lunes, 25 de enero de 2010

El arreo (Segunda parte)

Bitácora del ciudadano de a pie.

El arreo (Segunda parte)

3. ¿Quiénes dieron cuerpo a esas multitudinarias concentraciones populares de 2008?

En los días calientes del conflicto, cuando, repito, se creó un clima de tensión social creciente que exacerbó los ánimos de tantos día tras día, surgieron las respuestas inmediatas para la pregunta que abre este apartado: Que son los gorilas de toda la vida; que hay un componente de machismo exacerbado; que hay otro componente racista y discriminatorio; que son los cándidos que compraron el verso de la chamarrita campera (El campo es el motor de la economía, y todos los lugares comunes billikenescos que ya conocemos desde la escuela); y caracterizaciones por el estilo.

Pero cuando impera la razón, tales respuestas caen, si no por inválidas, al menos por insuficientes. En primer lugar, dos concentraciones multitudinarias y próximas entre sí en el tiempo, conformadas en cada ocasión por alrededor de un cuarto de millón de personas -una auténtica movilización popular- obliga a admitir que tal fenómeno fue la expresión física de un colectivo que podríamos calcular en millones sin temor a equivocarnos. En otras palabras: si dos veces un cuarto de millón de personas decidieron movilizarse, millones había que los acompañaron pasivamente, desde sus casas, a través de los medios.

Admitido esto, una vez que hablamos de millones de argentinos ya no podemos considerar con seriedad las explicaciones facilistas o panfletarias tales como las del gorilismo inveterado, el machismo recalcitrante, la discriminación racial. Esos colectivos miserables existen, por cierto, pero aun en su conjunto no alcanzan a sobrepasar una minoría. Más allá de estos grupos de irracionales que se suben a cualquier colectivo con tal de dar cabida a sus miserias humanas, el hecho cierto y concreto fue que se movilizó una parte importante del pueblo, y que se movilizó por causas diversas a las de las motivaciones miserables.

Dejo para más adelante las causas. Concluyo con la respuesta a la pregunta de quién o quiénes se movilizaron durante las jornadas turbulentas de la primera mitad del 2008. Qué parte del pueblo se movilizó. Y la respuesta es clara: quienes le dieron cuerpo a los patrones rurales soliviantados en defensa cerril de sus ya abultados bolsillos fueron hombres y mujeres de las clases medias urbanas; clases caracterizadas por: a) un nivel de vida material más o menos holgado, aun en quienes se hallan en los umbrales de esa clase social; y b), una formación cultural media, es decir, por encima de la formación cultural de las capas bajas de la sociedad, y por debajo de la media de los colectivos ilustrados. Esto se puede simplificar, a los efectos de este ensayo, en la siguiente caracterización: claees medias caracterizadas por una alta participación política y una deficiente o básica formación política.

El representante típico de estos grupos sociales sería aquél que, por ejemplo, es capaz de organizar una movida vecinal destinada a mejor las políticas de seguridad pública de su comunidad sin tener una idea más o menos seria de qué es una política de seguridad, de cómo implementarla, etc.. O,si se prefiere un ejemplo más crudo, va el estereotipo tantas veces usado: el individuo que afirma orondamente: tengo derechos porque pago los impuestos.

Por último, cabe destacar que, por circunstancias históricas concretas, objetivas (además, comunes en muchas democracias formales del mundo), se trata precisamente de los grupos o clases sociales en cuya voluntad, en cuyas voluntades individuales a la hora de votar, se halla la pequeña pesa que inclina el fiel de la balanza. Paradojas de la democracia, por cierto.


4 ¿Por qué las clases medias urbanas se movilizaron detrás de la movida campera del 2008?

Aunque ya fue declarado en el apartado anterior, vale recordar que dejé de lado a las minorías de los miserables; que, aun reconociendo la existencia de tales minorías entre los movilizados, el núcleo importante, determinante de estas masas populares movilizadas habían decidido sumarse a la movilización por otras causas, mucho más públicas y trascendentes que las de satisfacer odios y prejuicios personales. Entre esas minorías, una de ellas -compuesta más por cándidos que por miserables-, estaban los que se comieron el verso folclórico de “el campo” como motor de la economía nacional y toda la cháchara con las que nos aleccionó desde siempre la oligarquía agroexportadora del Centenario y sus descendientes mimetizados entre los grupos financieros, agroindustriales y mediáticos. Saco del análisis a todas estas personas que, en conjunto, no determinaron la condición de multitudinaria de aquellas movilizaciones populares. Digamos que estas personas, estos grupos, en su conjunto, formaron algo así como las barriadas periféricas de una gran ciudad. Lo que importa aquí es la ciudad, el universo, el núcleo vivo de esa demanda social materializada en las movilizaciones que conocimos todos y que trato aquí.

Aclarado una vez más eso, paso a lo que sigue, esto es, tratar de descubrir la naturaleza misma de la demanda social y política que movilizó a una parte numéricamente significativa de nuestra ciudadanía entre mayo y julio de 2008. En menos palabras: tratar de descubrir cuál era esa demanda. Y añadiría: cuál era y cuál es, pues desde ya se puede sospechar con total libertad que esa demanda, cualquiera que haya sido, cualquiera que sea, no ha sido satisfecha con la desmovilización que siguió al fin del conflicto entre el Gobierno y “el campo”, después de una resolución legislativa sobre una resolución ministerial.

Descubrir, o tratar de descubrir la demanda que obró como fuerza movilizadora no prevista, que aparece como fenómeno, no es sencillo. Mucho más para quien, desde una posición de mero observador y con las únicas herramientas de su propio raciocinio, sin título habilitante, digamos, para abordar tales fenómenos, lo hace como simple ciudadano de a pie. Y esa tarea de tratar de ver la esencia del fenómeno complejo se complica aún más cuando la información que el ciudadano de a pie recibe es una errónea, o sesgada, o parcial, o estereotipada. Me refiero concretamente aquí, por supuesto, a los medios.

Vaya un solo ejemplo para ilustrar lo expresado en el último párrafo: por increíble que parezca, todavía hoy, a ocho años de acaecido el hecho significativo, muchos siguen repitiendo la muletilla de que las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 obedecieron a la bronca de la ciudadanía por la pérdida de los ahorros depositados en los bancos, por el corralito. Ése es el mejor ejemplo para demostrar la liviandad -deliberada o no- con que los medios masivos de comunicación tipifican, encasillan, caracterizan o disfrazan los hechos.

Si uno quiere asomarse a la naturaleza de las movilizaciones de diciembre de 2001 con una fórmula simplificadora como la que emplean los medios, habría que elegir una que abarca todo el fenómeno: fue la movilización del que se vayan todos. Fue el argentinazo que marcó un fin de época. Fue el tsunami social que gritó hasta aquí llegamos, no va más.

Desde posiciones ideológicas más apropiadas para el diálogo entre grupos duros, digamos, no está mal afirmar que el argentinazo fue la verdadera clausura de la dictadura militar (tal como lo caracterizó una periodista francesa, enviada para cubrir esa conmoción social); y tampoco está mal afirmar que fue el hundimiento del neoliberalismo en la fosa más profunda del Oceáno Pacífico, como dijo Fidel Castro en las escalinatas de la Facultad de Derecho, en aquella recordada noche porteña con perfumes de azahares revolucionarios. Pero en este momento de mis reflexiones pretendo alejarme de ese lenguaje ideológico e insistir en la misma idea pero con un lenguaje más abarcador: fue un acto de clausura, sí, pero, ¿de qué?

Y es en este punto cuando aparece la verdadera dificultad para dar la respuesta acertada una vez que uno se ha despojado de la mirada ideológica. Porque en ese hartazgo nacional y popular había demasiadas cosas, acumuladas durante muchas décadas, como para que pudieran ser fundidas todas en alguna fórmula estricta, más allá del contundente pero a la vez poco preciso que se vayan todos.

De todos modos, vale la pena el esfuerzo para alcanzar una respuesta. Pero como aquí vengo tratando un análisis de las movilizaciones del 2008, ejecutadas, llevadas a cabo por un sector social bien determinado -las capas medias urbanas-, se hace imprescindible relacionar esas mismas capas a las masas que provenientes del mismo sector social -junto con otras en aquella ocasión- lanzaban en el 2001 la consigna: Piquete y cacerola, la lucha es una sola.

¿Qué sucedió en seis años y meses transcurridos entre las movilizaciones de diciembre del 2001 y las de mayo-julio del 2008 para que esas dos capas sociales que se habían unido para lograr el alejamiento del gobierno corrupto e ineficaz de la Alianza, y con ello clausurar un ciclo histórico caracterizado por el aniquilamiento social y cultural terminaran separándose, y aun -si se quiere- enfrentándose?

La respuesta surge de suyo, solita: la existencia de la experiencia kirchnerista, que había logrado contener, de una manera imperfecta pero efectiva, a los sectores más desprotegidos de la sociedad. Si esto fue realmente así, ¿por qué se produjo la separación, y aun el distanciamiento, entre las capas populares de la ciudadanía; trabajadores y excluidos por un lado, y clases medias por el otro?
¿Por qué ese distanciamiento de las clases medias urbanas que, en términos relativos, había salido de la crisis del 2002 mucho más beneficiada por las políticas económicas llevadas a cabo por el kirchnerismo que los sectores más humildes de la población?

Ensayo una respuesta. En primer lugar, no es posible eliminar del todo como causa de ese alejamiento la prédica deletérea de los medios de comunicación, de las empresas mediáticas, al servicio de una derecha que -superada la crisis (según ellos, la crisis fue superada, lo cual no es verdad)-, veía con espanto que el gobierno desarmaba, tibiamente, las estructuras que les habían permitido usufructuar el poder real y los beneficios de la renta nacional, brutalmente distribuida a su favor. Pero así como no es posible eliminar del todo ese factor como causa, tampoco es pertinente adjudicarle el carácter de causa única, ni siquiera principal.

Aún así, esta causa obró y obra como determinante en una parte importante de la sociedad pero no en toda ni mucho menos, y fue notoriamente eficaz en dos ocasiones: una, la que nos ocupa aquí, las movilizaciones del 2008; y, dos, las elecciones de junio del 2009. Para la primera, puedo afirmar sin lugar a equivocarme, que la campaña mediática al son de la chamarrita campera, tomó desprevenida a la sociedad en su conjunto. Con las defensas bajas, digamos. Y para la segunda, por qué no admitirlo, obró a la manera del marketing comercial, dirigido a un mercado comprador de candidatos según las reglas de un consumismo muy arraigado en la sociedad, y en todas sus clases populares.

Tampoco puede descartase o no considerar como pertinente el argumento que apela a explicar el alejamiento de las clases medias del kirchnerismo a la desconformidad por las formas, sean éstas las surgidas de un modo de obrar en la comunicación, ya sea éstas surgidas de formas de obrar en los hechos mismos. Es en este punto cuando la palabra de moda, crispación, adquiere visos de adecuación, de pertinencia. No es lícito despreciar el argumento. Cualquiera que aborde el tema con imparcialidad podrá comprobar que el mismo argumento es el que, por el mecanismo contrario, acercó al kirchnerismo a significativos sectores sociales que estaban alejados del peronismo en general y del kirchnerismo en particular.

Si se hila fino, el repentino parto de Carta Abierta es la perfecta metáfora de ese fenómeno. Y si se recuerda el acierto retórico de quien, por circunstancias trágicas se ve forzado a ser escueto a la hora de expresarse, argumentó su fidelidad al proyecto del gobierno nacional con una fórmula rotunda: los enemigos. Decenas de miles de personas de diversas capas sociales adhirieron súbitamente al proyecto kirchnerista, guiados por el mismo sentimiento del diputado Rivas, o de los hacedores de Carta Abierta. La crispación de los de la vereda de enfrente. Así que este argumento de la desconformidad con las formas, de la recíproca y mutua crispación de unos y otros, no puede ser desdeñado de ninguna manera.

Y, hay que decirlo, si bien la responsabilidad por el fogoneo permanente de esa crispación es de la derecha cerril, que se ha aguarangado como jamás se vio en décadas, la responsabilidad por poner freno a ese fenómeno es, sin duda alguna, del Gobierno. Aquéllos representan intereses; el Gobierno representa a toda la nación. Y la enorme mayoría de la población, aquí y en la China, por decirlo en forma coloquial y redonda, lo último que quiere, sobre todo en tiempos de bonanza, es vivir en estado de crispación, de recelo mutuo, de insultos compartidos.

Y por último, tampoco puede nadie morigerar la importancia de otro argumento: el ético. Es verdad que la ética está devaluada en nuestra sociedad posmoderna debido a la prédica amoral de los medios masivos de comunicación los que, teniendo como objeto económico fomentar el consumismo, y como objetivo cultural adormecer a sus propios consumidores, no le hacen asco a ningún mecanismo de destrucción de valores. Pero que la devaluación de la ética esté presente en los medios no significa, ni mucho menos, que las personas corrientes, en su inmensa mayoría, no abracemos principios éticos que -a pesar de las inevitables (y saludables) adecuaciones a los tiempos- tienen vigencia universal y milenaria. Los ciudadanos corrientes pueden dividirse en partidos opuestos alrededor de cuestiones éticas novedosas, como el matrimonio entre personas de un mismo sexo, el aborto, o la propiedad privada sobre los genomas, pero hay un partidoético único alrededor de normas morales menos novedosas, tales como la condenación al robo, a la corrupción, al abuso de poder, a la soberbia del poderoso.

Amplios, muy amplios sectores de la población, sobre todo entre las clases medias urbanas, no toleran la corrupción pública desenfadada. Así se trate de un negociado en ámbitos ministeriales en el que aparecen facturas truchas; así se trate de un ordenanza que transportó media docena de macetas de cannabis en un auto oficial; tales actos son, para amplios sectores de la población, motivo de rechazo, más allá de causa de crispación, o fastidio, o simplemente hartazgo. Y hay que decir también, con total honestidad, que esa causa estuvo presente con mucho más intensidad en las duras jornadas del 2001 que ahora. Es aquí, en ese punto, donde explotaban otras consignas, más dolorosas: ¡ladrones!, golpeando los portones de los bancos, y ¡Cavallo, compadre...! en la madrugada del 20 de diciembre. Nadie olvide que Domingo Cavallo arrojó su renuncia al cielo, en esa madrugada, desde un edificio rodeado de una muchedumbre dispuesta a todo.

Por supuesto que la inmoralidad y amoralidad que ejercen los sectores privados se la condena también. Sólo a una exaltada y confundida política se le puede ocurrir beneficioso para su imagen declarar que los hijos de la señora Ernestina Herrera de Noble son nuestros hijos. El pueblo condena toda esa amoralidad, como condenó a los negociados privados que se hicieron con el fútbol, o condena los negocios obscenos que se hicieron y se siguen haciendo a través de las empresas de servicios públicos privatizados. O condena con los más duros epítetos la deslealtad de no vicepresidente Cobos. Pero, otra vez, condena con más dureza a quienes tienen la responsabilidad de mostrar, desde el Estado, en el ejercicio del Gobierno, que la ética forma parte de la gestión pública. Nadie crea sin beneficio de inventario esa muletilla de que al pueblo no le importa que se robe mientras se haga. Es falsa. El pueblo condena a un Cobos por desleal, y aprueba a un Chacho Álvarez por ético y le patea el hígado el que se aproveche del Estado para beneficio propio.


Alfredo Arri (Theodoro)


Viene de: Primera parte: AQUI Continúa en Tercera parte: AQUI

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