lunes, 24 de mayo de 2010

25 de mayo de 1973.

Bitácora del ciudadano de a pie. Historia. Hemeroteca.

Sobre el 25 de mayo de 1973:
Apuntes de una jornada histórica
y el testimonio de un corresponsal extranjero.


Hace pocos días, leí, sin sorpresa pero con algo de estupor, un texto editorial de La Nación en el cual se brega por una "reconciliación nacional." De la propia lectura de la nota editorial surge de suyo que ese propósito es un eufemismo que encubre la propuesta de una ley de anminstía que cierre el capítulo de juicios a represores. Digo y reafirmo que se trata de un eufemismo, porque del texto mismo no surge ninguna crítica hacia los represores, a quienes se les sigue adjudicando el papel de combatientes de una causa justa, surgida del accionar de lo que se llamaba, al menos desde una década antes de los sucesos del 76, "elementos subversivos." Y, para darle visos de apoyatura argumental al texto editorial, y montándose sobre la efeméride, el editorialista comienza su análisis recordando los episodios del 25 de mayo de 1973.

Sin ningún tipo de prurito ni respeto por la verdad histórica, el editorialista reduce el origen de la violencia política de los años setenta a los excesos de Héctor Cámpora. De esta forma, el diario de la derecha liberal argentina, pone -en esta ocasión- como fecha de inicio de nuestros males la tumultuosa jornada del 25 de mayo de 1973 que, como se sabe, fue la fecha de asunción de Héctor J. Cámpora a la Presidencia de la Nación.

La síntesis histórica del editorialista está escrita así:

Casi 37 años atrás, un nutrido grupo de personas condenadas por actividades terroristas fueron indultadas y amnistiadas. Los delitos perdonados incluyeron asesinatos, secuestros extorsivos, privaciones ilegítimas de la libertad, lesiones y robos. No hubo de parte de muchos de quienes así recuperaron la libertad arrepentimiento por los violentos hechos cometidos. Por el contrario, existió en su ánimo la voluntad de reincidir en ellos. Quienes resolvieron la libertad de los condenados -el presidente Héctor Cámpora, que los indultó, y el Congreso recién constituido, que los amnistió- no tuvieron en cuenta ni consideraron siquiera, si el perdón y la libertad que concedían ponía en riesgo a la sociedad argentina.

Los acontecimientos pusieron en evidencia que buena parte de quienes habían sido perdonados se consideraban por encima de la ley, orgullosos de los delitos cometidos y de la lucha emprendida. Y al poco tiempo perpetraron nuevos hechos atroces que privaron de vida o de integridad física o de libertad a civiles, policías y militares; a menores y mayores, a hombres y mujeres, mayoritariamente ajenos a las reivindicaciones pretendidas por aquellos iluminados.

Los jueces que los condenaron en procesos regulares, con todas las garantías constitucionales, fueron hombres de derecho con acreditados antecedentes en el fuero penal. Los servicios que prestaron con riesgos para sus vidas no fueron reconocidos; por el contrario, luego de la amnistía, se los privó de sus empleos y a partir de ello se convirtieron en blancos de atentados. Uno de ellos fue asesinado; otros se salvaron milagrosamente y debieron exiliarse ante la confesión de impotencia de las fuerzas de seguridad que les advirtieron que no podían garantizar sus vidas.

La violencia engendra violencia. Como consecuencia de la reanudación de los crímenes terroristas bajo gobiernos constitucionales, desde el gobierno de Juan Domingo Perón se concibió y organizó la denominada Triple A, que actuó ilegalmente bajo el gobierno de su esposa con el propósito de contrarrestar la actividad terrorista desarrollada por ERP y Montoneros, entre otras organizaciones guerrilleras. Los crueles ataques de que fue objeto la democracia recuperada llevaron al gobierno constitucional a ordenar a las fuerzas armadas que se involucraran en la lucha, ya que las de seguridad estaban superadas. Luego siguieron los excesos en la lucha contra el terrorismo, de los que fueron responsables integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad, en el marco de una contienda fratricida en la cual tanto terroristas como sus represores incurrieron en actos crueles e inhumanos.

(...)

fuente. La Nación, La agenda de la venganza y el odio. Editorial del sábado 22 de mayo de 2010.

Cuando uno lee simplificaciones históricas tan sesgadas, no puede menos que experimentar eso que llamamos estupor. Pero a la vez, como dije al principio de esta entrada, tales simplificaciones amañadas de la historia por parte de estas personas no sorprenden. Es más, esas personas están obligadas a mostrar tales versiones acomodadas de la historia de vez en cuando, ya que, por un lado se ven necesitados de "argumentar" algo (en este caso, hiperventilar entre la parte de la opinión pública que controlan y a la vez satisfacen, una deseable ley de anmistía) y, por otro lado, se ven obligados a "olivdarse" de otros hechos relevantes en esta historia de espiral de violencia, tales como el bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, o los fusilamientos de los basurales de José León Suárez. Sólo La Nación no ve relación alguna entre estos hechos de violencia contra el estado de derecho y contra el pueblo del 55 y la jornada del 25 de mayo de 1973 y las jornadas violentas que siguieron a esa jornada histórica.

Al leer tales editoriales (La Nación es el medio en el cual estas editoriales se repiten con frecuencia), uno se pregunta cómo responder, aunque más no sea para sacarse la bronca de encima. Una de las posibles formas de respuesta es la del testimonio. Por mi edad, yo fui testigo de los acontecimientos de mayo del 73. Además, en el episodio en particular que refiere el editorial de La Nación citado aquí, los viví de cerca, de al lado para ser más preciso, ya que en esos años era vecino de la cárcel de Devoto y bien podría dar fe de la jornada de exaltación desbordada e incontrolable que se vivió esa tarde y noche y de cómo se fueron sucediendo los acontecimientos hora a hora para evitar que el episodio terminara como un remedo, patético, del asalto al Palacio de Invierno.

Muchos de quienes estábamos entonces en la militancia de izquierda sabíamos que las acciones llevadas a cabo por los grupos que rodearon la cárcel de Devoto, así como las acciones de violencia llevadas a cabo después de esa jornada de recuperación del gobierno formal de la República por el sector popular, estaban destinadas al fracaso. Al fracaso desde el punto de vista de la correlación de fuerzas en un hipotético enfrentamiento violento. En otras palabras: sabíamos que iban al muere; que habían de ser indefectiblemente derrotados. Pero, por otro lado, también sabíamos que se había llegado a ese punto por una serie de acontecimientos de índole revolucionaria y que todos esos acontecimientos habían convergido para preparar un escenario de confrontación abierta después del cual las fuerzas defensoras del privilegio en Argentina alcanzarían el triunfo.

Perón había sido requerido -casi de urgencia- por aquellos mismos que lo habían desalojado del poder dieciocho años antes, porque no podían controlar el proceso revolucionario que se había iniciado en el país (proceso propio de la época, por otra parte, y que tenía vigencia universal). No es, nunca fue, el 25 de mayo del 73 lo que preocupó a los privilegiados del poder en Argentina, sino el Cordobazo de años antes y las organizaciones populares surgidas de esa gesta.

Alcanzado el poder formal en el 73 por parte de sectores populares del peronismo combativo, esos mismos sectores combativos, por ignorancia política, por mero fervor montonero (en el sentido histórico del término), o por cumplimiento de órdenes surgidas del mismo poder militar; por las razones que fuera, esos mismos sectores combativos del peronismo boicotearon, con una estrategia de violencia, el mismo gobierno popular y nacional que habían contribuido a poner en la Rosada. El Cordobazo había estremecido a los sectores del poder y ese miedo los llevó a recurrir al viejo enemigo exiliado en la España de Franco. El 25 de mayo del 73, en cambio, fue un episodio que comenzó a calmar los nervios del establishment: Ése es el camino que queremos que tomen los muchachos movilizados. Al final del camino los estaremos esperando, con las armas y las picanas en las manos. Era tan obvio...

Esto no es, ni mucho menos, una visión retrospectiva de hechos acaecidos treinta y siete años atrás. Es la visión que teníamos muchos ya en 1973. Sabíamos que muchos de aquellos jóvenes que vivían los goces de "la revolución", de la lucha revolucionaria, se habían de encontrar, en pocos años, con la dura realidad de un enemigo que los superaba en fuerzas, holgadamente. Por supuesto, quedará para la investigación histórica las causas que llevaron a los sectores combativos del peronismo a tomar esa decisión de socavar el poder del gobierno popular de Héctor Cámpora y preparar las condiciones de la guerra sucia. En lo personal, siempre he creído que hubo de todo: candor, ignorancia, fervor revolucionario y patriotismo en la inmensa mayoría, y también, por qué no, obediencia -subrepticia, por supuesto- a ciertos sectores del poder tradicional por parte de algunos de sus dirigentes. La historia dirá alguna vez si estos fueron dos, diez, cincuenta, cien o más. Lo que sí sabe la Historia ya, es que las víctimas de tales estrategias irracionales de poder fueron varios miles, tal vez más de treinta mil.

La jornada del 25 de mayo de 1973 fue una jornada histórica y en esa misma jornada se dieron, juntos, todos los factores que prefigurarían el trágico futuro de la patria en la década siguiente. Pero no fue, como pretende el editorialista de La Nación, la jornada fundacional de la tragedia. Fue un hito, que debió haberse aprovechado para cerrar un ciclo de violencia desatada por la oligarquía, la derecha gorila y la Iglesia en el 55, y acabó siendo la oportunidad para darle -para decirlo en términos coloquiales- más pasto a las fieras. Perón había sido llamado para frenar la revolución, no para llevarla a cabo. La pretensión de llevar a cabo una revolución contra todo el poder del establishment, incluído entre estos a Perón era, o estupidez, o suicidio.

Pero fue, también, una jornada épica. Tal vez innecesariamente épica, porque el gobierno de Héctor Cámpora habría cumplido de todos modos con la promesa de liberar a los presos políticos. Innecesaria, pero épica al fin. Así habría quedado definitivamente en la Historia si luego de esa jornada y tras la liberación de los presos políticos de la dictadura, las fuerzas populares se hubiesen abroquelado en la defensa del estado de derecho y del gobierno popular. Pero no fue así.

También me tocó ser testigo, por edad, de la rápida recuperación de los niveles de vida alcanzados por los trabajadores tras asumir Héctor Cámpora al poder. Se vivía, se palpaba en las calles. Las personas del común, los trabajadores, los ciudadanos corrientes, ajenos, o que no participaban de estas luchas violentas, alcanzaron a gozar, en esos años del 73 al 75, de los beneficios de la redistribución del ingreso y de la felicidad que da la posesión de la calle y la posesión de buenos ingresos en el bolsillo. Abundaba la alegría entre el pueblo trabajador.

Había mucho para defender a partir de 1973. Y mucho para perder. Fue mucho lo que arrojaron al fuego los dirigentes combativos del peronismo. Aún hoy, treinta y siete años después de aquella jornada, los trabajadores no han logrado recuperar los niveles de participación en la renta nacional que habían alcanzado entonces.

Algún lector joven, que generosamente hubiera llegado hasta aquí, bien podría desconfiar de estas palabras de viejo que recuerda y cuenta. Así que me pareció oportuno traer aquí una crónica de aquella jornada. Una crónica periodística, surgida de la pluma de un corresponsal del diario La Vanguardia, de España. Están en esa crónica, todos los elementos de juicio expuestos en esta entrada. Consta de un artículo principal, con firma, que apareció en la tapa de la edición del 27 de mayo de 1973, y de dos sueltos que están dentro del cuerpo del diario. Son estos:


El 25 de mayo de 1973,
visto por un corresponsal extranjero.

La Vanguardia, mayo 27 de 1973:

Buenos Aires, 26. (Crónica de nuestro corresponsal.) —

Después de la eufórica jornada de ayer, se produjeron Incidentes y sobresaltos derivados de la impaciencia de ciertos sectores juveniles porque se cumpliera la amnistía tan largamente prometida, reclamando la Inmediata libertad de los presos. La cárcel de Villa Devoto fue el escenarlo en que se congregó una multitud, que los diarios calculan en 50.000 personas, reclamando la inmediata puesta en libertad de los presos.

Dentro de la prisión, los delincuentes comunes trataron de tomar de rehenes a los presos políticos para obtener, también ellos, la libertad. Hubo conatos de incendio y de motín. Ante la situación, el presidente Cámpora se adelantó a conceder el Indulto, sin perjuicio de que las Cámaras confirmaran la amnistía. El indulto, exigido por una impresionante multitud que amenazaba derribar las puertas del penal fue contenida en sus Intenciones por la presencia de varios diputados que firmarían con las autoridades de la cárcel un acta en la que se hacía efectivo el indulto, concedido horas antes por el presidente, poniendo en libertad a los presos, ya que que se trataba de una medida de "razonabte legitimidad por el serio momento que atraviesa esta unidad carcelaria».

De los Incidentes de ayer, desatados en la parte trasera de la casa de Gobierno y en medio de cuyo entrevero se encontraron varias delegaciones que acudían a la Casa Rosada para presenciar la trasmisión del mando, entre ella la nuestra, presidida por nuestro ministro, señor López Bravo, los diarios de esta mañana hablan solamente de heridos de bala y numerosos contusos pero la radio uruguaya y un canal de televisión local, aseguraban la existencia de varios muertos.

Gritos hostiles.

El delegado estadounidense, William Rogers, y el presidente del Uruguay, señor Bordaberry, optaron por retroceder en vista de que de la multitud comenzaban a salir gritos hostiles. Rogers se disculpó, más tarde, diciendo que se había encontrado indispuesto, y Bordaberry, ofendido, se disponía a abandonar el país cuando llegó el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, con un edecán del presidente, para ofrecerle explicaciones que aceptó, y, más tarde, firmó e! acta que habían firmado los presidentes de Cuba y Chile, dándose por zanjado el incidente.

En los medios políticos se comenta la cantidad de pancartas con leyendas alusivas a los «montoneros» y a las guerrillas, que se destacaban como las mayores y más próximas al balcón presidencial durante los actos de transmisión del mando. La exaltación de estas juventudes combativas, alentadas, sin duda, por las alusiones del presidente en su mensaje, pueden crear serias dificultades al desenvolvimiento pacífico de la política del Gobierno del doctor Cámpora. Pero el proceso, que no hace más que comenzar, se irá plasmando en un rostro más definido a medida que las nuevas leyes y disposiciones vayan saliendo de las cámaras legislativas y del poder ejecutivo. Este proceso durará aún bastante tiempo, antes de que se puedan formular juiclos concretos sobre a nueva situación que, por supuesto, ha de cambiar —ha cambiado ya- diametralmente, la faz política de la Argentina.

Oriol de Montsant

(...)

Buenos Aires, 26. — Argentina quedó sin presos, políticos cuando el presidente Cámpora firmó un indulto válido para los detenidos en todas las cárceles del país, sin excepciones. El decreto de libertad se anticipó a la presentación ante el poder legislativo del proyecto de amnistía que empezarán a considerar hoy ambas Cámaras. El indulto fue exigido por una impresionante manifestación popular, calculada en cincuenta mil personas, que rodeó el penal de Villlla Devoto, en esta capital, y amenazó derribar las puertas del edificio que había sido ocupado por los presos. Anoche, diputados presentes en la cárcel y funcionarios de la misma procedieron a firmar un acta donde se expresa que ante el indulto promulgado por el poder ejecutivo se procede a liberar a los presos, bajo su responsabilidad, teniendo en cuenta la situación vigente en los alrededores del establecimiento. El entusiasmo de la multitud que llegaba en caravanas, a pie y en camiones y automóviles, hacía suponer una próxima calda de las puertas. Los estribillo atacaban a los ex comandantes de las Fuerzas Armadas y a la Policía a la vez que aclamaban al pueblo, a Perón y a los guerrilleros.

El secretorio general del Movimíenlo Peronista, Juan Manuel Abal Medina, anunció que los presos serán liberados esa misma noche. Dentro del penal, los guardianes habían sido reducidos y los presos controlaban las líneas telefónicas. Doce: ómnibus, expropiados por la muítiíud aguardaban para llevar a un total de 188 liberados al local ¡usticialista, al cual llegaron en medio de ensordecedores gritos de entusiasmo por parte de quienes allí aguardaban. Del penal de Rawson salieron esta mañana en libertad también 154 presos.

(...)

Córdoba, 26. — Ya en libertad todos los presos políticos alojados en Ia cárcel de encausados de esta ciudad, so mantiene el amotinamiento de los delincuentes comunes que se han apoderado de las armas del penal y cuentan con otros elementos de ataque, piedras, palos y hierros. Durante ios acontecimientos, según se Informó en medios allegados a fuentes policiales, lograron huir de la cárcel, entre cincuenta y sesenta delincuentes, algunos considerados como «muy peligrosos», como dos pistoleros conocidos internacíonalmente: Hugo Giambonl y Laginestra. Los hechos comenzaron a raíz de la agitación creada por parte de los presos políticos detenidos, que reclamaban su libertad. De los cincuenta catalogados como presos políticos liberaron en primer lugar a veinte, hecho que aumentó las tensiones. Por otra parte, los presos comunes de la cárcel de Caseros, situada al sur de Buenos Aires, se amotinaron esta madrugada, exigiendo que se los libere como a los detenidos políticos. Los reclusos han prendido fuego a colchonetas y otros elementos combustibles y presos de gran excitación, golpean violentamente las puertas de las celdas. Algunos amenazan con suicidarse. — Efe.


Como dato curioso -o no tanto- obsérvese que el secretario de estado de los Estados Unidos amerita que el corresponsal lo identificara con nombre y apellido, William P Rogers, mientras que el presidente de Uruguay, Juan María Bordaberry sólo ameritó que se lo idintificara por el apellido y, finalmente, los presidentes de Cuba y Chile, Osvaldo Dorticós Torrado y Salvador Allende, no ameritaron ser mencionados, ni por los nombres, ni por los apellidos.

Y como dato relevante, la apreciación del cronista y testigo de los acontecimientos: "La exaltación de estas juventudes combativas, alentadas, sin duda, por las alusiones del presidente en su mensaje, pueden crear serias dificultades al desenvolvimiento pacífico de la política del Gobierno del doctor Cámpora. Pero el proceso, que no hace más que comenzar, se irá plasmando en un rostro más definido a medida que las nuevas leyes y disposiciones vayan saliendo de las cámaras legislativas y del poder ejecutivo."

Así que, amigo lector, no se me descrea cuando afirmo que el drama que se avecinaba estaba expuesto en esos días y cualquiera que tuviese la frialdad suficiente para analizarlo objetivamente lo podía ver con toda claridad.

Alfredo Arri.

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