viernes, 10 de septiembre de 2010

La ley de medios y la decadencia de los medios.

Bitácora del ciudadano de a pie. Algunas reflexiones alrededor de los periodistas que se lamentan de la ley de medios.


La lenta -y patética- agonía de las vacas sagradas.


El tipo tira la mierda y usted, que es quien lo lee, arréglese. Jódase si lo alcanzó la salpicadura: El que no piensa como uno es un hijo de puta, estampa el tipo en su impoluta columna semanal. Pone ese dictamen (suyo) en boca de ellos y dice que el dictamen es de ellos, no suyo propio. No dice: yo creo que ellos piensan que quienes no pensamos como ellos somos unos hijos de puta. No: lo afirma rotundamente. No se le ocurre ni por un instante que ellos lo tienen a él, no por un hijo de puta que piensa distinto a ellos, sino por un pobre escriba remunerado que para negar lo que es evidente no vacila en ensuciar a todo el mundo, empezando por ellos, claro.

Lo que pasa es que el tipo no puede aceptar lo evidente: que él no puede sostener lo que afirma pensar; que no puede sostener lo que dice que piensa con los argumentos que da la razón. Y entonces le achaca falacias al otro, a los otros: el que no piensa como yo es un hijo de puta.

Son palabras demasiado gordas, chabón. La condición de hijo de puta es demasiado gorda como para ser utilizada así nada más.

Nadie se escandaliza porque alguien piense distinto a lo que uno tiene por verdadero. Como mucho, se le podría exigir argumentos al oponente, y repudiar su insulto a mi inteligencia si los argumentos que insolenta resultasen falacias.. Pero a nadie se le ocurriría descalificar al interlocutor con fórmulas escatológicas, con palabras gordas.

Es que cuando se escribe para la parroquia...

El tipo tiene una obsesión: no lo dejan en paz. Le tiran desde todos lados. Y él no lo puede aceptar. Protesta. Obsesivamente, pregunta: ¡Por qué a mí!. Lo tildan de traidor, de servil, de obsecuente, de lameculos.

¿Por qué? ¿Qué hizo el tipo para merecer epítetos que no se les arrojan, por ejemplo, a los Mariano Grondona o a los Joaquín Morales Solá, que dicen y escriben cosas tan parecidas a las que el tipo dice o escribe?

Es que el tipo no se reconoce como miembro del partido de los Grondona y de los Morales Solá. No, el tipo se proclama independiente. Impoluto. Y entonces exige que se lo considere como tal.

¿Como impoluto?

No, ¡ja, ja!.. ¡que metida de pata la mía!: el último de los impolutos -en este negocio- murió hace un siglo. No: el tipo quiere que se lo considere independiente.

Independiente, ¿de qué? ¿De quién? ¿De quiénes?

No lo dice, pero exige. El tipo es muy exigente. Y usa palabras gordas: imbecilidad, vileza, hijoputez. En fin. Exige.

Durante años, durante décadas, el tipo y todos sus colegas estuvieron abrigados por una práctica que les sirvió de abrigo y sostén a una ficción: la ficción de ser creíbles a morir. Esa práctica consistía en que el tipo y sus colegas podían decir y escribir lo que quisieran en sus columnas dóricas, jónicas, sacrosantas o prostibularias sin que nadie les hiciera llegar una réplica. Ni una. Al final se la terminaron creyendo. Somos Gardel, Lepera y los guitarristas. Devinieron vacas sagradas. Las vacas sagradas del periodismo.

Pero los tiempos cambian, y cambian tan rápido que en pocos años estas vacas sagradas se encontraron con que allí, en la calle, en ese universo donde viven sus lectores reales -en el puto mundo real, vamos-, había decenas si no centenas de miles dispuestos a denunciar públicamente sus falacias, sus mentirijillas, sus redondos bolazos. Y que disponían de medios o modos para hacerles llegar a las vacas sagradas sus opiniones directas. Desde el ¡Qué grande que sos, Gardel!, que estira las sonrisas de cualquier creído hasta el ¡Mirá que mentís sin ponerte colorado, hermano!., que provocan las ganas de putear.

Parece una puta casualidad, pero no la es. Glenn Beck, el pope mediático de la derecha más recalcitrante de los Estados Unidos, ha ganado fortunas con su último libro, el cual lleva por título -¡vea usted!- Discutir con idiotas . ¿Y quiénes son los idiotas? Pues, claro: los que no piensan como él. Parece una puta casualidad, pero no la es. Si usted no piensa como él, usted es un idiota. ¡Pero qué casualidad, che! Hace unos veinte años el hijo de Vargas Llosa y otro liberal de pura cepa como el vástago del famoso firmaron un libro que titularon El manual del perfecto idiota latinoamericano.

Siempre los idiotas. O los viles, o los imbéciles . La vaca sagrada devenida perro de la calle enseguida se sube a ese bondi de los insultadores alegres y, desde los pasillos lanza a través de las ventanillas: imbéciles, idiotas, viles. Y acusa a los imbéciles, a los idiotas, a los viles, de llamarlo a él, precisamente a él, un hijo de puta porque no piensa como ellos. ¿No es hasta cómico? ¿No es grotesco?

No hay casualidad alguna. El tipo es uno que no se banca tomar conciencia plena de que no es, de que nunca fue, una vaca sagrada, y que todo lo que escribe o dice ha estado y seguirá estando sujeto a la crítica de medio mundo. De los inteligentes de una inteligencia heavy y de los inteligentes del montón. No se la banca. Entonces insulta. Lloriquea. Pide escupidera. Acusa. Descalifica. Dice que le dicen -nada menos- hijo de puta.

Y toma medidas prácticas.

Cierra los comentarios para él en los diarios on line donde escribe. ¡No, no: no los dejen postear: no quiero saber!

¡No quiero saber!

El tipo quiere seguir creyéndose esa vaca sagrada que creyó ser durante décadas. En su cabecita, claro. Es una pena:

...esa puta ley de medios.... esa puta herramienta llamada Internet.



Alfredo Arri

o0o

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