miércoles, 14 de abril de 2010

El diario de Yrigoyen y Arturo Jauretche.


Bitácora del ciudadano de a pie.

Que al salir salga cortando.
Reflexiones de un ciudadano de a pie
sobre un brulote recogido
por Mariano Grondona.



El doctor Mariano Grondona ha recogido hoy, en su columna de miércoles, el brulote que el diario que lo tiene conchabado lanzó hace unos días, esto es que el secretario de la Presidencia Oscar Parrilli dio la orden de que Clarín y La Nación dejen de circular por los despachos oficiales.

Por supuesto, en los términos en que el doctor Grondona expone hoy sobre el tema (el título es, precisamente El diario de Yrigoyen), el brulote carece de toda verosimilitud y su artículo todo no es más que otra ocasión para hacer funcionar el tiramerdi, agarrándose de lo que sea.

Pero bien pudiera haber una situación en particular que permitiría darle rasgos de verosimilitud a esa especie., y esa situación en particular pudiera ser esta:

Cualquier observador de la vida corriente -en la vertiente real de ésta, es decir, en la del trato corriente con las personas corrientes-, puede comprobar que el estado de ánimo de las personas, su talante digamos, se transforma positivamente en pocos días en aquellos casos en los que el sujeto hubo logrado -con esfuerzos comparables a los del adicto de adicciones corrientes- dejar de sintonizar ciertas radios por las mañanas o dejar de sintonizar ciertos canales de aire o cable por las tardes y las noches.

Este fenómeno es de fácil comprobación. Es más: es imposible no advertirlo ya que las personas liberadas de la pesada carga de la enervación que provocan ciertos medios con sus contenidos envenenados, en pocos días se transforman en personas corrientes, es decir, amables, alegres, simpáticas, dispuestas a la conversación urbana gratificante. El liberado de esas influencias deletéreas aparece súbitamente transformado en una persona tratable, aun sonriente.

No me refiero, se comprende, a cambios de fondo en lo que respecta a la evaluación de los temas públicos. No: no me refiero a que quien hasta ayer fue partidario de tal o cual partido político o de tal o cual personalidad política sea hoy partidario de otro partido o simpatizante de otra personalidad por el simple hecho de abandonar una radio o un canal de tele. No. A lo que me refiero es a que las personas que logran quitar de sus vidas cotidianas a las malas compañías radiales y televisivas pierden abruptamente todos los sentimientos negativos que lo mostraban repugnante al prójimo: miedo, pánico, pesimismo sin cortapisa alguna, cara de orto, para decirlo de una y en criollo. Se transforman en aquellos viejos vecinos, parientes, compañeros de trabajo y conocidos que tratamos siempre y que, desde dos años a esta parte se habían transformado en algo así como las pruebas vivientes, cotidianas y próximas de la famosa crispación. Un encuentro casual con el vecino que hasta ayer nos saludaba con un en este país de mierda no se puede vivir más, hoy nos saluda con un buen día, maestro, ¿cómo anda la patrona.? ¿Se entiende? Creo que sí.

Tener sintonizada la radio todo el día en Mitre, o Radio 10 o la tele en TN o América 24 produce, nadie lo dude, eso tan feo y tan repugnante para el prójimo del sujeto afectado como es el mal talante. Salir de esa trampa, nadie lo dude tampoco, los trasforma en personas corrientes. Y en pocos días. Es más: algunos de esos liberados (que no son tan pocos como usted podría pensar, amigo lector) tienen conciencia plena de ese cambio y confiesan sentirse mejor. El mundo no cambia por eso, es cierto; pero cambia el sujeto y su parada ante el mundo. Padecer el terror pánico, o la amargura existencial permanente es, sin duda alguna, causa de infelicidad inútil, innecesaria. Y causa de rechazo por parte del prójimo.

En pocas palabras: el crispado por los medios de comunicación deletéreos, deja de estarlo ni bien abandona su fidelidad a esos medios.

En este sentido, y sólo en éste, aquel brulote rocogido por Mariano Grondona para alimentar su columna de hoy, tiene algún viso de verosimilitud.

Cualquiera que haya vivido lo suficiente sabe que el dañino opera conforme a esta ley: Para socavar la resistencia del prójimo aborrecido, el dañino hará todo aquello que sabe que habrá de afectar a su aborrecido objeto; y lo aumentará ni bien se entera de que ese modo de operar sí le llega al odiado y sí lo afecta.

Así, si tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández no pierden ninguna ocasión pública para manifestar su molestia ante los insultos, ninguneos, mentiras y sandeces que publican Clarin y La Nación todos los días, lo que con ello logran es: por un lado, el gozo del malévolo y, a partir de este goce, el estímulo para redoblar su malevolencia; y, por el otro lado, amargarse ellos mismos desde el desayuno.

Lo peor de esta dinámica, si se quiere perversa de un lado y chapucera del otro, es que, si bien se desarrolla entre dos partes (la prensa malévola y el Gobierno), ese desarrollo se da -necesariamente- en la esfera de lo público y, por lo tanto, involucra, se quiera o no, al resto de la población. Y eso es, precisamente, lo que busca la prensa miserable con su prédica de crispación social permanente: que las personas corrientes sientan que viven en el peor de los mundos.

Nadie ignora que si los gobernantes dejasen de desayunar teniendo a la mesa los ejemplares de Clarin y La Nación, ni la realidad se transformará mágicamente, ni dejarán de estar informados de lo que pasa en el mundo. Pero no tengan ninguna duda de que sus talentes escaparán de esa trampa que, hasta ahora, los perjudica.

Ese trabajo de desenmascarar al canalla, al mentiroso, al limador profesional debe ser confiado a los comunicadores profesionales. Ni siquiera el ministro Aníbal Fernández debería ocuparse de replicar las canalladas que se escriben o parlotean en los medios del poder real de la patria. O, al menos, no abusar de esa facultad, que en su caso es notoria habilidad.

Cristina Fernández es una caricia para los oidos del pueblo, para una gran parte del pueblo, cuando habla de su gobierno. Es más, ella sola, con un micrófono y una cámara, contrarresta, desarma a toda la oposición junta, y a todos los medios insidiosos; pero también es cierto que pone en estado de alerta, aun a quienes la siguen con atención, cada vez que se refiere a los insultos y demás guarradas de los plumíferos y hablistas del establishment.

Pero...

Hay cosas que hay que reservarlas para las ocasiones apropiadas. Una de éstas fue en la recordada conferencia de prensa en la que el enviado de Clarín le preguntó por los dos millones de dólares y todo el mundo recuerda la brillante respuesta de la Presidenta. En otras palabras: hay que hacer honor al viejo refrán: si vas a sacar el facón del cinto, asegurate que sea para matar. O a lo Jauretche: Que al salir salga cortando.

Y en cuanto a Néstor Kirchner, no basta con que cambie el tono, la modulación, los gestos. La cosa no pasa por lo gestual y formal: la cosa pasa por los contenidos. Dedicarse a responder puntualmente, una a una, todas las malignidades que despacha a diario la prensa económicamente afectada por este Gobierno, es rebajarse al nivel del adversario. Ese papel deben cumplirlo subalternos. Plumíferos y hablistas del palo, vamos.

A la maldad hay que responderla con astucia. Hay que acordarse del viejo refrán: matar con la indiferencia. ¿Es cruel? Depende del prójimo a quien se quiere matar con la indiferencia: para enfrentar a los malparidos es un recurso perfectamente válido, y siempre eficaz.

Ejemplos hay un millón por día. Si esta mañana Cristina Fernández desayuna en Washington DC con La Nación y lee, por ejemplo, que Joaquín Morales Solá le aconseja que sea presidenta y no comentarista de política internacional por televisión, lo que debería producir en Cristina Fernández es una sonrisa de satisfacción: me estuviste viendo, chabón, no te podés perder ni una de lo hago o digo: ¡De acá que te voy a responder! Y, tras cartón, salir a la calle de shopping, del brazo de Néstor, con la satisfacción de saber que todo lo que hace o dice les pega, les pega fuerte y les duele.

Si no están capacitados para obrar de ese modo (entre nosotros: para obrar de ese modo se requiere una cuota de malevolencia también), entonces es mejor que no lean tan barata provocación. Les mejorará el talante.

Esa tarea de responder canalladas queda para los escribas y hablistas del palo del gobierno, incluyéndonos a los modestos bloggers que remamos y remamos para desenmascarar a la prensa insidiosa. Parafraseando a Joaquín Morales Solá, Cristina Fernández debe mostrar lo que hace, no lo que siente; debe ser presidenta, no comentarista de vaciedades por televisión. Para la lucha en el barro y la mierda estamos nosotros. Para aprontes y partidas estamos nosotros. De ella requerimos otra cosa: que cuando saque el facón sea para usarlo. Así como lo hizo en la recordada conferencia de prensa. O así como lo hizo en la apertura de las cámaras legislativas de este año. O así como lo hizo cuando repondió al agrandado establishment de junio del 2009 con la ley de medios. Eso es lo que admiramos de ella. Su capacidad de pegar fuerte y duro. Para recoger la basura estamos nosotros.

Nosotros, los del partido de las buenas personas, para decirlo en los términos de la expresión de José Pablo Feinamann, necesitamos que este proyecto continúe -corregido y aumentado- más allá del 2011. No tenemos alternativas: lo que ofrece el mercado como alterntiva (realizable, de las utópicas sobran), es sencillamente aterrador. Así que es imperioso que tanto Cristina Fernández como Néstor Kirchner se pongan en manos de expertos en el manejo de medios. El objetivo es subir aceleradamente la imagen positiva y para ello se requiere la guía de personas que conozcan a fondo cómo se comportan los consumidores de medios.

En este sentido, esa metáfora que surge a partir del brulote del que se hizo eco Mariano Grondona es redondamente ilustrativa: si Cristina Fernández y Néstor Kirchner lograsen no desayunar con los ejemplares de La Nación y Clarín sobre la mesa, al lado de las medialunas, sus talentes se transformarían de la noche a la mañana. Y para bien. Y a la larga, para bien de las buenas personas.

La prueba para sostener esta afirmación es una que está a la mano: En aquel almuerzo con Mirtha Legrand, allá por el 2003, Néstor Kirchner confesó ante la anfitriona su indignación por el editorial del señor Claudio Escribano. Eso no se hace, don Néstor. Cuando uno lee una cosa como la de ese texto, que en términos coloquiales es: o hacés lo que queremos o no durás un año, la respuesta tiene que ser el silencio para afuera, y para adentro: ¿Ah, sí? Ya vas a ver. ¿Hipocresía? De ninguna manera: inteligencia, pura inteligencia.

Está bien: en esos tiempos era usted inocente en esto de la política en las ligas mayores, pero ahora... vamos. Algo aprendimos. ¿O no? Que al salir, salga cortando.

Olvídense de andar buscando cada mañana cada insulto y cada mentira publicada en Clarin y La Nación, nada más que para cargarse de bronca y andar perdiendo el tiempo en buscar réplicas. Deje esto último para los especialistas, que los hay, de a muchos y muy buenos.


Alfredo Arri

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