miércoles, 13 de enero de 2010

La clase media, esa niña bonita.

Bitácora del ciudadano de a pie.

La niña bonita.

De la lectura de los diarios de hoy, recojo un párrafo de una nota firmada por J. M. Pasquini Durán en Página/12.

Hay un área en especial donde podrían dirimirse las discusiones y forcejeos en los próximos dos años. Es la zona ocupada por las clases medias, donde hierve el disgusto con la gestión oficial por razones que son más fáciles de reconocer que de explicar. Mensajes como el de ayer [se refiere a la dura y lúcida acusación de CFK para con Cobos, Redrado y Sarmiento] deberían ser motivo de reflexión en un sector social con un nivel educativo importante, excepto que los prejuicios hagan valer sus anteojeras, con la clásica fórmula de amigo-enemigo. En estas franjas de opinión los argumentos formalistas, leguleyos, son aceptados como buena doctrina y personajes como Cobos y Martín Redrado son evaluados por su habilidad para la trepada oportunista. Sin embargo, no debe olvidarse que buena parte de las víctimas del terrorismo de Estado surgieron de las fábricas y de las capas medias. En la memoria, pero también en el porvenir, esa confluencia, esta vez para la vida, debería repetirse.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/138429-44671-2010-01-13.html

Tema difícil para tratar en tiempos de ánimos caldeados, ya que está la reacción visceral (al menos en mi caso, lo confieso) a mirar con recelo a aquellos conciudadanos pertenecientes a nuestra misma clase social que hace siete años concurrían a las ferias del trueque para sobrevivir y hoy despotrican alegremente contra el Gobierno, desde sus flamantes autos o desde las carpas alquiladas en la costa atlántica. Y más bronca aún cuando uno debe escuchar de labios de esos conciudadanos (con los que compartimos barrio, empleos y clase social, insisto), los mismos argumentos que les dan los medios que son parte interesada en todos y cada uno de los entuertos reales o ficticios entre el Gobierno y el establishment. O sea, argumentos que no son tales, sino muletillas que los medios lanzan y nuestros compañeros de barrio, empleo y consocios de clase social recogen y comen, sin masticar. Es decir, desde la clase media que somos quienes somos clase media, muchos de nosotros estamos muy enojados con otros miembros de nuestra propia clase social que se han sumado al coro que dirigen los mismos que en las últimas décadas los arrojaron a los mismísimos límites de la clase a la que pertenecieron desde toda la vida, cayendo muchos de ellos, en la volada, fuera de la clase media para siempre. En menos palabras: la bronca de ver a nuestros vecinos que en siete años pasaron del Cartonero y cacerola la lucha es una sola, a sumarse al baile plutocrático con música de chamarritas en marzo del 2008 y a sumarse al coro de analizadores Louis Vuitton. Da bronca. Porque uno siempre está a punto de estallar: Pero,¡ qué te pasa, loco!, ¿perdiste la memoria, o qué?

Se me objetará que nadie debería juzgar la feria según como le ha ido en ella. Sí, exacto. La objeción es válida. Pero exijo que se me acepte que tan inválida como esa perspectiva es la de juzgar la feria con eslóganes que se repiten como los loros repiten las palabras que su amo dicta. Soy franco: el argumento Voto a Cristina porque gracias a ella tengo la jubilación que ya daba por perdida es un argumento. Precario, débil, si se quiere; pero verdadero. Pero cuando se repiten falacias sin analizarlas ni por un segundo, ¿de qué argumentos me hablan?

Basta con abrir cualquier diario del día. Por ejemplo, en La Nación de hoy, Carlos Pagni lanza este delicioso silogismo:

Premisa uno: la crisis del 2001 demandó, además de exigir la renovación política, la “necesidad de volver a conectar la economía [argentina] con las redes de financiamiento internacional.” Premisa dos: “En nueve años, no se logró salir del default”. Conclusión: “el paso de los Kirchner por el poder será evaluado, cuando la historia emita su dictamen, como un lamentable fracaso.”


Dejo de lado las imprecisiones deliberadamente imprecisas del lógico aristotélico Carlos Pagni, tales como que el default se declaró en 2002 por el presidente Rodriguez Sáa el Breve y no por Kirchner, que “el paso de los Kirchner por el poder” lleva hasta hoy seis años y no nueve (un nueve que vale ocho, digo al pasar), y voy directamente a la premisa que inicia el razonamiento lógico.

Afirma muy suelto de cuerpo el investigado por la justicia Carlos Pagni (por tirar cualquier verdura en los medios, recuerdo al pasar), que los historiadores del futuro rescatarán como hecho fundamental -ineludible, dice el periodista- de la crisis iniciada en el 2001, “la demanda de la sociedad argentina para que la política recupere calidad y la necesidad de volver a conectar la economía con las redes de financiamiento internacional.”

Es interesante detenerse aquí porque el articulista remite precisamente al punto histórico que venía tratando en esta entrada, es decir, la crisis de diciembre de 2001.


Si alguien ha de tomar por buena la afirmación del señor Pagni en el sentido de que las masas abollaron todos los portones de los bancos extranjeros, a patadas, a palos y a pura piedra pero siempre al grito de “¡Volvamos a conectar la economía a las redes de financiamiento internacional!”, entonces ese alguien deberá afirmar y demostrar, además, que quienes vivimos esos momentos que estábamos viendo otra película. Porque hasta donde la memoria me da, la sociedad reclamaba en esos agitados días que “las redes internacionales de crédito” pusieran la tarasca para que las sucursales de los bancos que son la flor y nata de esa “red internacional de crédito” cubrieran los depósitos que existían sólo en la imaginación afiebrada de los que sostuvieron durante casi una década la ilusión de la convertibilidad, a fuerza, precisamente, de crédito sin fin que al final tuvo fin. Que nunca pusieron, dicho sea al pasar.
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Y hasta donde la memoria me da, además, Argentina salió de la crisis que siguió al estallido de la burbuja de metano llamada convertibilidad gracias a los buenos precios internacionales de ciertos comodoties, más -enfatizo-: más la voluntad cooperativa del pueblo que le dio curso a las cuasimonedas para reactivar la economía formal a través de economía informal, de trueque y de empresas recuperadas. Y hasta donde la memoria me da, cuando en forma lenta pero firme los agentes económicos volvieron a colocar sus existencias monetarias en cuentas bancarias, lo hicieron principalmente en la banca oficial y cooperativa porque eran los únicos agentes bancarios que le brindaban ese valor tan valioso en economía como es la confianza. Pagni: ¡vamos: déjese de macanear, che!

Pero todo se relaciona, todo tiene que ver con todo, y entonces relaciono lo escrito más arriba con lo que está en el útlimo párrafo: No es que el señor Carlos Pagni crea realmente, ni por un segundo, que el argentinazo de diciembre de 2001 fue al grito de ¡Viva el FMI! ¡Volvamos a las redes de financiamiento internacional! ¡No!, claro que no. Lo que el señor Pagni quiere demostrar es que el gobierno ha fracasado y para ello acomoda la segunda premisa de un silogismo a un primero sencillamente ficcional. ¿Con qué propósito? Con un sólo propósito: con el darle a su clientela lectora de La Nación, argumentos falsos para que los repitan por ahí y allá.

Este mecanismo de discurso deletéreo es repetido miles de veces por día por decenas de replicadores de argumentos tan falsos como el del señor Pagni. En otras palabras: lo que estas personas hacen es decir a la clase media que consume lo que ellos escriben y publican: aquí tenés un argumento más para darle al gobierno. Porque de eso se trata. De darle al gobierno. Y, en el caso preciso del tema del día, de garantizarle a los agentes financieros que están detrás de los negocios espurios de la deuda externa y su pago pingües ganancias. Así sea defecándose en la patria, orondamente, al pie de la Pirámide de la Plaza de Mayo.

Regreso al punto de partida: la clase media es hoy, como suele suceder en otras muchas oportunidades de la historia reciente en nuestro país y en otras muchas naciones, el árbitro que decidirá hacia donde se inclina la balanza. La niña bonita. Por eso es que muchos en la clase media estamos tan enojados con nuestros compañeros de escalón en la estratificación social; y por eso es que no ceja ni por un instante la prédica envenenadora de los escribas y hablistas del establishment. Estos últimos porque la quieren seducir a puro verso; nosotros, porque vemos con pena con qué facilidad, en muchos casos, se deja seducir.
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Alfredo Arri.

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