martes, 9 de febrero de 2010

De conspiraciones y paranoias.


Bitácora del ciudadano de a pie.

Conspiración.

Hace apenas unos días, el señor Carlos Pagni publicó una nota con la cual pretendió dar una vuelta de tuerca más a favor el argumento que los conspiradores tienen para demostrar que no existen conspiraciones: quienes agitan ese fantasma de la conspiración destituyente son paranoicos; y la peor de las paranoias es la que se instala en la cabeza de quienes nos gobiernar. Algún otro colaborador de ese mismo diario se permitió el lujo de estampar el vocablo brote.

Lo hizo -Carlos Pagni- con las mejores herramientas de que dispone un periodista de nota: hacer los deberes, como se decía antes, hacer la tarea, como se dice en estos días. En efecto, el señor Carlos Pagni recorrió un par de enciclopedias, llamó a algunos especialistas en la psiquis humana que seguramente guarda en su agenda de contactos, y elaboró un texto para que su clientela, al leerlo, exclamara para sí, mientras masticaba la medialuna del desayuno: Vaya, este tipo sí que sabe.

Confieso que en el momento de leer esa nota quedé sorprendido. ¿Cómo es -me pregunté- que La Nación le encargara nada menos que a Carlos Pagni esa nota destinada, como dije, a darle más torque a la famosa tuerca desestabilizadora?

Porque hay que recordar que Carlos Pagni, meses atrás, fue sorprendido por una cámara oculta en la cual se lo muestra en plena transacción comercial con un fin en apariencia espurio: manipular información macroeconómica con el propósito de favorecer o perjudicar a una de las partes en una compraventa de títulos de una megaempresa. La parte a perjudicar era una cercana al oficialismo. El vídeo sólo muestra. Está en la Justicia la causa que investiga ese hecho.

En su momento, el periodista hizo su descargo mediático diciendo que vendía información privada a sus clientes, en una suerte de práctica periodística que circula en las sombras, a pesar de su legalidad. Pero el hecho cierto y objetivo es que el señor Carlos Pagni, luego de ese episodio aún no resuelto, sólo publicó notas de opinión de carácter político, es decir, lo más lejos posible de la información sensible para los mercados y el mundo empresarial. Mundo y ámbito por los que circulan, bueno es recordarlo a pesar de su obviedad, todos los cauces del dinero y sus afluentes.

Por supuesto, en un comentario al pie de la nota del columnista de La Nación expresé, a mi modo, ese asombro. Mi comentario, limitado a los mil caracteres, decía así:

La proliferación de datos, de unidades de información, aisladas pero a la vez tangencialmente conectadas, favorece la actitud paranoide. Por ejemplo: un señor está cenando en su casa y ve por la tele un video de un periodista que aparenta estar negociando el manejo de una información a cambio de dinero. ¡La pucha!, se dice el manso señor: esto parece una conspiración. Luego busca y halla datos aislados que encajan en ese puzzle conspirativo y la paranoia entra a funcionar a mil. Afortunadamente hay un método casero para salir de esa paranoia, que es este: ¿Tiene hocico de perro; ladra como un perro; mueve la cola como un perro; huele como un perro? Si a todas esas preguntas corresponde un sí, entonces el animalejo es un perro. Y el método sirve tanto como para evitar caer en una teoría conspirativa, en la paranoia, como para confirmar esa teoría con los hechos. Porque, como las brujas, las conspiraciones no existen, pero que las hay, las hay.

En menos palabras, mi comentario se podría leer simplemente así: ¿Justo usted con este tema? ¿Y por casa cómo andamos? ¿No se le ocurrió pensar por un momento que usted mismo y su affaire youtubesco es uno de los elementos a considerar en una conspiración?

Pero, más allá de dejar ese registro para que quede constancia de que, al menos uno de sus lectores, no dejó pasar por alto la imprudente incursión del periodista en el tema de la conspiración sí, conspiración no, dejé también sugerida la idea de que las conspiraciones son una realidad innegable y que la prueba de esa existencia se manifiesta en una serie de datos en apariencia aislados que, al ser conectados por el consumidor de medios, muestran la punta de una conspiración.

Todo el mundo sabe -a pesar de lo cual no está de más remarcarlo- que las llamadas teorías conspirativas de la historia existen como tales y gozan de períodos de fama, por la sencilla razón de que existen consumidores que, con su alta credulidad y muy escaso espíritu crítico, las alimentan. En realidad alimentan -y muy bien- a los autores de las tan populares teorías conspirativas que aprovechan su habilidad para armar puzzles con piezas que encajan a duras penas a la fuerza y presentan el resultado de sus “investigaciones” dejando de lado todas aquellas piezas que no les fueron útiles para armar su “obra”.

Así que, desde el vamos, hay que aclarar una vez más que aquí en esta entrada no se discurre sobre las teorías conspirativas de la historia, cuyo conjunto no es más que una rama del márketing editorial, sino de la conspiración en sí misma, como categoría o concepto político o histórico-político.

Con mucho más autoridad que este humilde ciudadano de a pie, Horacio González, actual director de la Biblioteca Nacional y miembro conspicuo de Carta Abierta, publica hoy en Página/12 un arduo texto alrededor de la conspiración. A ese texto, pues, remito a mi lector.

Algunos párrafos destacados del texto de González rezan:

¿Hay conspiración en la Argentina? Ni hace falta la pregunta, porque se refiere a un objeto inhallable, pero real. No son necesarias sedes físicas, ni proyectos previamente aprendidos por los conjurados. La conspiración es lo más visible que hay. Son hilos comunicacionales a la vista. En cualquier sociedad que vive horas intranquilas, la conspiración es un “sentimiento oceánico”. Una forma mental, una hipótesis de trabajo político. Y también la imaginería irreversible que permite iniciar toda conversación cotidiana.

Nuestros republicanos de último momento (ellos desconocen la historia de este gran concepto) creen que una armonía juramentada entre las instituciones, las equilibradas relaciones entre Parlamento, Poder Judicial y Ejecutivo, son el único basamento de la lógica social. No dice lo mismo la historia del pensamiento político, que estudia precisamente la lucha subterránea entre esas instituciones. Se llama política a la catarsis palpable de esas luchas. Este diferendo es el hilo de toda cuestión institucional. Procurar un nuevo compromiso “alberdiano” en la Argentina no sólo exige refundar las instituciones estatales sino repensar el nuevo poder constitutivo de las manufacturas productoras de arquetipos morales y perceptivos. Esto es, los medios de comunicación. Es precisamente esa ignorancia “republicana” en los factores que desequilibran profundamente el cuadro clásico de poderes lo que los hace ser utópicos sin que lo quieran, mientras que el gran republicanismo democrático hace del realismo crítico su gran utopía constructora. Hay un republicanismo deshistorizado y un republicanismo a reconstituir, y éste último presupone profundizar la vida democrática.

De alguna manera, la conspiración siempre debe estar a la luz del día, tal como les recomendaba Chesterton a sus simpáticos conspiradores. No cabe otra posibilidad en este tiempo de las imágenes seriales como señuelo del pensamiento colectivo. Los momentos de expresión del desasosiego en la realidad de las ciudades son tumultuosos. Pero es calculadamente administrada la retórica de producción de imágenes. Ellas encuadran el tumulto y la agitación con decisiones finales de montaje. La revuelta como “pasión oceánica” y la institución ordenadora por imágenes clasificadas son una pinza antirrepublicana al gusto de los nuevos republicanos mediáticos. No están en disposición de pensar un problema, como el republicanismo que acompañó las grandes luchas sociales, sino en actitud de estar “atropellados”. Se sienten arrollados, se proclaman vulnerados, están siempre alarmados. No son subjetividades históricas, que buscan sus símbolos y lenguajes, sino imágenes etéreas que consideran resumir la historia en cada una de sus apariciones. No saben hasta qué punto ese hecho carcome las bases mismas de la democracia republicana y social que hay que rehacer en la Argentina.

fuente: Horacio González. Conspiración y República, en Pagina/12, 09/02/10. Texto completo: aquí.


Y el daño que estos conspiradores están produciendo en la sociedad es enorme porque enorme es la capacidad de daño de estos conspiradores republicanos de última hora, como los llama el autor. Su acción conspiradora nos conduce a la pérdida gradual de la resolución de la confrontación de intereses en el escenario pacífico y a la vez turbulento del republicanismo democrático. En otras palabras, nos conduce a una pérdida gradual de la paz. Una acción conspiradora que terminará arrojándonos, ¡otra vez!, a una nueva inversión de la tantas veces invertida -como lo ha señalado Focault- fórmula de von Clausewitz.

Quizás podría introducir un interrogante al último dictamen del texto de González aquí citado: ¿No saben? ¿O sí saben y lo provocan igual? Creo que la respuesta es obvia: los conspiradores lo saben y lo provocan. Esto va por definición. Los que siguen a los conspiradores babeándose al momento de pronunciar las pomposas palabras del republicanismo que recuerdan de los Resúmenes Lerú, no lo saben. Y después, cuando las consecuencias trágicas produzcan la luz para la mirada retrospectiva, estos últimos dirán, como los chicos: yo no fui.


Alfredo Arri

o0o

No hay comentarios:

Publicar un comentario