lunes, 25 de enero de 2010

Moria, las tetas y la Unión Cívica Radical.


Reflexiones insubstanciales.

Moria Casán, las tetas y la Unión Cívica Radical.

Nuestra popular Moria Casán se ha caracterizado, entre otras cosas memorables que produjo en su larga carrera artística, por acuñar expresiones que han recibido tal acogida popular terminaron por convertirse en expresiones propias del lenguaje coloquial de los argentinos. Y no son bazas afortunadas. Algunas, tal vez; pero otras no. Hay expresiones que en una forma redonda y sencilla expresan toda una situación que exigiría, para su caracterización, demasiadas palabras. La más contundente de todas ellas es, sin duda alguna, se cuelgan de mis tetas.

Es muy interesante esa expresión. Aunque parezca que el afirmar de quien la critica que éste la critica porque se cuelga a su fama es, en principio, una descalificación y toda descalificación del opositor o del crítico tiene como propósito inmediato eludir la necesidad de responder al contenido de la crítica. Es un recurso fácil. Pero a la vez que es fácil, es inválido. Es decir: en términos generales, quien descalifica a su crítico, de alguna manera reafirma la crítica por la vía pasiva. Es decir: al no responderla, bajo la excusa de que quien la formuló no tiene méritos, de alguna manera la convalida. Pero, ¿es siempre así?

Moria Casán es famosa y exitosa, o al menos lo ha sido durante toda su carrera. De eso nadie duda. Ahora bien: en el ambiente en el que se desenvuelve Moria Casán, la presencia de ella en cámara, en los medios, es importante. Forma parte del propio éxito. Si ella obtiene un éxito en un teatro, o en un programa de televisión, un restó, o lo que sea, el estar vigente en los medios -aunque sea sólo en los programas especializados- forma parte de ese éxito; va con ese éxito. El espectador está habituado a que cuando una estrella aparece en la tele, en los programas especializados, hablando de su trabajo artístico o comercial es porque tiene éxito en que está haciendo. Tiene vigencia. Ahora bien: por ese mismo mecanismo de reflejo condicionado que tiene el espectador, asumirá que es poseedor de un éxito todo aquél que aparezca en los medios de comunicación hablando de los mismos temas que el exitoso. Así sea un cuatro de copas, a cuyo espectáculo no va nadie, o su programa es un fracaso, o su empresa un fiasco, si aparece en los medios, pasa por exitoso. No lo es, pero pasa por.

¿Y de qué manera puede un cuatro de copas que no tiene éxito alguno aparecer en la tele una cantidad de tiempo parecido al que tiene la estrella? Pues simplemente hablando mal de ella, inventando historias alrededor de ella, etc. Jugándola de oponente. Se le cuelgan de la fama. En este caso, la réplica de la estrella ya no se trataría de una descalificación, sino de una réplica justa, dirigida directamente a la falsedad del contenido de quien la ataca o critica.

Como todo cuatro de copas y personajes afines sabe que Moria Casán no es de las que mantienen la boca cerrada cuando la atacan, entonces la atacan. Para que responda y de ese modo obtener espacio mediático. Así, colgados de las tetas de Moria Casán -y en general de todo famoso exitoso y que tenga un carácter volcánico- han desfilado por la televisión una colección de friquis y de cuatro de copas que, de no ser por esa circunstancia, no figurarían ni a placé.

No hay descalificación evasiva ni réplica peyorativa cuando Moria Casán se defiende con esa expresión. Hay la simple caracterización de la condición de cuatro de copas del oponente. Es una respuesta digna. Es conservar el lugar, la distancia, y, a la vez, resaltar la posición a la que se ha llegado por mérito propio, y luego de una larga carrera.

Colgarse de la fama para obtener espacio en los medios masivos de comunicación no es exclusividad de los cuatro de copas que pululan en el medio artístico. También existe en la política. Porque es bueno recordar que fama, en cuanto nombre que nombra algo, tiene varias acepciones y la que corresponde al caso de Moria Casán es la que habla de la excelencia que alguien tiene en el ejercicio de las artes o en una profesión. Otra acepción apela simplemente a lo que es noticia o voz común de algo. Que es el escenario en el que se mueve el político. ¿Es fama el terremoto de Haití? Pues ahí irá el político a colgarse de los cien mil cadavéres de Haití. ¿Es fama el vaudeville del Banco Central? Pues ahí va el político a colgarse de las reservas monetarias de la patria? ¿Es fama el conflicto del gobierno con los patrones rurales? Pues ahí va el político a colgarse de la chaucha de la planta de soja.

Los radicales -hablemos con franqueza- están en el fondo del mar. Después del espantoso, corrupto y blandengue gobierno de la Alianza, una tercera parte de los radicales murió de muerte súbita; otra tercera parte se suicidó cortándose las venas con una boina blanca; y la otra tercera parte se escondió en un aljibe a esperar el fin del mundo. Ésa es la verdad.

Pero apareció la fama, twice. Dos veces. La primera, la recordada jornada trasnochada cuando un ex radical y radical en vías de recuperación llamado Julio Cobos escaló a la fama de la vicepresidencia anómala. Y la segunda, la muerte de don Rául Ricardo Alfonsín, que provocó que una buena parte del pueblo echara nafta sobre la hoguera de la fama al acompañar sus restos mortales a su descanso eterno. Cuando los chicos que veían la tele empezaron a preguntar: Papá, ¿qué es un radical?, eso significaba que radical, radicalismo, unión cívica radical, abrazaba la fama. Un milagro... bueno: casi.

El expulsado Julio Cobos, de la noche a la mañana, pasó de tal, de expulsado, a un hijo radical. Y la muerte de Alfonsín hizo recordar a la fama -esquiva y desdeñosa ella- que existía algo llamado Unión Cívica Radical. Y entonces aparecieron los radicales que estaban en el aljibe esperando el fin del mundo a colgarse de la cara de cleto de Cobos y del féretro de don Raúl, que Dios lo tenga en la Gloria.

Por supuesto, el duelo popular por don Raúl Alfonsín duró, como todo duelo popular, unos días. Pero he aquí que el prócer tenía un hijo que, por imperio de la ley lleva su mismo apellido y, por imperio de la cuna, tiene los mismos modos campechanos que el padre. Así que... ahí está don Ricardo Alfonsín -Ricardito para Elisa Carrió- vigente como si el radicalismo tuviera vigencia. Por imperio de la fama. Y ahí está también don Julio Cobos, bien agarrado a la fama de la Constitución, con vigencia permanente.

Y es tan grande la fama, que las personas corrientes saben que hay otros radicales, como Daniel Katz, Gerardo Morales y otros. Y es tan grande, pero tan grande la fama, que hasta hemos visto por la televisión nacional en estos días (canal de cable, pero nacional) a don Raúl Baglini volviendo a dar aquellas magistrales clases de economía para el pueblo que nosotros, los más viejitos, padecimos hace veinte años o más. ¡Ah, la fama, la fama!

La gran pregunta es: si no fuera por la fama, ¿existiría el radicalismo? O preguntado con más precisión: Si no fuera por la fama, ¿habrían salido del aljibe lo que quedó del radicalismo después del 2001? Y una pregunta más contrafactual todavía: Si los medios no tuviesen un interés concreto en que se sume todo el mundo al colectivo opositor a como dé lugar, ¿les darían la tan ansiada cámara que los conecta con la fama a los que salen del aljibe con el culo paspado y temblorosos?

Y la pregunta más popular de todas: Si largara la vicepresidencia que le queda grande de sisa, ¿Julio Cobos seguiría en la fama?

Nadie sabe la respuesta a esta última pregunta. Los radicales creen que sí la tienen. Ellos lo quieren ahí a Cobos, en la fama. Y que no la largue. Pero de lo que sí estoy seguro es de que, si no fuera porque los que lograron salir del aljibe siguen colgados de las tetas de la fama, no los recordarían ni sus vecinos. Excepto don Ricardo, claro, que lleva un ilustre apellido.

Ahora bien. Todas estas reflexiones son inútiles (e insubstanciales, claro) porque lo que cuenta, en realidad, es la fama. Es la fama lo que cuenta. Por la fama se puede lograr que millones voten a un político cuyo programa se reduce a dos palabras mágicas: Alica, alicate.

Dadas todas estas circunstancias, no es descabellado afirmar que existe la posibilidad de que nos vuelva a gobernar, o un Carlos Menem, o una nueva Alianza (perdón pido a los creyentes).

Colgados a las tetas de la fama, o un Julio Cobos, o un Mauricio Macri puede llegar a ser presidente de la Nación. ¿No es triste?

-No -respondió la Negra, alcanzándome el mate-: lo triste no es que los ineptos o los cuatro de copas se cuelguen de las tetas de la fama. Lo triste, lo verdaderamente triste, es que podríamos terminar todos colgados de las garras de los zopilotes.


Alfredo Arri (Theodoro)

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