces con más orgullo deberíamos colgarle el cartel Made in Argentina. Como Made in Argentina, precisamente. O como Esperando la carroza.
La razón de esta mala onda.
En este episodio del éxito de El Secreto de sus ojos y sus críticos impiadosos se expresa, una vez más, la penosa contradicción que existe entre el ánimo positivo, pujante, luminoso, de las personas corrientes, del pueblo, al menos en unagran parte de él, que no deja de ser mayoritaria, y la mala onda de los medios de comunicación de masas.
Mala onda que excede, para ser franco, la coyuntura actual en la que los medios descarrilaron del todo y no mezquinan esfuerzos para crear climas de desánimo, de desaliento, de terror, de parálisis. No, esa mala onda contra todo lo nacional, toda esa tiña contra el éxito del compatriota cuando éste no forma parte de la farándula canonizada, viene de lejos. Treinta años tal vez. Forma parte de una campaña destinada a impedirnos a los argentinos, por todos los medios, a mirarnos hacia nosotros mismos, a valorizarnos, a apostar al éxito. De una campaña que nos empuja, permanentemente, a mirar hacia afuera para buscar modelos a imitar. Y que, para no abusar de ese modo de presentar las cosas y con ese abuso delatarse, hacen las excepciones tolerables: los canonizados exitosos de los medios. Los exitosos a imitar. Así, celebran el éxito de Marcelo Tinelli, sostienen el éxito de Susana Giménez, encarecen el éxito de Mirtha Legrand, porque todos estos son funcionales a la campaña de desánimo nacional. No sólo porque tiran mala onda cuando se da la ocasión, sino porque estimulan el modelo a seguir: la celebración de la vaciedad, de la nada, de la chabacanería, de la vulgaridad, de la desvalorización de la mujer, del individualismo procaz, del tanto tenés tanto valés.
No sé si El Secreto de sus ojos traerá el Oscar o no. En pocos días se sabrá. Pero lo que sí sé es que a una inmensa mayoría del pueblo nos gustó, la tenemos por peliculón y nos sentiríamos felices íntimamente si tal nuevo éxito se sumara al ya obtenido.
Alfredo Arri.
* NOTA. No se me pasa por alto que yo mismo soy un opinólogo alpedista. Pero, hay una pequeña diferencia: no me la creo ni se la hago creer a nadie. Esta es mi casa, escribo lo que quiero, tarola, y a nadie engaño blandiendo títulos que no tengo.
Todo esto hace un redondo éxito. Pues bien: ¿qué provoca el éxito redondo de un grupo de argentinos entre sus compatriotas?
Antes de ensayar una respuesta para esa pregunta, declaro solemnemente que ya es hora de que empecemos a ajustar conceptos que manejamos mecánicamente, sin detenernos a analizar esos conceptos. Por ejemplo: argentinos. No hay argentinos, has varios tipos de argentinos. Declarado esto, regreso al tema del éxito de la película El Secreto...
Para una importante mayoría de los argentinos que, en conjunto, componen las clases más humildes: los excluídos, los trabajadores en negro, los que sobreviven de changas, los que se hacinan en barrios marginales, el éxito de la película no les va ni les viene. Son indiferentes a esa circunstancia, más allá de que muchos de ellos pudieron haber visto y gozado la película. Es decir, para este grupo de argentinos, la cuestión sobre lo que aquí se reflexiona -el éxito de El Secreto de sus ojos- no tiene, ni por asomo, el interés que les despertaría, por ejemplo, la participación de Boca o Ríver en la Libertadores, o la participación de la selección nacional de fútbol en Sudáfrica 2010.
Para otra importante mayoría de los argentinos, este vez los que conforman lo que solemos llamar capas medias urbanas, para quienes el consumo de los bienes culturales forma parte esencial de sus vidas, el éxito de El Secreto de sus ojos es motivo de una genuina alegría que, aun siendo ajena, les es propia. Son las multitudes que la vieron, la disfrutaron y la recomendaron. Andá a verla, flaco, es un peliculón. Para estos argentinos, el éxito de la película, de la cual participaron de alguna manera, es motivo de satisfacción, de alegría, de orgullo.
Ahora bien: pasemos a otras categorías de argentinos, notoriamente minoritarios en número. Por un lado, tenemos a los intelectuales. Entre éstos, muchos han criticado la película desde el punto de vista de la obra, con una mirada cinéfila, digamos. Éstos, que están en su derecho, han colocado a la película en la categoría de industrial, por oposición a la otras categorías, la de obra de arte, la de cine testimonial. Esta cuestión la dejo de lado, porque no es el tema de esta entrada. Sólo recuerdo que, para este grupo de argentinos, la película es criticable en términos de arte, o de cine. Pero, aun en este grupo, y respecto del éxito de la película, no hay nadie que no se alegre de ese éxito. Salvo excepciones muy contadas, todos esos críticos han manifestado que el éxito de la película es un factor que ayuda, favorece, a todo el cine argentino. Sentido común, que le dicen. Y salud mental, dicho sea al pasar.
Y, ¡al fin!, llegamos a la última categoría de argentinos a considerar aquí: me refiero a todos aquellos que tienen acceso a los medios masivos de comunicación para dar rienda suelta a un deporte nacional: la opinología alpedista.
Ya en su condición de conductores de programas de radio o televisión, ya en su condición de columnistas todo terreno de los diarios, esta runfla de opinadores alpedistas profesionales*, ante el éxito, cualquier éxito de muchos de nuestros compatriotas, reaccionan siempre igual: ¿Tiene mucho éxito Fulano? Entonces debe haber alguna trampa. En realidad, no se merece el éxito. Algún curro habrá escondido. Hablemos y escribamos para descubrir cuál es la trampa. Y allá van, a encender el tiramerdi. E inventan cualquier verdura que, tomadas en su conjunto, hacen un perfecto inventario de lugares comunes.
Declarado así, parecería que hay una suerte de forma de ser entre los opinólogos alpedólogos que consiste en tirarnos mierda a nosotros mismos, a toda hora. Y en realidad sí, es así, aunque con excepciones. En efecto, he aquí que se da la circunstancia de que casi todos los que te dicen que El Secreto de sus ojos es una peliculita del montón que no merece tanto bombo, son los mismos que festejan el éxito de, por ejemplo, un Marcelo Tinelli. Entonces, ¿qué es lo que pasa?
Ensayo una primera respuesta: Estos tipos celebran el éxito de Marcelo Tinelli porque el tiburón, cada vez que se da un festín de carne y sangre, permite que otros peces de poca monta coman de él. Reciben, de alguna manera, las migajas de ese éxito. En cambio el éxito de El Secreto... no les reporta nada. Si no me reporta nada, ¿por qué habría de celebrar el éxito de la película? ¿Porque ha sido nominada para el Oscar? ¿Y qué? ¿A quién le importa el Oscar? Y entonces se largan a pontificar contra los ciudadanos comunes y corrientes que, de puro bobos, celebraríamos el Oscar -si de diera- con idéntico alborozo íntimo al que sentiríamos si Argentina ganase la Copa Sudáfrica 2010. Pero estas excepciones en cuanto al éxito ajeno, como se verá, no son tales, sino que forman parte del mismo fenómeno.
¿Pueden manifestarse algunas críticas a la película? Sí, claro. ¿Por qué no? A la película y/o a los protagonistas. Pero más allá de las críticas que todos podríamos hacer a alguna parte de la película en particular, no podríamos afirmar, ni por asomo, que es una película más. O, como escribió una periodista colombiana que colabora con Crítica de la Argentina: hay en Holywood góndolas llenas de thrillers como El Secreto... Falso. Si un mérito sobresaliente tiene El Secreto de sus ojos es la relativa pero eficaz originalidad de su libro, de la trama.
Los temas de la amistad, el amor, la venganza, o la falta de justicia y la justicia con mano propia ante la falta de justicia, son temas universales que han sido tratado miles de veces y otros miles de veces más serán tratados por el cine y la literatura. Pero en El Secreto... han sido tratado con una originalidad eficaz. Relativa, pero real y eficaz.
En el libro de Eduardo Sacheri y en la realización de Juan José Campanella reside -en mi modesto entender- el éxito de El Secreto..., más allá de las muchas butacas que ocuparon admiradoras de Ricardo Darín a ambos lados del Océano.
¿Es una película industrial? Supongamos válida la categorización. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Todo lo contrario: si la intención de sus realizadores fue hacer una película para las masas, una película bien mainstream, una película para el gran mercado, entonces el mérito de su éxito es doble. Objetivo alcanzado. Si El Secreto... mereciese llevar el rótulo de cine industrial, entonces con más orgullo deberíamos colgarle el cartel Made in Argentina. Como Made in Argentina, precisamente. O como Esperando la carroza.
La razón de esta mala onda.
En este episodio del éxito de El Secreto de sus ojos y sus críticos impiadosos se expresa, una vez más, la penosa contradicción que existe entre el ánimo positivo, pujante, luminoso, de las personas corrientes, del pueblo, al menos en unagran parte de él, que no deja de ser mayoritaria, y la mala onda de los medios de comunicación de masas.
Mala onda que excede, para ser franco, la coyuntura actual en la que los medios descarrilaron del todo y no mezquinan esfuerzos para crear climas de desánimo, de desaliento, de terror, de parálisis. No, esa mala onda contra todo lo nacional, toda esa tiña contra el éxito del compatriota cuando éste no forma parte de la farándula canonizada, viene de lejos. Treinta años tal vez. Forma parte de una campaña destinada a impedirnos a los argentinos, por todos los medios, a mirarnos hacia nosotros mismos, a valorizarnos, a apostar al éxito. De una campaña que nos empuja, permanentemente, a mirar hacia afuera para buscar modelos a imitar. Y que, para no abusar de ese modo de presentar las cosas y con ese abuso delatarse, hacen las excepciones tolerables: los canonizados exitosos de los medios. Los exitosos a imitar. Así, celebran el éxito de Marcelo Tinelli, sostienen el éxito de Susana Giménez, encarecen el éxito de Mirtha Legrand, porque todos estos son funcionales a la campaña de desánimo nacional. No sólo porque tiran mala onda cuando se da la ocasión, sino porque estimulan el modelo a seguir: la celebración de la vaciedad, de la nada, de la chabacanería, de la vulgaridad, de la desvalorización de la mujer, del individualismo procaz, del tanto tenés tanto valés.
No sé si El Secreto de sus ojos traerá el Oscar o no. En pocos días se sabrá. Pero lo que sí sé es que a una inmensa mayoría del pueblo nos gustó, la tenemos por peliculón y nos sentiríamos felices íntimamente si tal nuevo éxito se sumara al ya obtenido.
Alfredo Arri.
* NOTA. No se me pasa por alto que yo mismo soy un opinólogo alpedista. Pero, hay una pequeña diferencia: no me la creo ni se la hago creer a nadie. Esta es mi casa, escribo lo que quiero, tarola, y a nadie engaño blandiendo títulos que no tengo.
No coincido que los argentinos de la clase màs humilde sea indiferente o incapaz a una reflexiòn sobre el èxito de la pelicula...es contradictorio con lo que escribis al final..."tanto tenès tanto vales"
ResponderEliminarHola, Andrea.
ResponderEliminarGracias por visitar el blog y dejar tu comentario en él.