martes, 18 de mayo de 2010

Sudáfrica 2010 y el Bicentenario.

Bitácora del ciudadano de a pie. Reflexiones sin ton ni son.


Sudáfrica 2010: La perfecta metáfora del Bicentenario.


"Ocurre que en la mayoría de los antiperonistas, cuando se llega al fondo de ellos, al abismo de su repulsa, priva el odio al diferente encarnado en la figura del grasa, del pobre o del negro o del groncho. Y sus actuales manifestaciones: el piquetero, el villero, el pordiosero, los cartoneros y los chicos de la calle."

José Pablo Feinmann. El peronismo, una obstinación argentina


I. Sudáfrica 2010.

La Selección Argentina de Fútbol ha participado en muchas Copas del Mundo desde la primera edición de la misma, en 1930. Con diversa fortuna. De la buena y de la mala. Felizmente, fueron más las veces en que nos sonrió la buena suerte. Cuatro veces finalista, dos Copas. No son logros menores. Bueno, en realidad no tanta buena suerte. Hubo y hay, también, eso que llaman calidad. En este caso, calidad deportiva y artística del futbolista profesional argentino. Pero esta copa Sudáfrica 2010 será, para la Selección Argentina, singular. Singularísima.

Hay varias razones para que este Mundial, Sudáfrica 2010, deba ser considerado como singular para nosotros. Por ejemplo: vamos a la competencia más importante del fútbol contando entre los nuestros a quien hoy detenta el título de El mejor jugador del mundo, quien a su vez será dirigido por quien alguna vez detentó ese mismo título y aún detenta el de El mejor jugador de todos los tiempos. Esto es ya una singularidad. O bien esta otra: vamos a Sudáfrica con una selección nacional de fútbol en la que están, juntos, los cuatro delanteros que han convertido más de cien goles en el último campeonato europeo. Pero hay otra singularidad, más rara que aquellas dos.

Diego Armando Maradona ha sido durante décadas, y lo sigue siendo aún, objeto de referencia obligada para nuestras grandezas y miserias como pueblo. Estamos, por un lado, aquellos que vemos en Diego Maradona la encarnación de lo mejor de nosotros mismos como individuos. Para estos argentinos, entre los que me incluyo, repito, la circunstancia de que el jugador que nos representa como individuos haya alcanzado la fama universal y que sea él y no otro quien la haya alcanzado, nos llena de orgullo nacional. Nos sentimos representados en el mundo con el mejor representante que podríamos imaginar: un auténtico hijo del pueblo que jamás renegó de su origen. Como Tévez, dicho sea al pasar; pero es a Maradona a quien los dioses le designaron la fama universal. Otra parte de nuestro pueblo, en cambio, ha depositado (el verbo es piadoso) en la persona de Maradona todo el inventario de frustraciones individuales que pueden hallarse en un pueblo en el que abunda el prejuicio racial y el odio de clases. Estos son los argentinos que se avergüenzan de Diego Armando Maradona.

La circunstancia objetiva de que Maradona sea Maradona en el mundo ha impedido que esta parte de la Argentina se manifieste abiertamente en contra del director técnico de la selección. Toda la furia de estos argentinos que ven en Maradona la representación de todo aquello que odian y desprecian está contenida detrás de esa fama ecuménica, que lo proteje. Apenas si se expresa toda esa carga emotiva, tímidamente, en fórmulas tales como esta: sí, ha sido el mejor jugador del mundo, pero como técnico...

Esta parte de nuestro pueblo, por esa razón, alienta la secreta, íntima y autodestructiva esperanza de que la Selección Nacional de Fútbol dirigida por Maradona, a pesar de estar compuesta por el mejor jugador del mundo y otros tan meritorios para ese título como Lio Messi, fracase estrepitosamente en Sudáfrica 2010. Tras la caída, si ésta se produjese, alzarán sus voces condenatorias. Que a nadie ni a nada condenarán, pero que servirán de catarsis colectiva para la liberación de esa carga de resentimientos y odios.

Para la otra parte del pueblo, para nosotros los maradonianos, la suerte de esta Selección de Fútbol en esta Copa nos es indiferente. Querríamos ganarla, por supuesto, pero no es eso lo que nos mueve, en esta ocasión, a alentar al equipo nacional en la competencia que se iniciará dentro de unas semanas. Lo que nos mueve es el amor y el reconocimiento a Maradona. Sabemos que su meta es ser él quien lleve a nuevos triunfos a la Selección mayor. Sabemos que ésa es toda su pasión. Sabemos, en definitiva, que éste, el de Sudáfrica 2010, es su mundial. El triunfo o el fracaso nos es indiferente. Vamos con él. Maradona nos ha pedido la oportunidad y se la hemos dado incondicionalmente.

Esta parte de la Argentina, sin duda alguna, tenemos el deseo íntimo y secreto de que la Selección de Maradona gane la Copa, para salir a reventar la calle en manifestaciones de alegría colectiva, nacional y popular. Pero también tenemos, esta parte del pueblo, la pública y firme decisión de bancarnos a Maradona tras la derrota, si la hubiere. ¿Por qué? Porque nosotros, los maradonianos incondicionales, somos como él y por eso nos sentimos representados: somos fieles a nosotros mismos, con la misma fuerza de convicción que él, Diego Armando Maradona, es fiel a sí mismo. "Pero no sería yo", termina proclamando Diego al final de un comercial, un magnífico comercial que es la pieza publicitaria más acertada de los últimos años.

Después de Sudáfrica 2010, Diego Armando Maradona nos devolverá la Selección. Una vez que la tengamos de nuevo en propiedad, volveremos a discutir acaloradamente acerca de quién debe dirigirla, a quién poner o sacar, etc. Es decir, volveremos a ser, como siempre, cada uno de nosotros, el DT de la Selección Nacional. Pero no ahora: ahora la Selección es de él, de Diego Armando Maradona, y allá vamos, a darle el gusto, a darnos el gusto de ser fieles a nosotros mismos. Y no discutimos nada. Somos, sencillamente, incondicionales. Una parte de la Argentina vamos a Sudáfrica con él. La otra parte de la Argentina, va a Sudáfrica a por él.

Ser como se es, es lo más difícil de la vida. Tanto, que a veces se requiere la condición de héroe para ser lo que se es. O alguna cuota de crueldad, como el alacrán de la fábula. Pero, a pesar de esta enorme dificultad, esa determinación de ser fieles a nosotros mismos es lo que nos mantiene vivos y con la frente bien alta.


II. Argentina 2010.

2010 es también el año del Bicentenario de la patria. Nuestra patria chica, junto con otras naciones de la Patria Grande, celebramos este año el doscientos aniversario de una de las etapas de una larga lucha de emancipación que abarca cinco siglos, aún no concluída, pero que nos enorgullece. 2010 es, pues, el año del Bicentenario.

El acontecimiento celebratorio debería ser la oportunidad para que manifestemos, colectivamente, el orgullo de ser nosotros mismos, de habernos mantenido fieles a los sueños de aquellos audaces, un puñado de hombres, que en 1816, en una casa tucumana, se juramentaron para hacer llevar a cabo una tarea titánica. Y para honrar, también, al coraje de aquellos hombres que hicieron realidad ese sueño imposible, recorriendo todos los polvorientos caminos de Sudamérica con la bandera de la emancipación política de estas naciones del imperio europeo.

Debería ser, también, la ocasión para reconocernos en nuestros fracasos y en nuestros aciertos. Debería ser, en definitiva, la ocasión propicia para una merecida y justa celebracaión.

Pero no lo será para muchos. Hay una parte de nuestro pueblo que, por razones diversas pero que acaso no estén tan distantes de aquellas motivaciones que hacen que muchos abriguen el sueño del fracaso de la selección de fútbol, de esta selección nacional de fútbol; esa parte de nuestro pueblo, decía, hace todo lo posible por boicotear la celebración del Bicentenario.

Hay a la cabeza del Gobierno nacional una mujer que, además de su condición de tal, de mujer, representa de un modo inequívoco a un partido político que, de un modo u otro, bien o mal, con aciertos y con errores, ha estado siempre pegado al destino de la porción más csatigada del pueblo, pegado al destino de los humildes. Y esta circunstancia, unida a otros factores coyunturales que no he de enumerar aquí, ha sacado de las casillas a demasiados en este país, nuestra patria.

Existen, nadie podría negarlo, factores objetivos para ameritar una fuerte oposición a este Gobierno de Cristina Fernández desde una perspectiva política, es decir, racional, fundada, argumentada. O interesada, porque existen factores económicos muy grandes de por medio. También existen razones ideológicas. Pero nadie se engañe: en el fondo, el drama actual de nuestra patria es la existencia de una oposición visceral, irracional, que nace del resentimiento, del odio. Hay manifestaciones tan burdas de estos sentimientos negativos anidados en gran parte de nuestro pueblo que producen asco... y pena. Nada más podría mencionar a la señora Mirtha Legrand, como el caso más triste de la existencia de esta mentalidad discriminadora y odiosa. Es el ejemplo más visible, pero hay miles de idéntica calaña.

Los medios de comunicación, por razones más materiales, tales como posiciones de poder que algunas medidas de este Gobierno les altera con insolencia, han fogoneado durante dos años y medio todo ese odio visceral. Hacen oposición política por intereses concretos, pero se valen de las herramientas más odiosas para lograr la adhesión de esa parte del pueblo que no puede tolerar ni siquiera la idea de que un cabecita negra, mucho menos un indígena, pueda tener derechos, o beneficios que los pongan en pie de igualdad al resto de la sociedad.

Hay, en estos días tan próximos al comienzo del Bicentenario, organizadores activos de un boicot a la celebración oficial. Más concretamente, hay organizadores de celebraciones no oficiales. Organizadores que apelan, otra vez, a movilizar a esa parte del pueblo que no quiere aceptar ni siquiera la idea de que hay una Argentina para todos. Personas que no quieren aceptar la idea de que forman parte de un colectivo compuesto por blancos descendientes de europeos, criollos descendientes de indígenas e indígenas de pura cepa.

La Iglesia ha llamado a la movilización gorila. Ahora, a días de la movilización, pide calma. Pero ha sido la Iglesia la que ha llamado a la movilización gorila, dando pie para que ciertas organizaciones que operan desde las sombras fogoneen una movida anti Bicentenario. Desde la pampa húmeda se ha lanzado una nueva campaña desestabilizadora utilizando cadenas de mails y msn, tal como lo han hecho hace dos años.

No creo que estén dadas las condiciones para que esta movida pueda lograr la repetición de aquél Corpus Christi del 11 de junio del 55. Pero, más allá del éxito o no de esta convocatoria gorila, lo cierto es que el boicot al Bicentenario no se agota en esa movida subversiva, fogoneada desde las sombras. Están, además, los medios del establishment que, con un sistemático ninguneo de toda acción gubernamental, pretenden, nada menos, que la nihilización del Bicentenario.

Por supuesto que las celebraciones del Bicentenario acaecerán de todos modos; su nihilización es imposible. Pero, es justo registrarlo, existe una gran parte de nuestro pueblo que en forma íntima, secreta y destructiva, acaricia el sueño de que fracase la celebración. O, al menos, de permanecer al margen de esa celebración.


III. Nuestra enfermedad.

Existe, decía, una gran parte de nuestro pueblo que no está dispuesta a sentirse parte de la Argentina del Bicentenario. Tal y como aquella otra parte del pueblo que acaricia el sueño de que la selección de Diego Armando Maradona fracase en Sudáfrica 2010. Tal vez ambos grupos de compatriotas no se correspondan con exactitud en número y motivaciones. Pero, en el fondo, estoy convencido de que ambos deseos de autodestrucción están conectados por un mismo fenómeno, que es nuestra enfermedad.

Existen, objetivamente, opositores al gobierno que podrían fundamentar su oposición con argumentos racionales; del mismo modo, hay, existen personas que podrían fundar con argumentos racionales su oposición a la presencia de Diego Armando Maradona al frente de la selección. Está claro que no me refiero aquí a esas personas. Los opositores racionales -y aun ideológicos- al Gobierno, no dudarán un instante en sumarse a la celebración del Bicentenario. Las personas sanas que no están de acuerdo con la presencia de Maradona al frente de la selección, no dudarán un instante en sumarse a las manifestaciones populares en caso de que Argentina ganase la Copa. No. De ninguna manera me refiero aquí a esas personas: aquí me refiero a esas otras personas que no están movidas por la razón sino por sentimientos negativos irracionales. Me refiero a esa parte de nuestra sociedad que está enferma.

El prejuicio étnico, el gorilismo visceral, el odio al cabecita negra, el rechazo epidérmico al indígena, el prejuicio de clase, el machismo recalcitrante, las cosmovisiones violentas, las acciones discriminatorias. Todas estas taras del espíritu son signos por los que se expresa esa enfermedad. Y los enfermos de esta enfermedad, en nuestra patria, son muchos. Demasiados.

Los fondos de la asignación por hijo se van por la canaleta del juego y la droga, ha sentenciado un senador radical de pura cepa. Otro radical de pura cepa, años ha, acuñó la tristemente célebre expresión aluvión zoológico. El folclore gorila de hace medio siglo hacía correr el chisme de que los adjudicatarios de las casitas que construía el primer gobierno peronista levantaban el parqué para hacer asados. Veinte y veinte llamaban a nuestros criollos venidos de provincias que en los años cuarenta concurrían a las pizzerías porteñas, para gastar veinte centavos en una porción de pizza y otros veinte para escuchar en las máquinas tocadiscos la música de Antonio Tormo. Esto por la parte del prejuicio social. Por la parte del odio, el viva el cáncer que algún enfermo pintó en alguna pared tras la muerte de Eva Perón, o los miles de comentarios de odio al pie de la noticia de la operación de carótida de Néstor Kirchner que lanación.com se vio obligado a censurar, cerrando la opción de comentar y eliminando los vergonzosos mensajes del más puro odio. Los vagos del chori y la coca somos, hoy, quienes estamos del lado del pueblo y del gobierno más nac&pop que esta sociedad se puede permitir, al menos por ahora.

Ésa es nuestra enfermedad. Y esa enfermedad, aunque por caminos tal vez separados, tal vez no tanto, es la que empuja a una enorme porción de nuestros compatriotas a negarse a la celebración del Bicentenario en compañía de la tilinga peroncha, la yegua, o a acariciar el deseo de que fracase la selección nacional de fútbol en Sudáfrica 2010, la selección de Maradona, ese negrito de mierda.

Algún paciente lector que ha llegado hasta aquí podría condenarme, afirmando que magnifico un hecho o un fenómeno que tal vez no sea tan grande como lo describo. Me gustaría reputar de justa esa hipotética condena, pero no estoy convencido de que así sea. Estoy convencido de que nuestra enfermedad es seria. Lo es porque es una enfermedad de difícil erradicación y son muchos quienes la padecen. Se requerirá, para erradicar esa enfermedad, mucha educación y este mismo concepto de mucha educación lleva implícita la idea de mucho tiempo. Tal vez varias generaciones.

Mientras tanto, los que amamos hasta el dolor esta patria nuestra, seguimos en el aguante. Fieles a nosotros mismos. Como el alacrán. Como Maradona. Y con Maradona, con Tévez, con Milagro Sala, con Luis D'Elía, con los Moyano y con Yasky, con Zafaroni, con Cristina y con tantos otros que tratan de hacer, de una vez por todas, una Argentina para todos.


Alfredo Arri

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