La runfla.
El espectáculo patético que ofrecieron ayer el colectivo de los senadores del partido A -Antioficialismo a como dé lugar- fue digno de una película de múltiples géneros. Drama, tragicomedia, ópera bufa, comedia chusca. Nunca vi nada igual. Jamás en mi larga vida pensé que los políticos profesionales de mi patria habrían de llegar tan bajo en los niveles de la dignidad humana. De verdad. Dieron asco. Produjeron náuseas. ¿Cómo es posible -se preguntaba la Negra a viva voz en medio de la catarsis mediática de los militantes del conglomerado A- que todos estos tipos hayan perdido hasta las últimas hilachas de su dignidad?
Nuestros políticos que conforman el variopinto colectivo antiK, salvo honrosas excepciones, no pueden salir de la trampa en la que se encuentran metidos. Yo tengo para mí que ese confinamiento vergonzante es por propia voluntad. Pero no hay que desechar así nada más la idea de que muchos de ellos sean víctimas de extorsión lisa y llana. Los famosos cadáveres en el ropero. Podría ser. En su reaparición pública luego de su cirugía, Néstor Kirchner dejó entrever que algo de esto podría haber. Es más: les pidió coraje para liberarse de esas ataduras. Pero no hay caso: ya sea por propia voluntad, ya sea porque el establishment y sus medios los tienen bien agarrados de los fondillos, casi todos los políticos que conforman el partido del espanto siguen comportándose como títeres. Se les ven demasiado los hilos. Es imposible que lo puedan disimular con una retórica grandilocuente. Con eso no hacen más que mostrar con más claridad sus odios, sus miserias. En la sesión catártica que siguió a la retirada de los senadores del oficialismo, uno de los senadores dijo, abusando de ese discurso estúpido que ya no es ni pour la galerie: Nosotros abrimos nuestros brazos... La Negra no pudo resistir: “De piernas se abrieron, hijos de puta...”
La Negra es así: temperamental. Pero, ¿con qué argumentos podría lograr que bajara el tono de sus observaciones? Ninguno. Su réplica no era nada argumental, es verdad, pero es gráfica. El símil chusco vale.
¿Qué tienen en común Gustiniani y Reutemann?, preguntó después. La soja, Negra, la soja, le repliqué, recordándole que nunca deja de haber intereses de por medio. La soja, Negra, la soja. Los dos comparten los mismos votantes: los gringos de la pampa húmeda que viven, directa o indirectamente, de la explotación de moda. Estamos a las puertas de la cosecha gruesa, y hay que poner la tarasca de las retenciones. El gringo está caliente. Hay que mostrarse anti K sí o sí. En Santa Fe, y en toda la pampa húmeda en general.
Nadie debería asombrarse de las actitudes de Reutemann, o de Giustiniani, o de otros. Son coherentes con sus limitaciones. Yo no me asombro. Pero sí me asombro de las actitudes de otros. Sobre todo de los radicales. No puedo hallar explicación alguna, como no sea la de conjeturar que están entregados de pies y manos al poder económico y mediático. Como las perlas bíblicas, sus principios se los están comiendo los cerdos.
¿Cómo es que estos tipos no cejan en una retórica agresiva, malévola, insultante, baja, hasta soez? ¿Cómo es posible que quienes se babean hablando de republicanismo se caguen redondamente en la República? ¿Hasta dónde piensan ejercer la enorme capacidad de daño que producen día a día, hora a hora?
La más triste de las realidades no es que toda la runfla desfile de a uno y obedientemente para oponer sus caripelas en los confesionarios de los programas de televisión con que el establishment ejerce el poder, para parlotear desde ahí los guiones escritos por los escribas del sistema. No, eso no es lo triste. Cada uno es libre de participar en los bolos que quiera. Lo verdaderamente triste es que vayan a poner el culo en los sillones del Congreso para llevar allí esos mismos argumentos del establishment, para entremeter las imposiciones del establishment. Para ejercer la tan famosa dictadura de la mayoría que tanto critican.
O se hace como lo anticipan por las mañanas Clarín y La Nación o no se hace. Si esto no es patético, entonces no sé qué podría serlo.
Queremos todas las comisiones y queremos ser mayoría en todas, dicen sueltos de cuerpo y flojitos de vergüenza. ¿Por qué? Porque es lo que han sugerido los accionistas Morales Solá Producciones y Asociados. Porque es lo que se anticipa en los diarios por la mañana. Somos la mayoría. Somos la oposición.
¿Qué mayoría? ¿Qué oposición? Que la gilada que lee los diarios sin leerlos crea en el bolazo ése de la mayoría del setenta y ocho por ciento vaya y pase. Pero que los políticos profesionales vayan con esa imposición mediática nada menos que al Senado, rompiendo todas las reglas y tradiciones centenarias, es imperdonable. Es vergonzoso. Para decirlo con palabras de la Negra: se abrieron de piernas al poder agromediático.
Carlos Saúl Menem faltó a la cita. Esto no significa nada, porque nadie medianamente informado en la patria, o incluso los boludos alegres pero con memoria, puede confiar qué hará o dejará de hacer el ex presidente. Es la encarnación autóctona del principio de incertidumbre establecido por Heisenberg. Es así de sencillo. La semana próxima, tal vez pueda el partido A -Antioficialismo a como dé lugar-, La Runfla, imponer la dictadura de la mayoría. Pero sí sirvió para algo: para mostrar al pueblo, a través de las cámaras de los canales de cable, el espectáculo patético de los senadores que han arrojado su dignidad al lujoso chiquero de Expoagro.
De lo único que se puede estar seguro de Carlos Menem es esto: jamás cerrará un acuerdo con un cuatro de copas. Carlos Menem cerró un acuerdo con Raúl Alfonsín porque tenía plena conciencia de que era un par suyo, porque estaba consciente de que ambos eran dos bronces que caminaban por la Quinta de Olivos. Si Carlos Menem cierra un acuerdo será con los dueños del circo, no con los payasos. Y se asegurará de que aparezca en la foto después de la firma. A los tibios los escupe Dios, sentenciaba el ex presidente. Nadie lo dude: en el fondo de su ser, aunque la odie por diferencias irreconciliables, y aunque jamás lo confiese, Carlos Saúl Menem ha de sentir por Cristina Fernández la admiración que se tiene por los que tienen las pelotas bien puestas para ejercer el poder. Y por un Adolfo Rodríguez Saa, o un Fernando De La Rúa, un profundo desprecio. Quien dude de esto, si tiene algunos años, ha vivido al pedo.
A Carlos Menem se le adjudican y adjudicarán las peores calamidades que sufrió la patria en toda su historia democrática. Yo me sumo a esa crítica despiadada. Pero de Carlos Menem no se puede decir que sea un cuatro de copas. Ha sido dos veces presidente de la Nación y asumió, con un coraje que sólo es propio de los grandes líderes, ponerse en la cresta de la ola neoliberal, allá por aquellos de la borrachera neoliberal. Carlos Menem, como Raúl Alfonsín, como Cristina Fernández, como Néstor Kirchner, serán discutidos en miles, cientos de miles de libros de historia argentina y aun mundial, y durante décadas si no siglos. Al menos mucho más allá de que los nombres de Gerardo Morales, Joaquín Morales Solá, o el Negro Morales, el wing izquierdo que la gastaba en el barrio, hayan sido borrados del recuerdo de los hombres por el implacable olvido.
La Runfla A, francamente, comienza a irritar a los que normalmente no nos irritamos. Y entonces uno se siente casi obligado a decir lo que piensa pero que en condiciones pacíficas no diría. Por ejemplo: Elisa Carrió salío hoy a guaranguear: No hay que ir a la apertura de las sesiones ordinarias, dijo muy suelta de cuerpo. Y entonces uno se ríe: hace semanas que me preguntaba: ¿Qué hará Elisa Carrió en la sesión de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, teniendo en cuenta que quien ocupará el estrado principal, la protagonista será Cristina y no ella? ¿Serán lo suficientemente oportunos los cameramen para tomar los close up que deschaven la fortísima animadversión que siente por Cristina, y que expresará, inevitablemente, a través de sus gestos? Y ahora, cuando escucho por la radio sus rabiosas, furibundas declaraciones clamando a sus consocios de La Runfla para que dejen las bancas vacías ante, nada menos, que la Presidenta de la Nación Argentina, no puedo menos que reírme: Bueno, tiene una excusa para no ser puesta en evidencia en su animadversión (tal vez de género) por las cámaras de televisión. No está mal. Como excusa, cualquiera vale. ¿Quién no mató una abuela para justificar una ausencia laboral?
A esos extremos de patetismo han llegado los miembros del Partido virtual A (Antioficialismo a como dé a lugar). Salvo honrosas excepciones, muchos y cada uno de esos muchos han ingresado directamente a la categoría de títeres del poder, de las corporaciones. Peleles.
¿Qué pasará en el Senado? ¡Quién lo sabe! Posiblemente repitan el triste espectáculo de hooligans que ya demostraron en Diputados, los diputados de la Runfla A. Los diputados ya metieron la pata. Es irreversible. El fragor buscado por las cámaras de los canales del establishment ya fue. Quedaron para escenas de archivo, y ya veremos en el futuro cada vez que las veamos en TVR. Diputados ya se enolodó. El Senado todavía está a tiempo. Pero, como viene la partida, eso no sucederá. El poder agromediático ejercerá, a través de los culos que conquistó para ocupar las bancas, la dictadura de la mayoría.
Los de la Runfla A, obedientes, se han propuesto reducir la gobernabilidad a su mínima expresión. Cristina, hoy, ratificó que no está para gerenciar, entregando las banderas. Las cartas están echadas. Se viven y se seguirán viviendo horas y días tensos. La responsabilidad principal ahora la tienen los miembros de La Runfla que componen el Partido A (Antioficialismo a como dé lugar). Si empujan hacia la ingobernabilidad tal y como quieren los medios que son la voz del poder, de las corporaciones, entonces podríamos hasta vivir una tragedia. No espero (los miembros de La Runfla ya ingresaron en un estado de sumisión del que no se vuelve sin coraje, como la mujer golpeada), pero sí deseo, espero, que reflexionen. Que en el Senado le deben dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Todo acto tiene consecuencias. Aun los que no se ejecutan.
Nuestros políticos que conforman el variopinto colectivo antiK, salvo honrosas excepciones, no pueden salir de la trampa en la que se encuentran metidos. Yo tengo para mí que ese confinamiento vergonzante es por propia voluntad. Pero no hay que desechar así nada más la idea de que muchos de ellos sean víctimas de extorsión lisa y llana. Los famosos cadáveres en el ropero. Podría ser. En su reaparición pública luego de su cirugía, Néstor Kirchner dejó entrever que algo de esto podría haber. Es más: les pidió coraje para liberarse de esas ataduras. Pero no hay caso: ya sea por propia voluntad, ya sea porque el establishment y sus medios los tienen bien agarrados de los fondillos, casi todos los políticos que conforman el partido del espanto siguen comportándose como títeres. Se les ven demasiado los hilos. Es imposible que lo puedan disimular con una retórica grandilocuente. Con eso no hacen más que mostrar con más claridad sus odios, sus miserias. En la sesión catártica que siguió a la retirada de los senadores del oficialismo, uno de los senadores dijo, abusando de ese discurso estúpido que ya no es ni pour la galerie: Nosotros abrimos nuestros brazos... La Negra no pudo resistir: “De piernas se abrieron, hijos de puta...”
La Negra es así: temperamental. Pero, ¿con qué argumentos podría lograr que bajara el tono de sus observaciones? Ninguno. Su réplica no era nada argumental, es verdad, pero es gráfica. El símil chusco vale.
¿Qué tienen en común Gustiniani y Reutemann?, preguntó después. La soja, Negra, la soja, le repliqué, recordándole que nunca deja de haber intereses de por medio. La soja, Negra, la soja. Los dos comparten los mismos votantes: los gringos de la pampa húmeda que viven, directa o indirectamente, de la explotación de moda. Estamos a las puertas de la cosecha gruesa, y hay que poner la tarasca de las retenciones. El gringo está caliente. Hay que mostrarse anti K sí o sí. En Santa Fe, y en toda la pampa húmeda en general.
Nadie debería asombrarse de las actitudes de Reutemann, o de Giustiniani, o de otros. Son coherentes con sus limitaciones. Yo no me asombro. Pero sí me asombro de las actitudes de otros. Sobre todo de los radicales. No puedo hallar explicación alguna, como no sea la de conjeturar que están entregados de pies y manos al poder económico y mediático. Como las perlas bíblicas, sus principios se los están comiendo los cerdos.
¿Cómo es que estos tipos no cejan en una retórica agresiva, malévola, insultante, baja, hasta soez? ¿Cómo es posible que quienes se babean hablando de republicanismo se caguen redondamente en la República? ¿Hasta dónde piensan ejercer la enorme capacidad de daño que producen día a día, hora a hora?
La más triste de las realidades no es que toda la runfla desfile de a uno y obedientemente para oponer sus caripelas en los confesionarios de los programas de televisión con que el establishment ejerce el poder, para parlotear desde ahí los guiones escritos por los escribas del sistema. No, eso no es lo triste. Cada uno es libre de participar en los bolos que quiera. Lo verdaderamente triste es que vayan a poner el culo en los sillones del Congreso para llevar allí esos mismos argumentos del establishment, para entremeter las imposiciones del establishment. Para ejercer la tan famosa dictadura de la mayoría que tanto critican.
O se hace como lo anticipan por las mañanas Clarín y La Nación o no se hace. Si esto no es patético, entonces no sé qué podría serlo.
Queremos todas las comisiones y queremos ser mayoría en todas, dicen sueltos de cuerpo y flojitos de vergüenza. ¿Por qué? Porque es lo que han sugerido los accionistas Morales Solá Producciones y Asociados. Porque es lo que se anticipa en los diarios por la mañana. Somos la mayoría. Somos la oposición.
¿Qué mayoría? ¿Qué oposición? Que la gilada que lee los diarios sin leerlos crea en el bolazo ése de la mayoría del setenta y ocho por ciento vaya y pase. Pero que los políticos profesionales vayan con esa imposición mediática nada menos que al Senado, rompiendo todas las reglas y tradiciones centenarias, es imperdonable. Es vergonzoso. Para decirlo con palabras de la Negra: se abrieron de piernas al poder agromediático.
Carlos Saúl Menem faltó a la cita. Esto no significa nada, porque nadie medianamente informado en la patria, o incluso los boludos alegres pero con memoria, puede confiar qué hará o dejará de hacer el ex presidente. Es la encarnación autóctona del principio de incertidumbre establecido por Heisenberg. Es así de sencillo. La semana próxima, tal vez pueda el partido A -Antioficialismo a como dé lugar-, La Runfla, imponer la dictadura de la mayoría. Pero sí sirvió para algo: para mostrar al pueblo, a través de las cámaras de los canales de cable, el espectáculo patético de los senadores que han arrojado su dignidad al lujoso chiquero de Expoagro.
De lo único que se puede estar seguro de Carlos Menem es esto: jamás cerrará un acuerdo con un cuatro de copas. Carlos Menem cerró un acuerdo con Raúl Alfonsín porque tenía plena conciencia de que era un par suyo, porque estaba consciente de que ambos eran dos bronces que caminaban por la Quinta de Olivos. Si Carlos Menem cierra un acuerdo será con los dueños del circo, no con los payasos. Y se asegurará de que aparezca en la foto después de la firma. A los tibios los escupe Dios, sentenciaba el ex presidente. Nadie lo dude: en el fondo de su ser, aunque la odie por diferencias irreconciliables, y aunque jamás lo confiese, Carlos Saúl Menem ha de sentir por Cristina Fernández la admiración que se tiene por los que tienen las pelotas bien puestas para ejercer el poder. Y por un Adolfo Rodríguez Saa, o un Fernando De La Rúa, un profundo desprecio. Quien dude de esto, si tiene algunos años, ha vivido al pedo.
A Carlos Menem se le adjudican y adjudicarán las peores calamidades que sufrió la patria en toda su historia democrática. Yo me sumo a esa crítica despiadada. Pero de Carlos Menem no se puede decir que sea un cuatro de copas. Ha sido dos veces presidente de la Nación y asumió, con un coraje que sólo es propio de los grandes líderes, ponerse en la cresta de la ola neoliberal, allá por aquellos de la borrachera neoliberal. Carlos Menem, como Raúl Alfonsín, como Cristina Fernández, como Néstor Kirchner, serán discutidos en miles, cientos de miles de libros de historia argentina y aun mundial, y durante décadas si no siglos. Al menos mucho más allá de que los nombres de Gerardo Morales, Joaquín Morales Solá, o el Negro Morales, el wing izquierdo que la gastaba en el barrio, hayan sido borrados del recuerdo de los hombres por el implacable olvido.
La Runfla A, francamente, comienza a irritar a los que normalmente no nos irritamos. Y entonces uno se siente casi obligado a decir lo que piensa pero que en condiciones pacíficas no diría. Por ejemplo: Elisa Carrió salío hoy a guaranguear: No hay que ir a la apertura de las sesiones ordinarias, dijo muy suelta de cuerpo. Y entonces uno se ríe: hace semanas que me preguntaba: ¿Qué hará Elisa Carrió en la sesión de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, teniendo en cuenta que quien ocupará el estrado principal, la protagonista será Cristina y no ella? ¿Serán lo suficientemente oportunos los cameramen para tomar los close up que deschaven la fortísima animadversión que siente por Cristina, y que expresará, inevitablemente, a través de sus gestos? Y ahora, cuando escucho por la radio sus rabiosas, furibundas declaraciones clamando a sus consocios de La Runfla para que dejen las bancas vacías ante, nada menos, que la Presidenta de la Nación Argentina, no puedo menos que reírme: Bueno, tiene una excusa para no ser puesta en evidencia en su animadversión (tal vez de género) por las cámaras de televisión. No está mal. Como excusa, cualquiera vale. ¿Quién no mató una abuela para justificar una ausencia laboral?
A esos extremos de patetismo han llegado los miembros del Partido virtual A (Antioficialismo a como dé a lugar). Salvo honrosas excepciones, muchos y cada uno de esos muchos han ingresado directamente a la categoría de títeres del poder, de las corporaciones. Peleles.
¿Qué pasará en el Senado? ¡Quién lo sabe! Posiblemente repitan el triste espectáculo de hooligans que ya demostraron en Diputados, los diputados de la Runfla A. Los diputados ya metieron la pata. Es irreversible. El fragor buscado por las cámaras de los canales del establishment ya fue. Quedaron para escenas de archivo, y ya veremos en el futuro cada vez que las veamos en TVR. Diputados ya se enolodó. El Senado todavía está a tiempo. Pero, como viene la partida, eso no sucederá. El poder agromediático ejercerá, a través de los culos que conquistó para ocupar las bancas, la dictadura de la mayoría.
Los de la Runfla A, obedientes, se han propuesto reducir la gobernabilidad a su mínima expresión. Cristina, hoy, ratificó que no está para gerenciar, entregando las banderas. Las cartas están echadas. Se viven y se seguirán viviendo horas y días tensos. La responsabilidad principal ahora la tienen los miembros de La Runfla que componen el Partido A (Antioficialismo a como dé lugar). Si empujan hacia la ingobernabilidad tal y como quieren los medios que son la voz del poder, de las corporaciones, entonces podríamos hasta vivir una tragedia. No espero (los miembros de La Runfla ya ingresaron en un estado de sumisión del que no se vuelve sin coraje, como la mujer golpeada), pero sí deseo, espero, que reflexionen. Que en el Senado le deben dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Todo acto tiene consecuencias. Aun los que no se ejecutan.
Alfredo Arri.
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