domingo, 25 de abril de 2010

Marcela y Felipe, causa pública.

Derechos humanos. El caso Herrera Noble y la política.

Ernestina Herrera vda. de Noble
introdujo a sus hijos en el debate político.


Marcela
y Felipe Noble Herrara han sido lanzados por su madre a dar la cara a la opinión pública. La solicitada primero, y la posterior y complementaria versión vídeo de la misma, habilitaron el tratamiento público del tema de los hijos no biológicos de Ernestina Herrera vda. de Noble y del debate acerca del verdadero origen de los dos hijos, Marcela y Felipe, así como de las implicaciones morales y antropológicas que el tema incluye.




La cuestión para el ciudadano corriente ha sido siempre la misma: ¿Son, o no son, Marcela y Felipe Noble Herrera hijos de detenidos desaparecidos? ¿Fueron arrebatados a sus madres luego de los respectivos partos y dados en guarda a la dueña de Clarín por represores encargados de los centros de tortura y muerte -o por conspicuos intermediarios-? Y si así hubiera sido, ¿han sido quienes tomaron a los bebés los mismos que asesinaron a sus madres?

La aparición pública de los dos jóvenes que llevan en su sangre, en sus células, las pruebas -las únicas pruebas- que podrían dilucidar esa cuestión de orden público no cambia en mucho la cuestión. Sólo cambia en que el tema, ahora, ha sido habilitado por ellos mismos para ser tratado en forma pública, o mediática, es decir, más allá de los tribunales en los cuales, como es fama, suelen guardarse en estos casos ciertas formas en la busca de preservar algo de privacidad, más allá del carácter público de un proceso de tal naturaleza.

Se han escrito ya, en cuarenta y ocho horas, kilómetros cuadrados o varios Gb de texto. ¿Qué podría añadir un ciudadano del común a ese torrente de opinión? Muy poco por cierto. Casi nada.

Las impresiones personales, quizás. Bien, la impresión primera e inmediata para este blogger y su entorno fue la de pena, o conmiseración. A los ojos del espectador que es uno, vamos, ambos jóvenes aparecieron con el talante de la furia y de la incomodidad. Y con las señales del miedo. No se les puede adjudicar falta de ejercicio ante las cámaras como una variante para explicar sus talantes. Leían un libreto muy leguleyo, muy markitenero. Lo leían con temor, y a la vez con incomodidad. Y, ¿por qué no?, con furia. El estado de ánimo, fuera el que uno interpretó o el que ellos confesaron, se lo achacan a la Presidenta. O sea, políticamente usados.

La reflexión que uno puede hacer al respecto es cruel, y eso no es agradable. Pero es lo que es. Los hechos son los que son. Y la reflexión gira alrededor, inevitablemente, de la perversión. De la perversión de la especie humana, se entiende. Y de cómo se manifiesta en este caso.

Como va de suyo, cabe la posibilidad de que Felipe y Marcela no hubieran sido paridos por jóvenes detenidas y luego muertas y desaparecidas por sus captores parteros, sino paridos por madres que, por las mil circunstancias que en estos casos compone la azarosa y dramática vida de los hombres, sencillamente los abandonaron. Si este fuese el caso, ¿por qué no resolverlo en cinco minutos? La sociedad alejaría inmediatamente la mirada sobre las vidas de estas personas, y la madre adoptiva de éstos quedaría eximida de toda culpa penal.

Imaginemos por cinco minutos que todos, tanto doña Ernestina Herrera como sus hijos conocieran la verdadera historia de sus orígenes biológicos y que éstos no tuvieran nada de punible, ¿no es una muestra de perversidad para con la sociedad y para con muchas abuelas que guardan esperanza de recuperar sus nietos negarse a la rápida resolución de un entuerto de años? No tengan ninguna duda de que lo es.

Por supuesto, la perversidad también está presente en el caso de que sí fueran hijos de asesinadas y desaparecidas. Pero aquí la diferencia es grande. En aquél caso, es decir, en la alternativa planteada en el párrafo anterior (que los dos jóvenes conocieran sus orígenes biológicos y que éstos no tuvieran relación con desaparecidos), los propios Marcela y Felipe serían partícipes activos de esa perversidad.

En la solicitada dijeron, palabraas más palabras menos: no tenemos constancia de que seamos hijos de madres desaparecidas. Imaginemos que hubiesen dicho: sÍ: nos consta que no somos hijos de desaparecidos. Pues en tal caso, formarían parte de la perversidad. En cambio, en el caso de que admitieran que podrían ser hijos de desaparecidos -tal como lo dijo su madre en su carta pública del 2003-, no habría tal perversidad pues la negativa a enterarse es, si se quiere, una reacción humana que, al parecer, por la experiencia recogida en casos anteriores, un centenar, esa reacción a no saber forma parte de las respuestas posibles que se dan con alguna frecuencia. Y en esta alternativa cuando la opinión pública -en general, se entiende- se solidariza con los jóvenes. Es más: en muchos espíritus anida la idea de que ese deseo debería ser respetado.

Claro, quienes piensan así se quedan en lo anecdótico y en lo sentimental. No contemplan, ni que el deseo de no saber es producto del miedo paralizante, ni que no se trata ese deseo un derecho absoluto que tienen, ya que choca con un derecho más elevado, como es el de la sociedad de conocer la verdad, la de los parientes de desaparecidos que buscan a recuperar su sangre robada, y la del Estado de hacer justicia en un crimen que no sólo es grave sino que es, además, imprescriptible.

Felipe y Marcela llevan en su sangre las pruebas de un delito grave. Esto es así de simple y absoluto. Es imperioso que el Estado se haga de esas pruebas para establecer la verdad jurídica y concluir el entuero que ya lleva treinta años. Después, sí: tienen todo el derecho de reclamarle a la sociedad: No nos molesten más, no queremos saber nada con nuestra parentela biológica, olvídense del asunto. No serían los únicos, por cierto. Y ahí, sí: estarían en su derecho. Pero no ahora.

Felipe y Marcela podrían llevar en su sangre, también, las pruebas de la inocencia de su madre.

En cualquier caso, siempre está presente la perversidad. La primera y principal: la de los que imaginaron que los bebés nacidos en cautiverio podrían tener mejor destino en una familia no contaminada con ideas foráneas. Nada más perverso que eso se pudo haber inventado en esa negra etapa de la Argentina. Luego, la perversidad de los que asumieron la guarda de esos bebés a conciencia de lo que hacían, cuando no fueron partícipes directos del crimen. De alguna manera velada pero tan firme como cruel, los tuvieron que educar preparándolos, predisponiéndolos para que, llegado el caso, repudiasen a su propia sangre. Otra muestra de perversidad. Y finalmente en este caso en particular, la perversidad de los abogados que han llevado el caso dilatorio a estos extremos, es decir, a la exposición pública y suceptible de conmiseración colectiva -una de las formas de la humillación- a sus propios clientes.

Aclaro (nunca está de más): perverso está en este post en el sentido de la segunda acepción que ofrece el diccionario de la RAE, o esa: "Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas".

Está claro que en el caso de los abogados también les encaja el sayo: dilatar durante años un proceso que podría resolverse en meses, exponer a sus clientes a lo que los expusieron, es corromper las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. Perversidad.

Tampoco puedo dejar de manifestar otro aspecto que amerita otro tipo de reflexión acerca de este episodio. Este episodio del vídeo y la solicitada, sumado al hecho de que los abogados de Ernestina Herrera vda. de Noble salieron semanas atrás de gira mediática para defender el caso, recalando, incluso, en el programa de Mauro Viale, es una peregrina muestra de debilidad. Se transparenta, o aun se manifiesta como patente, que están acorralados por el sistema de administración de justicia.

Es una pena que en el acorralamiento acorralen a sus propios defendidos, víctimas de treinta años o más de daño en un drama que no puede acabar con otro final que no sea el de la resolución definitiva del caso.


Alfredo Arri


o0o

2 comentarios:

  1. También soy, como tantos, un ciudadano común, pero no me asombra en demasía que esto ocurra, estoy convencido que siempre fue así, primero los hechos y después el derecho, los hechos hacen a los vínculos que los humanos establecen entre sí directamente, luego viene el “derecho” o sea la justificación en palabras de aquello que de hecho ya fue ejecutado con el apoyo de la fuerza. Aunque carezco de conocimientos antropológicos me animo a sostener: no es perverso en la sociedad caníbal comerse al derrotado contendiente. ¿Quién pensaría que en la sociedad esclavista, considerar como cosas a los esclavizados, fuera algo perverso? La sociedad capitalista está basada en la apropiación de lo producido por el otro, sean bienes materiales o espirituales. La clase “propietaria” tiene su propia moral, la del apropiador. No se trata de corromper las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas, muy que nos pese es simplemente extremar descaradamente lo que el propio sistema capitalista permite, da lo mismo sea el fruto de la tierra, de una máquina o de un vientre materno.

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  2. Bueno algo tecleé mal y se escapó, saludos y gracias por tus inteligentes elaboraciones. Pepe Palermo

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