miércoles, 13 de enero de 2010

Fundación de Buenos Aires. Versión... liviana

Historia.

La siguiente entrada fue publicada originalmente en otro de mis blogs, en julio de 2008. Tuvo tanta repercusión (lamento no haber podido traer aquí los comentarios que oportunamente recogió) que me vi obligado a revisar el texto para eliminar errores y fue editado posteriormente. Bueno, aquí está, con su texto defenitivo.

Cómo y por qué se fundó Buenos Aires. Te la cuento en pocas palabras, tal como lo haría si vos y yo estuviésemos en una charla de bar.

Había una vez un rey, llamado Carlos que gobernaba España y El Sacro Imperio Romano Germánico. Lo hacía como Carlos V por los pagos germanos, y como Carlos I por los pagos hispánicos. O sea, el tipo tenía un doble avatar. Según donde jugaba, era Carlos V o Carlos I. En España la iba de reynaldo por herencia por vía materna, ya que era hijo de Juana la Loca, hija a su vez de los Reyes Católicos.

El tipo se la pasaba tranquilo en Alemania, reinando lo más orondo, yendo de putas y de tapas, posando para los pintores, cuando en 1533 se le dio por dar un paseo por su otro reino del sur, el de España. Allí tomó noticia de que los sumisos indígenas que habitaban el Perú habían edificado enormes ciudades y aparecía como evidente que por esos pagos andinos encontrarían oro y plata para alimentar por largo tiempo las arcas reales. Así que, avisado el monarca, se ocupó de guardar aquellas posesiones de las ambiciones portuguesas.

Ante el mapa del mundo de entonces, o sea ante el Google Earth de la compu real, el monarca vio la importancia estratégica del Río de la Plata, como vía alternativa al ingreso vía terrestre, desde el Atlántico, a las ricas regiones andinas. Al ingreso y al egreso, claro: había que llevar las riquezas a España, y…

Si era por mar, las naves fondeadas en el Pacífico tenían que descender hasta el fin del mundo, para rodear el estrecho de Magallanes y remontar luego todo el Arlántico Sur. Meses de navegación por mares bravíos, costas desérticas y piratas por todos lados.

Si era por tierra, hacia el Este estaban las posesiones del rey de Portugal y, además, la selva de Amazonia, infranqueable. Un camino era por mar hasta Panamá y desde allí, llevando cofres a pulso, hasta el Atlántico. Otro camino, hacia el sur de las posesiones portuguesas, o sea por tierra hasta donde los dos grandes ríos de Sudamérica desembocan en el río de la Plata y éste en el Atlántico. Era una buena vía, un poco más larga, pero más segura. Pero esto del comercio activo vendría más tarde. Estamos en 1533.

Para tal temprana fecha sucedía que el rey de Portugal, quien no era un reynaldo lerdo, andaba paseando por donde no debía. El tipo tomó posesiones de la margen oriental del Rio de la Plata y fue sembrando mojones por todos lados: “Hola, estás en tierras de la corona del Portugal. Bienvenido. Aceptamos tarjetas Visa.” decía por todos lados.

Los abuelos de don Carlos I habían firmado en 1494 en Tordesillas, con otro rey, Juan II de Portugal, un tratado en el que se establecía: de aquí pa’llá, es de España; de aquí pa’quí, es de Portugal.

Ese “aquí” era un meridiano que -¡oh, casualidad!- pasaba por las cercanías del Rio de la Plata. Así que los portugueses se instalaron en la costa oriental del Plata diciendo que estaban en su territorio. Y los españoles, que no, que se tienen que correr más para allá, que el Plata es nuestro. Un bodrio. Además, ¿a quién habría de recurrir un funcionario en aquellos tiempos para ver por donde pasa el meridiano? No, los tipos se mandaban y ya. Así que los portugueses se mandaron, nomás. Fueron a marcar territorio en la desembocadura del Paraná y el Uruguay. Un punto estratégico, que le dicen. (Una pequeña ciudad que se encuentra exactamente frente a Buenos Aires, en otra vera del río, Colonia del Sacramento, hoy República Oriental del Uruguay y declarada “Patrimonio histórico de la humanidad”, fue posesión sucesiva de españoles y portugueses en varias ocasiones.)

El año anterior al del inicio de esta historia que relato, en 1532, el almirante Martín Alonso de Sousa, a las órdenes del rey de Portugal, se puso a marcar territorio en las costas del Plata. Mientras sembraba monolitos, le escribió a su rey: “Es la más hermosa tierra que los hombres hayan visto y la más apetecible que pueda ser. Yo traía conmigo alemanes e italianos y hombers que habían estado en la India y franceses: todos estaban espantados de la belleza de la tierra; y andábamos todos pasmados, que no nos acordábamos de volver…No se puede decir ni escribir las cosas de este río y las bondades de él y de la tierra.”

No se “acordaban de volver”, ¡vaya manera de expresarlo!. Ya vemos de dónde sacaron algunas de sus picardías los brasileños.

La cosa que don Carlos, cuando se enteró de la incursión del navegante de su colega portugués, dijo: “Basta, loco, fundemos Buenos Aires.” Bueno, en realidad no dijo tales palabras. Pero algo parecido habrá sido. El rey buscó a alguien para nombrar adelantado en estas tierras y don Pedro de Mendoza se adelantó y dijo: I am the man, your majesty, que quiere decir: Yo soy el tío, alteza.

La verdad hay que decirla: Don Pedro de Mendoza no estaba en condiciones de hacer semejante viaje. El tipo había estado en el Sacco di Roma en 1527, (uno de los tantos saqueos a Roma), en beneficio de don Carlos, por supuesto, pero la aventura le había traído sus consecuencias.

Si bien se alzó con cuanto pudo rapiñar en Roma, incluyendo alguna que otra pieza sagrada (pero de valor) de alguna iglesia, don Pedro se violó cuanta moza romana encontró por ahí, a tal punto de contraer una sífilis que lo dejó hecho una porquería. El tipo estaba con llagas hasta en las pestañas a la hora de zarpar. Pero de todos modos zarpó, a pesar de que Carlos ya andaba buscándole un reemplazo.

En agosto de 1535 partió el Adelantado Pedro de Mendoza desde San Lúcar de Barrameda, con quince naves y mil doscientos hombres. Y algunos animales, gracias a Dios. De estos animales, caballos, que tuvieron que dejar a la buena de Dios en las pampas, nació la población de caballos salvajes que luego harían la riqueza de los futuros pobladores. Pero vamos por partes.

Don Pedro se largó a la mar y el 2 ó 3 de febrero de 1536 llegó a las costas de lo que hoy es Buenos Aires. Ahí levantó un monolito y dijo: aquí fundamos, pa’ España y su Rey, “El puerto de Santa María de los Buenos Ayres”. Y te la digo así: “a las costas”, porque nadie sabe exactamente dónde carajo sentó sus reales suelas don Pedro de Mendoza. Y nadie lo sabe por la sencilla razón que el bendito puerto duró nada, ya que en pocos años desapareció. Y los indios se llevaron lo que quedaba como souvenir.

La población diezmó en poco tiempo porque los muy vivos se pensaban que era posible comer sin cazar, o pescar. ¡Ni hablar de cultivar!: nada. Así que se les hizo difícil vivir en un fuerte de cuatro casas y cuatro iglesias, rodeado de los querandíes, que no eran muchachos amigables que digamos. Primero se rajó el mismísimo Mendoza quien, con la sífilis hasta el cuello se embarcó rumbo a España y murió en el viaje.

Antes de irse, Mendoza mandó remontar el Paraná a un tal Ayolas quien a poco de salir fue muerto por los indios. “Andá a traer algo de comer, hermano” –ordenó el Adelantado- Y parece que el alimento fue el mismo Ayolas, ya que lo despacharon los indios de puro jodidos que eran.

En 1538 se presentó en el miserable puerto de Buenos Ayres, proveniente de España el vedor Cabrera, trayendo consigo la real cédula por la que se nombraba sucesor de Mendoza a nuestro conocido Ayolas. “No, don Cabrera, Ayolas murió; se lo despacharon los indios”, le dijeron los pocos que quedaban, muertos de hambre. “Yo me rajo para Asunción”, dijo Cabrera. Y en Asunción, nombró a Domingo Martínez de Irala como el sucesor de Mendoza. Irala dijo: “Gracias, vedor, pero yo ni en pedo voy para Buenos Aires, que se venga Buenos Aires para acá.” Así, don Irala, ordenó que los que quedaban en Buenos Aires fuesen llevados hasta el Paraguay, a Asunción, y que el fuerte de Buenos Aires fuese desmantelado.

En 1541, finalmente, no quedaba nadie en la malograda Buenos Aires. Lo poco que dejaron los fundadores, se lo llevaron los querandíes como trofeo. Quedaron, eso sí, en las pampas los caballos que, como dije, a fuerza de aparearse y parir, poblaron la pampa de caballos salvajes.

Toda la aventura había sido al ñudo. Un fracaso. Pero, la necesidad de la corona española de defender esa plaza continuaba. Además, para tozudo como un rey no hay…. Así que finalmente, el 11 de junio de 1580, casi medio siglo más tarde de la primera vez, se refundó Buenos Aires.

Como el nuevo burócrata de la Corona, don Juan de Garay, no encontró ni restos del primer asentamiento, se mandó con uno nuevo. Eligió un sitio que le ofrecía defensas naturales y allí plantó un monolito en el que anunciaba la fundación, no ya un fuerte de pacotilla, sino algo más prometedor: Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre.

Se levantó un fuerte, con los cañones apuntando hacia el río y así la corona española empezó a administrar el comercio, el oficial y el de contrabando, entre los comerciantes ingleses y flamencos con sus colonias.

El control sobre la circulación de las mercaderías, legales o contrabandeadas, más la presencia constante de ingleses y portugueses en la zona, hizo que la Corona diera a Buenos Aires la calidad de Capital del Virreynato del Río de la Plata, creado en 1776.

Así, Buenos Aires pasó a ser la ciudad capital de un reino en el cual sus riquezas estaban en el Alto Perú, a miles de kilómetros del puerto y de la administración. Pero, las necesidades estratégicas hicieron de la ciudad una importante, así que el caserío inicial creció en forma constante desde su denominación de cabeza del Virreynato hasta después de declarada la independencia de España, en 1816.

La Independencia y las guerras civiles desmembraron el Virreynato. El territorio de lo que había de ser en definitiva Argentina, terminó por ser nada más que dosmo tres ciudades: dos mediterráneas, Córdoba, Tucumán, centros de cultura, comercio y agricultura o ganadaría, y otra portuaria, centro de administración aduanera. Todo lo demás, un inmenso desierto.

Después, desde Buenos Aires se construyó una nación conforme a un modelo liberal, poblándola con inmigrantes europeos. Pero ésa es otra historia.

Ésta fue para sólo para contar la pequeña historia del por qué nació y creció, en medio de la nada, una ciudad que hoy, cuatro siglos después, es una de las más grandes del mundo. Buenos Aires nació para garantizar las posesiones españolas en zonas de dudosa jurisdicción; para fortificar el puerto receptor de las riquezas provenientes del Perú en tránsito –como vía alternativa a la de Portobelo- a España vía Atlántico; para controlar el comercio -legal o no; sobre todo el no legal- entre las naciones comerciales europeas y las colonias españolas de Suramérica.

Lo del tango, vendría mucho después, y por otras vías.

Hasta otra.
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Edición del 24/01/09.

Escribí en su momento esta entrada como una suerte de divertimento inocente. No contaba entonces, ni por asomo, con la repercusión que tendría esta nota lúdica. Esto me halagó, por supuesto, pero por otra parte me inquietó. Careciendo de todo título habilitante para escribir un texto histórico, me pareció adecuado, ante esa repercusión, de revisar el texto conforme a los datos históricos a los que pude acceder a través de diversos libros. Así lo hice, y el texto quedó modificado en algunos detalles que se ajustan más a lo que se sabe acerca de la ruta del oro de las riquezas andinas hacia España. Una ruta que, a pesar de que está en debate acerca de cuánto fue el tráfico a través de Panamá y cuánto por el sur, de todos modos hay que advertir al lector que tal tráfico intenso se dio a partir de un período posterior al de 1533 en que se inicia el relato de esta entrada.

Por lo demás, las referencias y citas están documentadas. Gracias a todos quienes han leído y comentado esta entrada. Y, por supuesto, aquél que tenga sobre este tema un interés que exceda el carácter lúdico del texto, deberá recurrir a los textos especializados. De todos modos, insisto en la tesis: Aunque historiadores como O’Donnell afirman que Buenos Aires fue fundada solamente como una avanzada de contrabandistas ya establecidos en las colonias (Asunción), los documentos históricos tempranos de la corona dan cuenta que la fundación de Buenos Aires obedeció a un fin geopolítico bien determinado, conforme a las pretensiones portuguesas -la corona rival en este reparto de tierras- sobre esta zona del mundo.



Alfredo Arri. 24/01/09.

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